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Columna
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Hammerstein

Dudé hasta el final si escribía o no para hoy una columna a propósito de la singular carrera política de David Hammerstein, flamante eurodiputado verde que concurría a las recientes europeas en la lista del PSOE, y lo que escribió JJ Pérez Benlloch en estas mismas páginas me ha inclinado a hacerlo, incitándome, además, a decir que no creo justa la opinión de que Hammerstein habría obtenido el acta a consecuencia del "más grande de los braguetazos ecológicos"; pues me parece que es banalizar y despachar sin más lo que no es sino una muestra de eficacia política personal que, como siempre -y que se escondan de las piedras los que teniendo éxito político pretenden que todo es luz en su camino-, es fruto de un consorcio de luces y sombras (a veces, incluso, inconfesables).

El caso de Hammerstein es casi tan prodigioso como el de Eduardo Zaplana (a quien siempre he tenido como un auténtico lince de la política), pues ambos comenzaron aquí en la CV (hija del histórico Reino de Valencia y del moderno País Valenciano, ¿verdad?) adquiriendo el marchamo político de valencianos por la vía conyugal; los dos eran, pues, forasteros, aunque David viniera de más lejos que Eduardo -de EEUU, pasando por Israel e Italia-, y éste, sólo de Cartagena a Benidorm, y de allí a València; y los dos, al parecer, iban de paso por aquí, pues Eduardo, al final, se fue a Madrid, y David a Bruselas-Estrasburgo-Luxemburgo, de cuyos lugares nadie sabe si algún día se volverán a ir. Por cierto, quien piense que escribo con ironía se equivoca, pues estas dos biografías no se han construido clandestinamente; gozaron de apoyos y asentimientos de entidad, son legales, y, vamos, legítimas, y si me lo permiten, de admirar si uno no se deja vencer por la envidia.

David pertenece a una familia de judíos polacos instalados -quizás, o seguro que no por gusto-, en EE UU y, por tanto, con imaginario vital suficiente para hacerse un sitio donde quiera que vaya, porque es inteligente, brillante, sabe lo que quiere y calcula correctamente riesgos y apuestas. Vamos, que como político valenciano de adopción supera en varias cabezas al conjunto de conversos, moros bautizados, cristianos viejos y laicos con y sin causa que pueblan la política valenciana.

Yo le conocí gracias a su compañera valenciana, que trabajó conmigo en un proyecto editorial; y después supe que incluso hacía algo en sus ratos libres que yo todavía hago cuando me visitan amigos judíos: hacer de cicerone y narrarles la geografía urbana de la judería medieval valenciana.

Recuerdo que cuando fue candidato por EV en coalición con el BNV en el 99, los dirigentes nacionalistas me pidieron (cuando ya era tarde) ideas para la campaña. Les dije que su mejor (única) baza era Hammerstein: es brillante, ocurrente, comunica muy bien con ese valenciano de inocultable fonética de american english y es la demostración más fehaciente de que el carisma es algo imprescindible para atraer los votos de los que calculan, dudan, y finalmente, con mala conciencia, pero implacablemente, votan útil. Y es ecologista, les dije. Pero ya era tarde, y además, cuando se subió al tándem Mayor, se rompió la bicicleta. Nunca averigüé si David continuó pedaleando solo y marchando con una sola rueda, pero el desenlace de la historia parece indicar que sí. Que Hammerstein haya conseguido un puesto en el PE, arrancado a los avaros del PSOE, y que esté ya en el Grupo Verde Europeo es una lección magistral para los que no alcen(m) un gat pel rabo. ¿O no?

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