_
_
_
_
_
Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dinamita para todos

Javier Vallejo

Agarra frontalmente los clásicos del siglo XX y mantiene un cuerpo a cuerpo limpio y franco con ellos. Frank Castorf, el director de la RDA que se hizo cargo de la Volksbühne tras la caída del muro y la abrió de par en par a los jóvenes (dándoles espectáculos con pegada y al precio de una entrada de cine), apasiona a la mayoría de los espectadores y echa del patio de butacas al resto. Me acojo al tópico: sus adaptaciones de novelas de Dostoievski y Bulgákov, y sus puestas al día de los dramas de Tennessee Williams Dulce pájaro de juventud y Un tranvía llamado deseo no dejan indiferente a nadie. Lo que hace un par de años y medio hizo con esta obra, que en el imaginario colectivo parecía haber quedado ligada para siempre a la volcánica interpretación cinematográfica de Marlon Brando, es, sencillamente, extraordinario. Desnudó las paredes, arrancó la moqueta y convirtió el minúsculo apartamento de la pareja Stelle Du Bois-Stanley Kowalski en un lugar diáfano y listo para que los acontecimientos sucedieran a fecha de hoy, sin nostalgias sureñas, sin melodrama, sin nada de lo que buscan quienes desean que, como a niños, se les cuente el cuento de siempre lo más parecido posible. No digo que Castorf renuncie a los tópicos: al contrario, los cosecha, para realzarlos en un contexto irónico. En Endstation Amerika (título de su versión de Un tranvía

...), Mitch, el enamorado de Blanche Du Bois, lleva sombrero tejano; Kowalski no es un sargento del ejército estadounidense, sino un ex activista del sindicato Solidaridad, que no pierde ocasión de contar batallitas supuestamente libradas junto a Lech Walesa, y Blanche, en vez de escuchar como una voz interior, recidivante, la polca que bailó junto a su primer novio antes de que se suicidara, escucha una marcha eslava de evocaciones heroicas, alucinación auditiva inducida por las peroratas de Kowalski.

A Castorf no le importa tirar por la calle de en medio. En Endstation Amerika sustituye el arranque de Un tranvía llamado deseo por una balada cantada en vivo, para entrar directamente en materia: llega Blanche a casa de su hermana después de larga separación y comienza el diálogo entre ellas sin que las actrices interpreten la emoción del encuentro, los abrazos, las palabras de tanteo. Cuando la música, al principio muy baja y fuera de escena (parece que alguien se hubiera dejado puesta la radio en las oficinas del teatro) comienza a subir, Blanche pregunta a sus anfitriones: "¿No la oís?", y éstos le responden que no tapándose al unísono los oídos, mientras alcanza un volumen que hace retumbar la platea.

Establecido el choque entre

el rocoso marido de Stelle y la hipersensible Blanche como tema principal, Castorf ensaya mil variaciones con libertad absoluta. Sin traicionar a Williams: sus acotaciones se proyectan íntegras entre escena y escena en la pantalla de sobretitulación, y al esqueleto de su obra no le falta un solo hueso. Pero sostiene otra carne. El Kowalski de Henry Hübchen, actor en la cincuentena, nada tiene que ver (felizmente) con el del joven Brando, y Silvia Rieger luce un pelucón rubio platino que aproxima la imagen de Blanche a la de Marilyn Monroe, tan sexual y frágil como ella. Ambos intérpretes, como el resto, entran en sus personajes a saco, y al mismo tiempo los manejan con distancia envidiable. Su técnica es equivalente ala de los cantantes calmucos: una sola garganta emite dos voces a la vez.

La actitud del director, también comprometida y distante, le permite incrustar en la obra un homenaje a Psicosis, multiplicar su violencia y quitarle el melodrama sobrante. Endstation Amerika hubiera pasado inadvertida por el Festival de Otoño de Madrid de no ser porque el público la hizo correr de boca a oreja: los medios de comunicación apenas dieron noticia. Por lo que he podido leer de la crítica extranjera, Forever Young tiene una calidad similar, y su breve paso por Barcelona merece mejor suerte. Repiten dos intérpretes de Endstation: Fabian Hinrichs y la sensual y premiada Kathrin Angerer. El reparto incluye a Martin Wuttke, ex director del Berliner, conocido en España por su muy buen trabajo en una obra pretenciosa: Artaud recuerda a Hitler en el Romanische Café.

Forever Young. Barcelona. Teatre Nacional de Catalunya. Del 28 de junio al 1 de julio.

Una imagen del montaje de 'Forever Young', de Frank Castorf.
Una imagen del montaje de 'Forever Young', de Frank Castorf.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_