Si todos nacemos inteligentes, ¿por qué tenemos cara de tontos?
No estamos acostumbrados a que nos traten como seres inteligentes. Ahí la sorpresa. Porque eso fue lo que hizo Humberto Maturana en uno de los diálogos del Fórum -Los conflictos en la vida cotidiana- y casi nos da un infarto de la impresión. Este sabio biólogo chileno nos emocionó con sus palabras y nos pareció un extraterrestre llegado de mundos imposibles. Un científico implicado en la cotidianidad de la condición humana, en una época poco dada a compromisos. Una voz sencilla y cálida. Una presencia humilde y entrañable para un pensamiento profundo. ¡Y le entendimos! ¡Vaya si le entendimos! ¿Quién dijo que la ciencia no se entiende? Comprendimos que las emociones y los deseos fundamentan nuestro vivir. Comprendimos que tenemos parte de responsabilidad en todo lo que atañe a nuestras vidas. Comprendimos que las ganas de participar -eso que tantos españoles practicamos tras el 11 de marzo- es el fundamento de la convivencia. Su propuesta de entender la democracia como una obra de arte, como una cuestión de confianza y responsabilidad -no de autoridad y mando-, debería ser asignatura habitual en escuelas y parlamentos. No vimos a ningún político por allí, qué lástima que desaprovechen estas oportunidades.
El profesor Maturana es una exquisita rareza, una especie a proteger. Estamos seguros de que nuestro querido Rodríguez de la Fuente le hubiera dedicado varios programas antológicos. No es fácil encontrar una voz como la suya, hablando de responsabilidad en una sociedad cada vez más infantilizada, que confunde la hipócrita tolerancia bienpensante -el cuchillo escondido en el hueco de la mano- con el verdadero respeto. Este travieso profesor -septuagenario de pelo revuelto y al que le brillan los ojos- no es uno de esos cocineros que nos matan de hambre para lucimiento personal. Su receta es una combinación de estos naturales ingredientes: todos nacemos igual de inteligentes -lesiones orgánicas aparte-, todos nacemos igual de amorosos y todos queremos lo mismo. Otra cosa es que no todos tenemos las mismas oportunidades para desarrollar esas capacidades, que sólo el amor expande. En cualquier caso, ¿qué sucedería si los absolutistas de la genética soltaran sus certidumbres deterministas y dejaran de utilizar el cajón de sastre molecular para sentenciar a las personas? Estamos seguros de que sabrán ustedes usar su inteligencia para encontrar una respuesta.
Lo dicho, que al profesor lo entendimos. Lo que no entendimos es por qué se vende como un diálogo entre tres ponentes lo que no fueron más que tres monólogos alternantes a preguntas del moderador. Atónitos estábamos. Si el diálogo es transformación en la convivencia, de allí no salió nadie transformado, puesto que no hubo diálogo. Tres voces perdidas en el oleaje de una programación que nos vende intercambio y nos ofrece discursos -apasionante el de Maturana, por si no había quedado claro-. Y parió la abuela, puesto que la organización del evento se puso estupenda y cerró el acto en el auditorio dándose un homenaje a sí misma. Por eso, nos atrevemos a pedir algo más de disimulo para aquellos que están tan encantados de conocerse. Visto lo cual, nos preguntamos qué habrá quedado de todo aquello que el profesor intentó transmitirnos acerca del respeto, la responsabilidad y el amor. Con razón insiste en aclarar: "Yo me hago responsable de lo que digo, pero no de lo que ustedes oyen". Demasiada gente, para tan poca foto. Demasiado peinado, para tan poca cabeza. Y, ya puestos, demasiado caro todo. Y es que Barcelona y yo somos así, señora.
Accidents Polipoètics son Xavier Theros y Rafael Metlikovez
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