'All you need is love'
En Marruecos, en medio de cualquier carretera desierta, uno se encuentra de vez en cuando una señal de tráfico. La ves venir de lejos porque no hay absolutamente nada más -o sí, aunque de momento el conductor no se percate. Es un punto en medio del vacío, algo que crece por momentos y que, al primer vistazo, no tienes ni idea de lo que puede ser. Hasta que tus ojos, cansados ya por el sol y el polvo, perciben como una alucinación la señal de stop, o de paso de animales, o de carretera estrecha, algo que tienes claro desde hace horas. Al conductor le parece, ciertamente, un espejismo, pero aprieta el freno por si acaso y una nube de polvo envuelve la escena y uno ya no sabe dónde está. Pero, de repente, algo se mueve. No es la señal, claro, sino un grupo de tres o cuatro hombres que se protegían del sol precisamente en la ínfima sombra proyectada en el suelo. Nunca sabremos cuánto tiempo hace que están ahí, ni exactamente qué están haciendo en medio de la nada. Pero están.
Algo parecido vi el otro día en el Fórum. No eran marroquíes, sino un grupo de señoras entradas en años que se protegían de un sol de justicia en la sombra de una de las torres de bafles preparadas para el espectáculo Moure el món, que se realiza cada noche. En el instante en que las vi, me vino a la cabeza esa otra imagen del desierto y también me pregunté cuánto tiempo llevaban así, agazapadas, las unas contra las otras, como un rebaño, y qué estarían haciendo allí. ¿Esperaban algo? Me cansé de mirarlas y como no se movían las dejé. Más tarde comprobaría que la sensación de desierto era bastante parecida a la que experimenté por los bordes del Sáhara; pero, sinceramente, hubiera dado media costilla para cambiar de decorado.
Me tocaba ir al Fórum y lo quería hacer con el ánimo lo más positivo posible. Para ello utilicé el transporte marítimo, que siempre te despeja la cabeza y te da unas miras más anchas. Hay un catamarán que sale prácticamente cada hora del Moll de la Pau y que en 40 minutos te sirve una panorámica de la ciudad y te deja en el Moll de la Marina. Era el último día de clase y aún se veían bandadas de adolescentes vestidas con la parte alta del biquini y comiendo bocatas a la intemperie. Pocos turistas, por cierto, y mucha excursión de jubilados, que corroboró lo que me había contado el gerente del catamarán: "Apenas hay extranjeros que paguen la entrada: el Fórum lo levanta la gente de aquí". Lo comprobé al bajar del barco, lleno de turistas, del que sólo nos bajamos dos señoras y yo. El resto dio medio vuelta para regresar a la ciudad. "No me lo puedo permitir", me decía un hindú que lleva 35 años viviendo en Barcelona. "Lo miraré de lejos", me decía sonriendo mientras atracábamos.
¿Sabe este señor que, con un poco de suerte, quizá al final se pueda entrar gratis en el Fórum? Aunque no sé si les hará mucha gracia a los que hayan pagado 200 euros para oír a tal o cual orador, mientras que a su lado habrá uno que, por la cara, lo oirá por el solo hecho de que haya butacas vacías. La cuestión es llenar. Pero ¿era realmente eso lo que pretendían los organizadores? ¿Público? ¿O ahora ya es sólo la diversión? Vine i et divertiràs, anuncia la propaganda televisiva.
Entro, pues, en el recinto y como me quiero divertir me voy directa al cabaret. El cantante de la orquesta nos recibe con un "¡bienvenidos a la farsa del Fórum! Tenéis cara de cansados y aburridos". Música a toda marcha. Y sigue: "Ustedes que han pasado un día aquí, ¿se han enterado de lo que es el Fórum? Nosotros llevamos mucho más y aún no lo sabemos". El público no sabe si reír y se miran unos a otros. Son excursiones de jubilados que a esa hora de la tarde aguantan cualquier cosa mientras sea en una silla. Y en la sombra, claro. "¿Os lo creéis o qué, eso del Fórum?", continúa el chico a ritmo de rock. "¡Contra los políticos que se han vendido la moto!". Grita a pleno pulmón. Y continúa el presentador: "¿No se han evaporado con el sol y el asfalto?". La presentación es lo mejor del espectáculo. Una vez fuera, entro en la tienda de souvenirs que me cae al lado y contemplo las camisetas con el sobado all you need is love pintado en el pecho. Tras ver a los guerreros, etcétera, etcétera, me voy a coger el metro y no puedo dejar de pensar en la conversación que tuve hace unos días con Joaquín Chanque, presidente de la Asociación Cultural Rieba Pua de Guinea Ecuatorial, una de las sociedades pioneras de Barcelona, fundada hace más de 30 años por Joaquín cuando llegó desde Guinea con la esperanza de una vida mejor. Me contaba Joaquín que desde enero están sin local porque no pueden pagar el alquiler, que reciben una subvención anual de 1.200 euros que no les llega para nada y que ahora realizan las actividades donde pueden. "Antes íbamos a los centros cívicos, pero desde que están en manos privadas cierran los fines de semana, que es cuando nosotros podemos participar". Hace cuatro meses solicitaron un espacio a Servicios Personales del Ayuntamiento, pero no les han contestado. Joaquín, que además es vicepresidente del Consejo de Emigrantes del Ayuntamiento de Barcelona, se queja de la falta de sensibilidad del Fórum para con las asociaciones de inmigrantes de la ciudad. "No quisieron nuestra colaboración. Todo lo querían de fuera. Y ahora que no les funciona nos llaman, y con tan poco tiempo no podemos preparar nada bueno". Así están las cosas.
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