Ha nacido una orquesta

Lo han conseguido. Ha sido un bautismo de fuego o una puesta de largo, según se mire. Al Ayre español ha pasado de ser un grupo de alta cualificación en la interpretación de la música antigua a convertirse en una orquesta barroca: joven de apariencia y espíritu; de una alta madurez en los criterios y habilidad de ejecución. El Auditorio de Zaragoza ha acogido a la orquesta como suya, la Diputación de Aragón reivindica su condición de madrina. El gran músico Eduardo López Banzo se ha erigido en profeta en su tierra. ¿Un cuento de hadas? Pues más o menos

Habían hecho algún tanteo con acercamientos a Vivaldi o Scarlatti, pero su lanzamiento en sociedad se ha producido estos días con Aci, Galatea e Polifemo, una obra juvenil de Händel, del periodo napolitano, que rebosa hermosura y espontaneidad por todos sus costados. López Banzo dirigió con una sutileza fuera de lo común, transmitiendo una energía irresistible a músicos y cantantes. La orquesta respondió a las mil maravillas, como si llevasen en esta historia las mil y una noches. Todos los instrumentistas, sin excepción, rozaron la excepcionalidad. El año próximo irán con un händel a Halle, tierra natal del compositor. No es un atrevimiento, sino una cuestión de sentido común.

Desafío

Los cantantes se implicaron con ganas en la magnitud del desafío. La mezzosoprano Lola Casariego, por ejemplo, lleva un año espléndido y no desaprovechó la oportunidad para volver a sacar a la luz su fino y luminoso sentido melódico barroco; el sorprendente bajo-barítono Joan Martín-Royo se movió con la misma desenvoltura en los aspectos expresivos que en la limpieza del fraseo; la soprano Katia Velletaz puso en juego continuamente su afortunado y convincente instinto musical.

Ha nacido una orquesta en Zaragoza, bajo la mirada feliz del director del auditorio, Miguel Ángel Tapia, y con la entrega de un público totalmente consciente de que estaba viviendo un día seguramente histórico. El Barroco sigue ganando terreno en nuestro país. Es una buena noticia.