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Columna
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Un gran salto de calidad

Josep Ramoneda

Entre el PSC y el PSOE hay un malestar que tiene factores crónicos -las dos realidades nacionales circunscritas en que se mueven- pero también factores coyunturales. Las dos partes no tienen una valoración coincidente del peso real de cada cual. El PSC entiende que su aportación a los últimos resultados victoriosos del PSOE es muy importante. El PSOE sostiene que su posición fue determinante para la formación del tripartito en Cataluña, al cargar con esta cruz aun sabiendo que podía tener costes electorales para ellos, y sobre todo que quien tira del carro electoral es Zapatero, que también en Cataluña es el líder más valorado.

Ambos tienen su parte de razón. El PSC aporta al PSOE un número de escaños decisivo para su mayoría de gobierno. Y puede, además, argumentar que la alternancia en Cataluña fue la señal de partida del proceso de cambio en toda España. Pero el PSOE tiene buenos motivos para sugerir que Zapatero tiene mucho que ver con los magníficos resultados del PSC. ¿Quién da más votos: el PSC al PSOE o el PSOE al PSC? La intrincada relación entre el PSC y el PSOE hace que esta pregunta sea casi imposible de responder. Sin embargo, los datos juegan más bien a favor de Zapatero. El PSC ha obtenido en Cataluña dos excelentes resultados en las dos últimas elecciones de ámbito español. Mucho mejores que en las elecciones autonómicas. En comparación con sus adversarios, a los que ha distanciado hasta doblarlos en las europeas, pero también en comparación consigo mismo.

La lista de Maragall sacó 1.031.454 votos en las autonómicas, con una participación del 62,54%. En las elecciones generales, la participación aumentó algo más del 13% (hasta llegar al 75,96) y, en cambio, la lista socialista liderada por José Montilla subió más del 50% hasta alcanzar la cifra récord de 1.586.748. En las elecciones europeas la participación cayó más de 22 puntos respecto a las autonómicas (hasta el 40,25%). La lista que encabezaba Josep Borrell sólo perdió el 14% de votos respecto al resultado del 14-M (quedó en 898.491).

Son muchos los elementos que componen un resultado electoral. En dos partidos tan entrelazados es difícil distinguir el peso del partido, el del Gobierno, el de Maragall, el de Montilla, el de Zapatero y, en el caso del 14-M, el de Aznar, que fue un excelente factor para los socialistas catalanes. Pero los datos confirman que el PSC sigue consiguiendo sus grandes movilizaciones cuando el Gobierno español está en juego y que podría equivocarse si su estrategia se asienta sobre el principio de que es más necesario el socialismo catalán para Zapatero que Zapatero para el socialismo catalán.

Amainaba el debate sobre las selecciones deportivas y ahora Maragall anima el ambiente provocando a Zapatero con su identificación con el plan Ibarretxe y reintroduciendo la reivindicación de un grupo parlamentario propio para el PSC. Maragall, desde antes de llegar a la presidencia, tenía en la cabeza la fantasía de ir a redimir a los vascos. Creo que se debe presentar como positivo que haya tardado tanto tiempo -quizá ayudado por el error de Carod- y que, de momento, su aportación se limite a este gesto de comprensión con el lehendakari. La visita de Maragall se produce en un momento en que se ha abierto una vía positiva de trabajo entre el Gobierno de Zapatero y el PNV, que dará frutos visibles pronto. Esperemos que la incursión de Maragall no lo estropee.

La segunda cuestión, la del grupo parlamentario, tiene su relevancia limitada porque en el pacto de fusión PSC-PSOE los socialistas catalanes adquirieron el compromiso de votar siempre lo mismo que el PSOE. Los socialistas perdieron el grupo después del golpe de Tejero: este hecho solo ya es de por sí una razón para que lo recuperen. Pero en este momento, cuando Zapatero ha abierto las puertas de las reformas constitucionales y estatutarias, ¿hay que apretarle con una exigencia que convertiría al PSOE en segundo grupo de la Cámara detrás del PP? Lealtades aparte, sé perfectamente que la política es "complicidad sin amistad", creo peligrosa para el propio PSC una estrategia que consiste en lanzar propuestas antes de tenerlas suficientemente trabajadas y pactadas. Cuando llegue el momento de los noes se acumularán las frustraciones y, aunque este país es muy raro, no estoy convencido de que el PSC salga beneficiado. Ahora o nunca, dice Maragall. Ésta quizá es la clave de su subida a la red. Siente que el PSC está más fuerte que nunca y tiene un doble miedo: de que esta fuerza sea insuficiente frente al Gobierno del PSOE y de que el PSC crea que ya ha llegado la cumbre y no haga la renovación que tiene pendiente. Maragall viene a decir: "Somos el partido más fuerte, pero no basta: ahora tenemos que ser el partido de la mayoría".

Un día sí y otro también, vemos abrir los telediarios con las selecciones nacionales, el catalán en Europa, los papeles de Salamanca y ahora el grupo parlamentario socialista. Está muy bien, pero ese sonsonete lo teníamos ya con la mayoría anterior. Es la eterna canción que va incorporada a la púrpura y se transmite de presidente a presidente. Sin embargo, algunos, entre los que me cuento, esperábamos a Maragall en otro territorio, que no tendría que ser incompatible con la mística del cargo, salvo que ésta sea castradora. En el territorio de la verdadera modernización del país, como supo hacer con Barcelona: un gran contrato que movilice a instituciones y ciudadanos en una apuesta por un país de alta calidad educativa, científica, cultural y convivencial. Con un gran esfuerzo en idiomas e informática en las escuelas, con becas de verdad, con proyectos de investigación integrados internacionalmente, con políticas que incentiven el desarrollo de los sectores más reconocidos, etcétera.

Esto quiere decir dinero y, por tanto, financiación, que es de todos los asuntos pendientes con el Gobierno español el verdaderamente importante. Se gastan muchas energías presionando a Zapatero por cuestiones más simbólicas que efectivas y el propio Zapatero se confunde pensando que a los catalanes se nos acalla dando propinas como el castillo de Montjuïc. Ahora que los últimos resultados han redimido a Maragall de las sombras e inseguridades que le dejó el 16-N, estaría bien verle concentrado en impulsar un gran salto de calidad.

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