La ciudad sin charlas triviales
Martin Amis es el autor de la siguiente percepción crítica sobre Bellow: "Su condición de judío se halla en el eje de su narrativa, que es otra forma de decir que impregna toda su mente inconsciente (...) Y como escritor, lo que hace es llevarlo todo más allá de su inocencia, de su mente inferior, de su alma primaria. Pero su sangre piensa, e Israel, por tanto, se halla ligada a él por cosanguinidad". Es preciso no olvidar estas palabras cuando nos enfrentamos a Jerusalén, ida y vuelta, del mismo modo que resulta imposible leerla sin encuadrar la obra en el contexto de su primera publicación, 1976. Bellow acaba de recibir el Premio Nobel, lo que aumenta la reputación de su voz hasta la autoridad máxima. 1976: la guerra del Yom Kippur ha desencadenado la crisis del petróleo y, a través de ella, un desastre económico de dimensiones mundiales. Lo que el ciudadano medio opina en 1976 es que todo acabe de una vez, como sea. 1976: desde entonces, muchos de los factores que intervenían en el conflicto han cambiado (la influencia de la URSS es el más importante), pero todas las posibilidades de complicación y todas las vías del horror ya estaban abiertas. Veintiocho años después, Oriente Próximo sigue siendo un extraño centro del mundo. Si la situación cambia, si se complica, cambia y se complica el mundo. Si el mundo cambia y se complica, cambia de nuevo la perspectiva sobre ese centro y el centro se reajusta, con lo que la espiral infame se reinicia en un nuevo círculo fatídico.
JERUSALÉN, IDA Y VUELTA
Saul Bellow
Traducción de Miguel Martínez-Lage
Península. Barcelona, 2004
254 páginas. 19,50 euros
En el núcleo de la cuestión, y sin entrar en la infinidad de matices posibles, el punto de vista de Israel es el mismo que sostenía en 1976: los judíos necesitaban un Estado, lograron una pequeña porción de desierto y una ciudad santa por medios no peores, en términos de realpolitik, que aquellos con los que se han formado todos los Estados modernos, todos los dientes de la maquinaria de la Historia Universal. Ese discurso continúa con estos argumentos: desde su mismo inicio, la única pretensión de un árabe sobre el Estado de Israel ha sido destruirlo, y la opinión pública mundial, muchas veces a través de unas buenas intenciones tamizadas en el cedazo de un pragmatismo descarado, ha exigido siempre al pueblo hebreo mucho más que a otros, sobre todo si eran potencias. Israel no quiere saber qué se esconde tras esa falta de imparcialidad, pero el hecho es que existe.
La parte árabe, en buena lógica, abunda en todo lo contrario, y recalca la pasividad del mundo ante la evolución de una Israel convertida en el mismo instrumento que le martirizó, la falta de conocimiento sobre la cultura árabe y, sobre todo, y ese sentido no siempre es figurado, el constante bombardeo de sofismas, cinismos, medias verdades y mentiras descaradas que acompañan la acción del único aliado de Israel que interesa, Estados Unidos. Lo que en 1976 era una cuestión candente y sangrante sigue siéndolo, pero el hastío de los años ha convertido la indiferencia en odio, o en una solidaridad muchas veces hipócrita, y trivial casi siempre.
Como consecuencia de ese
conflicto interminable, es muy difícil destacar lo artístico de este libro, aunque pueda llegar a concluirse de algún modo que es un magnífico libro de viajes. El volumen empieza con una cómica estampa de incomprensión entre judíos, un hasidim y el mismo Bellow, que parece una escena de su obra recién terminada, El legado de Humboldt. Pero el avión donde tiene lugar aterriza y Bellow se sumerge de lleno en la ciudad donde "no existen charlas triviales". El conflicto se apodera de Bellow pese a la variedad y penetración de su mirada, del juego continuo del afecto y la distancia. La sangre piensa y narra, y aunque el libro intenta rodear la política se sumerge de lleno en ella, ése es el tema en el que todo desemboca. El libro de viajes fenomenal acaba siendo un libro político de 1976. Sin embargo, se podrían destacar muchas muestras del alto espíritu que respira la escritura de Bellow, de su lirismo impregnado de humor, por ejemplo. Cito una. Tras un paseo por la ciudad vieja, dos poetas israelíes le piden a Bellow que lea algunos poemas de John Berryman como lo haría el propio autor, cuyo suicidio es aún muy reciente. Bellow escribe: "Sé al dedillo cómo recitaba sus cantos. Les leo algunos de mis preferidos a Silk y a Schimmel. La bebida y la poesía y el sentimiento que causa un amigo muerto, y la breve tarde de diciembre que se ahonda por momentos y pasa de un azul exacto a un azul más oscuro, más trémulo... cuando termino tengo la impresión de haberme resfriado. A Silk le importa el frío tanto como le puede importar el hielo a una morsa".
Sería deshonesto no mencionar aquí un fragmento magnífico de la novela de otro gran escritor, Robert Stone. Es La puerta de Damasco, y en una de sus escenas, dos periodistas se hallan en una de las líneas divisorias que en Jerusalén trazan el territorio palestino. Uno de los periodistas, cargado de razones, esgrime argumentos en contra de la represión israelí. El otro está de acuerdo en todo. O casi. De pronto, ese segundo periodista insta a su compañero a imaginarse que en el lugar donde están, lo que no sería raro, todo estallase en pedazos. "Allí están los palestinos. Y allí los israelíes. La pregunta es ésta: ¿hacia dónde correrías?".
Cómico, lírico, profundo, traducible
SAUL BELLOW es uno de esos autores que, una vez descubierto, induce de modo inmediato al lector a devorar hasta la última palabra que ha escrito. En España se ha editado casi toda su obra. Sin embargo, más allá de los últimos quince años, salvo excepciones, las traducciones eran más bien desafortunadas. Ésta es, desde 1978, la cuarta edición entre nosotros de Jerusalén, ida y vuelta. El magnífico trabajo de Miguel Martínez-Lage, que sobre todo ahorra al lector español el esbozar a cada paso hipótesis interpretativas sobre lo que Bellow ha querido decir, muestra también esa combinación tan personal de lo cotidiano, lo profundo, lo lírico y lo cómico que en Bellow se entrelazan de modo sutil y único. Esa excelencia nos recuerda la necesidad de poner al alcance del público alguna de las obras mayores del autor, sobre todo Herzog, El legado de Humboldt y Henderson, el rey de la lluvia, en una traducción que permitiese el máximo disfrute.
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