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Tribuna:LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES
Tribuna
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El género y la Academia

Subraya la autora que el debate nominal sobre la naturaleza de la violencia que sufren las mujeres no puede enmascarar sus causas.

El Gobierno ha decidido mantener finalmente la expresión "violencia de género" a la hora de bautizar la ley integral contra la violencia masculina, que aprobó el viernes. Tras el informe de la Real Academia Española de la Lengua en el que le instaba a denominar la norma "contra la violencia doméstica o por razón de sexo", y no "de género", el Gobierno se había inclinado inicialmente por la expresión "contra la violencia sobre la mujer".

Algunas feministas hemos denunciado el creciente abuso de la expresión "de género", especialmente desafortunado al nombrar la violencia que sufren las mujeres. Sin embargo, las razones que adujo la Academia para fundamentar lo inapropiado del término "género" traslucen una enorme confusión conceptual y un desconocimiento chocante de la génesis del concepto por parte de los académicos. Que sean tres las académicas frente a 37 académicos es un exponente de la discriminación de las mujeres, pero nada cambiaría si siendo abrumadoramente más mujeres que hombres no tuvieran ningún conocimiento de Teoría Feminista (origen del concepto).

Hay que aclarar que la violencia que sufren las mujeres es violencia de género... masculino

La Academia aduce que "para designar la condición orgánica, biológica, por la cual los seres vivos son masculinos o femeninos debe emplearse el término "sexo"; es decir, las palabras tienen género (no sexo), mientras que los seres vivos tienen sexo, (no género). En español no existe tradición de la palabra género como sinónimo de sexo" (sic). Veamos. Lo que existe en español es una dilatada tradición en ciencias sociales (como mínimo desde los años 70) de utilización del concepto de género elaborado por el feminismo, según el cual precisamente lo importante es percatarse de que género y sexo no son sinónimos, por mucho que los entes extralingüísticos nombrados por esas dos palabras, es decir, la extensión de ambos conceptos, casi coincida. De lo que se trata es de distinguir las diferencias entre hombres y mujeres que responden a la naturaleza (la biología, la genética), de aquellas que son establecidas por la sociedad y que no son por tanto ni irremediables ni inamovibles.

Así, a lo que se basa en la naturaleza lo llamamos "sexo" y a lo que tiene origen social "género". Ser macho o hembra sería un cuestión biológica, de nacimiento. Devenir hombre o mujer sería producto de una determinada socialización, de una educación persistente y tenaz interiorizada inadvertidamente. Claro que la mayoría de los seres humanos nacidos varones acaban siendo, por efecto de la educación diferenciada, masculinos, igual que la mayoría de las nacidas hembras se convierten en femeninas. Pero no siempre es así. Ni siquiera es oportuno añadir mecánicamente al sexo y al género una determinada orientación sexual, que es lo que a muchas personas les vendrá a la cabeza al admitir que efectivamente hay mujeres masculinas y hombres femeninos: identidad sexual (cromosomas, genitales), identidad de género (sentirse hombre o mujer) y orientación o preferencias sexuales, casi siempre se superponen de forma líneal, pero no siempre, porque la feminidad y la masculinidad no se hallan exclusivamente bajo la égida de la anatomía, de lo biológico. Al afirmar que no se nace mujer, sino que llega una a serlo, Simone de Beauvoir estaba planteando avant la lettre la formulación del concepto de género posteriormente elaborado por la Teoría Feminista.

Partiendo del rechazo a las formas tradicionales de feminidad y masculinidad, hay dos planteamientos feministas: para unas se trata de crear modelos de feminidad y masculinidad no jerárquicos, de redefinir qué es ser mujer y qué ser hombre manteniendo ambos polos; para otras, el objetivo es disolver todo modelo de género y dejar aflorar una individualidad no marcada genéricamente. Lo segundo parece más difícil (lo cual no significa necesariamente menos deseable); a lo primero estamos asistiendo de un tiempo a esta parte, lo cual muestra que feminidad y masculinidad no son secreciones hormonales. Utilizar la noción de género permite también sacar a la luz el aspecto relacional de la cosa, es decir, que es imposible acabar con la discriminación femenina sin disolver los privilegios masculinos.

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El concepto de género en la acepción que estamos examinando aquí, se adoptó por primera vez entre las feministas anglosajonas. Pero nunca se ocultó la conexión explícita con la gramática que, al contrario, se percibía como repleta de posibilidades explicativas (que no desaparecen en castellano) para subrayar el componente social de las distinciones presentadas como basadas en el sexo, es decir, como naturales. Claro que no es apropiada la denominación "violencia de género" para referirse a la violencia que sufren las mujeres: hay que aclarar que es violencia de género masculino. Pero tampoco es apropiado llamarla "violencia domestica", como propone la Academia, porque la equipara con la que puede darse entre dos hermanos, relegando a un segundo lugar lo que debería estar en primer plano: la naturaleza sexista de la violencia que sufren las mujeres. La violencia que padece una mujer a manos de su marido tiene que ver con la que sufre una mujer que es violada en la calle: son dos ejemplos, distintos, de violencia masculina contra las mujeres. El sexismo, la discriminación y subordinación de las mujeres se encuentran detrás de ambos casos y los explican.

Oponerse a la utilización de la expresión "violencia de género" no es lo mismo que impugnar la principal herramienta conceptual del feminismo que ha demostrado su capacidad para expresar sintéticamente una realidad sumamente compleja. Igual que sucede con "clase", "género" es un término polisémico: según el contexto adopta uno u otro de sus múltiples significados; no es lo mismo referirse a "clase" en Teoría de Conjuntos que en Ciencias Sociales, a donde llegó de la mano del análisis marxista. Desde que el feminismo empezó a investigar los mecanismos por los cuales las mujeres han sido relegadas históricamente a un segundo plano, el sexo no ha hecho sino disminuir en la misma medida en que el género ha aumentado, dejando claro que la subordinación de las mujeres no es natural sino social. Como señalaba Soledad Gallego-Díaz, algún día nadie medianamente culto (y no dudamos de que los académicos lo sean) podrá no conocer, así sea grosso modo, la Teoría Feminista, como hoy nadie deja de conocer minimamente los planteamientos del marxismo o el liberalismo. Lo contrario produce y producirá rubor epistemológico.

Tere Maldonado es profesora de Filosofía y militante feminista.

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