La historia se repite
Los resultados de las tres elecciones celebradas este año en Andalucía, las generales y autonómicas del 14 M y las europeas del 13 J son tan fáciles de interpretar como difíciles de explicar. Fáciles de interpretar porque los resultados son tan rotundos que sobran los comentarios. El PSOE gana y todos los demás pierden. Aunque tanto IU como el PA mantuvieron sus escaños en el Parlamento de Andalucía, ambos perdieron sus parlamentarios en el Congreso de los Diputados y han visto retroceder su presencia de manera dramática en el Parlamento europeo. El PP, por su parte, ha bajado de manera clamorosa en las tres consultas, distanciándose de manera espectacular del PSOE. Y esto tanto con una participación alta como con una participación baja. Es decir, en cualesquiera circunstancias meteorológicas.
No parece que en una legislatura se pueda alterar de manera significativa el resultado electoral de este año
Ahora bien, si la interpretación de los resultados es fácil, no lo es en absoluto la explicación de los mismos. ¿Cómo es posible explicar que un partido que empieza a gobernar en mayo de 1982 con mayoría absoluta, que mantiene esa mayoría absoluta durante algo más de diez años, hasta 1994, y que la pierde durante los diez años siguientes, la recupere en marzo de 2004 y de manera estable, como han venido a confirmar los resultados de las elecciones europeas del pasado domingo? ¿Cómo se puede explicar la regeneración de un partido tras la ocupación del poder durante más de 20 años y la degeneración simultánea de todos los partidos que han estado en la oposición durante todo ese tiempo?
Lo que está ocurriendo en Andalucía desafía toda lógica. Que un partido experimente, como experimentó el PSOE, un deterioro perceptible en su posición hegemónica en la primera mitad de los noventa y que haya sido capaz de recuperar dicha posición hegemónica e incluso de reforzarla sin cambiar siquiera de liderazgo, no es fácil de explicar. Máxime si tenemos en cuenta que Manuel Chaves llega a la presidencia de la Junta de Andalucía como consecuencia de una decisión que adopta el entonces vicepresidente del Gobierno y vicesecretario general del PSOE, Alfonso Guerra y que, apenas es elegido presidente, empieza la erosión de la hegemonía socialista, muy marcada por el propio declive político de Alfonso Guerra. Todo parecía indicar que Manuel Chaves era un dirigente de un equipo político, nucleado en torno a Felipe González y Alfonso Guerra, que había entrado en crisis y que su destino sería el mismo que el de los demás miembros del equipo. Sin embargo, no sólo no sería así, sino que hemos asistido a una recuperación asombrosa . Si alguien en los años noventa se hubiera atrevido a pronosticar que Manuel Chaves sería reelegido por quinta vez presidente de la Junta de Andalucía por una mayoría absoluta holgada, todo el mundo habría considerado que se había vuelto loco. Y sin embargo es lo que ha ocurrido. Y lo que previsiblemente va a volver a ocurrir en 2008. Tal como está el patio político andaluz, no parece que en el espacio de una legislatura se pueda alterar de manera significativa el resultado electoral de este año.
No querría ser injusto y minusvalorar el trabajo que han desarrollado los dirigentes del PSOE-A en general y el presidente de la Junta de Andalucía en particular, pero no creo que se pueda explicar la recuperación de la hegemonía del PSOE no ya de manera exclusiva, sino ni siquiera prioritaria, por su conducta. Ha habido, sin duda, aciertos y aciertos notables en la dirección política de la Junta de Andalucía. Pero han sido, sobre todo, los desaciertos ajenos, los que han hecho posible que el PSOE se recuperara y se convirtiera en el punto de referencia casi exclusivo desde una perspectiva política de la sociedad andaluza. El PSOE lo ha hecho bien, pero los demás lo han hecho rematadamente mal. De lo contrario, no podríamos encontrarnos donde nos encontramos.
En 2004 estamos de nuevo en una posición muy parecida a la de los comienzos de la autonomía andaluza. A partir de los resultados de las elecciones constituyentes de 1977 y de las generales y municipales de 1979, nada parecía indicar que el PSOE iba a ser el partido superhegemónico de 1982. Fue el suicidio de todos los demás partidos el que permitió que el PSOE ocupara casi todo el espacio político. UCD se suicidó con su posición en el referéndum del 28 F . El PA se suicidó con el Pacto Martín Villa-Rojas Marcos . Y el PCE se suicidó con sus enfretamientos internos, que lo situarían como un partido casi extraparlamentario en las elecciones de 1982. El PSOE ganó de manera abrumadora en mayo de 1982 porque compitió prácticamente solo. Los demás partidos concurrieron, pero no compitieron realmente en aquella consulta. Ni en las posteriores de los años ochenta. Hasta 1994 no se produciría una auténtica competición electoral, en la que se puso en cuestión no la mayoría, pero sí la hegemonía socialista en nuestra comunidad.
En 2004 parece que la historia se repite. El PP en Andalucía está desfondado y corre el grave riesgo de desmoronarse. Tiene parlamentarios, militantes, sedes, pero carece de proyecto político. No tiene absolutamente nada que decirle a la sociedad andaluza, que está empezando a darle la espalda y a dejar de considerarlo un interlocutor con el que contar para la solución de sus problemas. IU está inmersa en una crisis en toda España, a la que cada vez se le ve más difícil salida. El retorno de Julio Anguita que se apunta en la prensa este fin de semana, no creo que sea presagio de nada bueno. Y el PA tiene por delante un Congreso en el que puede ocurrir cualquier cosa, aunque no parece que vaya a ocurrir nada bueno. O se corrige el rumbo, y pronto, y se pone fin a ese vértigo suicida o vamos camino de un nuevo ciclo largo de hegemonía socialista en Andalucía.
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