Salir del provincianismo
YO NO SÉ cómo estará el país, porque no lo frecuento, le dijo un día, con su proverbial sentido del humor, Manuel Azaña a Julián Besteiro, que venía muy contento porque le parecía que en el país se había producido un gran cambio de cultura política. Pues eso, vaya usted a saber cómo estará el país: ni siquiera el CIS, que tanta inteligencia pone y tantos recursos emplea en averiguarlo, lo sabe. Lo cual no obsta, sin embargo, para que el presidente del Gobierno, en otra muestra de su capacidad para la rápida toma de decisiones, haya anunciado para fecha próxima la convocatoria de un referéndum sobre la Constitución europea.
Nadie sabe cómo está el país, pero no cabe duda de que millones de ciudadanos no sintieron ningún interés en acercarse hace dos semanas a su colegio electoral y votar a los diputados para el Parlamento Europeo. Unas elecciones pasadas sin pena ni gloria en vísperas de acontecimientos que se consideraban históricos: Europa crecía y estaba a punto de dotarse por vez primera de un texto constitucional. Se comprende que hayan sonado todas las alarmas y que desde todas las esquinas nos hayan inundado de reflexiones más bien pesimistas: Europa envejece, no sólo metafóricamente; su potencial de innovación flaquea; su economía se estanca; Alemania está cansada; la ampliación puede resultar ingobernable y mientras Francia decae, el Reino Unido excita sus viejas querencias. Un panorama más bien sombrío precisamente cuando al cumplirse el medio siglo de un largo camino, Europa parecía embarcarse con buen pie en el complejo proceso hacia una mayor y más eficaz unidad política.
Por todo eso ha resultado muy aleccionador escuchar a los líderes de los partidos políticos expresarse en el Congreso en el debate sobre los resultados del último Consejo de la Unión. Diligente el Gobierno en su política de introducir un poco de aire en el Parlamento por ver si no acaba asfixiado y muerto de rigidez reglamentista, el líder del principal partido de la oposición, Mariano Rajoy, volvió sin embargo a lo manido: España ha perdido peso y Zapatero es un irresponsable que anda por ahí regalando sonrisas sin recibir nada a cambio. Por supuesto, él y su partido votarán a favor de la Constitución, pero lo harán con la boca pequeña, nostálgicos para siempre de cuando Aznar puso una pica en Niza: aquello sí que era pesar.
Lo de los nacionalistas resulta todavía más previsible que lo del PP: llevan no se sabe cuánto tiempo repitiendo que Europa sólo será Europa cuando los actuales Estados se fragmenten y todos los pueblos asomen sus cabecitas por los huecos abiertos después del diluvio. Por muy increíble que tan hondo quejido pueda sonar, ése fue el mensaje del candidato de ERC en las pasadas elecciones, y no muy lejos le anduvo el aparentemente más europeísta candidato de CiU: todos nostálgicos de la Europa medieval. Nada de extraño que en el debate del pasado miércoles hayamos vuelto a escuchar que para la buena marcha de Europa el único lastre es el nacionalismo de los Estados, que debe dejar todo el espacio de las bodegas al nacionalismo de los pueblos. Es lógico que tampoco la Constitución europea les guste, pero eso no debería dar pie al diputado del PNV para hacer de Juan Benet un catalán: el señor Erkoreka, que evidentemente jamás ha leído a Benet y que tan mal cuenta sus historias, debería saber que en España se puede llevar apellido catalán y haber nacido en Madrid, o en Ferrol, que para el caso es lo mismo.
En fin, de Izquierda Unida más vale pasar. Incapaz de proponer nada, siempre a la contra, siempre a la cola, empeñada en parecer y ser de otro tiempo, su discurso ha alcanzado, desde la caída del muro de Berlín, el cielo de la pura abstracción. Allí, el frío es intenso, y la compañía corta, aunque la eternidad esté garantizada.
No sabemos cómo está el país porque no lo frecuentamos, pero sí sabemos cómo están nuestros más destacados dirigentes políticos en relación con Europa. Como, al parecer, la generación de cuarentones que nos gobierna ha descuidado el aprendizaje de lo que antes llamábamos idiomas -fulano habla idiomas, se decía, con admiración-, sus planteamientos son de un craso provincianismo: cuánto pesa España, qué hay de lo mío. Como no espabilen y piensen por una vez en términos europeos, no habrá que asombrarse si buena parte del país se encoge de hombros y, llegado el momento, siente de nuevo la furia unamuniana y dice: que voten ellos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.