Qué tontas
La joven periodista se llevaba trabajo a casa. Tenía que localizar a algunos personajes para hacer entrevistas. Esta tarde llamó a una mujer con fama de batalladora, de feminista, de simpatizar con la izquierda en los años del franquismo. La periodista joven estaba un poco nerviosa cuando habló con esta mujer, porque era una mujer que casi le triplicaba la edad y tenía una voz potente e imperiosa, que a la periodista joven le acomplejaba. Para colmo, el bebé de la periodista rompió a llorar y prácticamente toda la conversación en la que acordaban el lugar en el que hacer la entrevista se hizo con los berridos de fondo. Al día siguiente, mientras la joven periodista comprobaba que el casete esta vez sí que funcionaría, la antológica señora de rompe y rasga, la luchadora, le echó una buena bronca. Le vino a decir que si uno quería tener una verdadera carrera profesional tenía que olvidarse de tener hijos, que los llantos de un bebé como fondo de una conversación de trabajo es una cosa lamentable. Ay, qué fatiga sintió la periodista joven. Le subieron los colores y se debatió entre pensar que aquella tipa era de una crueldad que no podía ser progresista y la duda de si era cierto, si había algo que sobrara: el niño o el trabajo. Conozco bien a esa joven porque era yo en otro tiempo de mi vida, pero podía haber sido, puede ser, de hecho, cualquier mujer. Cualquier mujer que se apura ante su jefe pidiéndole salir un poco antes del trabajo porque el niño está enfermo, cualquier mujer que se pierde el baño del niño algunas noches, cualquier mujer que llega ligeramente tarde al trabajo porque le falló el canguro a última hora. Cualquiera que sienta que la excusa del niño siempre es contemplada con un poco de molestia por parte de los superiores, haciéndole ver que la madre trabajadora es una trabajadora a medias. Tantos nervios a la hora de mendigar el poder marcharse a casa un poquito antes para llevar al niño al médico y luego resulta que la excusa más fácil, la que todo el mundo comprendería, es que en la tele hay un partido de fútbol fundamental. A nuestros políticos, por ejemplo, no les dio ninguna vergüenza dejar el Parlamento vacío. Ay, si hubiéramos sabido que esa excusa no sólo funcionaba sino que caía en gracia. Qué tontas.
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