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Reportaje:Eurocopa 2004

El efecto checo

A la luz de lo que ha hecho, la República Checa ha despegado un fútbol imprevisto, como si el resto de los equipos sintiera pudor ante su ejemplo

Santiago Segurola

Han sido días magníficos de fútbol, tras la inquietud que produjo el mediocre inicio de la Eurocopa. El cambio obedece a muchos factores, algunos de ellos extrafutbolísticos. Los mejores partidos han sido nocturnos, lo explica la influencia de la temperatura en un juego que soporta mal el bochorno. Ha sido importante también la liberación de los jugadores después de las tensiones del arranque. El estado de necesidad ha obligado a algunos equipos a sacar una inesperada generosidad, como ocurrió con Italia y Portugal. En cambio a España no le benefició ni el descenso térmico, ni su crítica situación tras el empate con Grecia. Cada partido lo jugó peor que el anterior. Todo un caso de incompetencia, lo contrario que los checos, el equipo que definitivamente ha cambiado el curso de la Eurocopa.

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Todos somos checos, del equipo que ha remontado la derrota en cada partido, del equipo intrépido que juega con optimismo, descaro y riesgo, del equipo que nos devuelve la esperanza del buen fútbol. Los checos han contagiado a la Eurocopa de entusiasmo. Hasta Alemania, la última selección que invita a pensar en algo decente del juego, se empleó con grandeza en su último partido, el de la eliminación. Frente a la República Checa, naturalmente. Con un solo titular en sus filas, los checos predicaron el mismo mensaje que en el duelo con Holanda. Puede que sea una selección vulnerable, con lagunas defensivas que algún rival aprovechará tarde o temprano, pero hay algo poético en un equipo que juega para la gloria. Es magnífico que suceda en estos tiempos, cuando todos los equipos pretenden parecerse a los demás.

A la luz de lo que ha hecho la República Checa ha despegado un fútbol imprevisto, como si el resto de los equipos sintiera pudor ante el ejemplo de la selección que dirige Brückner. Inglaterra, siempre agarrotada en los grandes torneos, ha ofrecido momentos muy interesantes, interpretados por unos jugadores que se distinguen por su versatilidad. Francia ha engrasado poco a poco sus piezas, a la espera de Henry, cuyo registro en la Eurocopa todavía es muy inferior al que mostró en el campeonato inglés. Poco a poco, aparecen los protagonistas del torneo, casi todos delanteros, con el joven Rooney a la cabeza. No es la Eurocopa de los defensas, eso parece claro. Quizá sea la Eurocopa de los extremos, tan desacreditados por lo que se llamó fútbol moderno. Robben, Cristiano Ronaldo, Martin Petrov, Rommedahl son la confirmación del regreso de un tipo de futbolista que estuvo a punto de desaparecer bajo el imperio de los carrileros. A Cruyff y la escuela holandesa se debe gran parte de su supervivencia. Ellos cambian los partidos con su habilidad y rapidez. No son los decorativos jarrones chinos que alguno proclamó. El fútbol español, que ha privilegiado esta raza de jugadores en los últimos diez años, lo sabe muy bien. El problema es que los extremos españoles se han tapado en Portugal. No como los otros.

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