'La vida es sueño': naturaleza, moral, política
Decía Gracián que hay mucho que saber y es poco el vivir, y que no se vive si no se sabe. Creo que el aforismo es perfecto para entender el trabajo filológico de Domingo Ynduráin, animado siempre por un dinamismo intelectual parejo al que alienta en la cita. No se puede entender de otra manera que un reputado especialista en Calderón, que ya había editado la obra en 1989, vuelva 15 años después a ofrecer una edición del mismo texto que renueva la anterior tanto desde el punto de vista ecdótico como en la aproximación literaria que propone. La novedad fundamental radica en el método propuesto: instalarse en la mentalidad y en las convenciones de la época para entender cabalmente el texto.
LA VIDA ES SUEÑO
Pedro Calderón de la Barca
Edición de Domingo Ynduráin
Biblioteca Nueva
Madrid, 2004
241 páginas. 8 euros
Como de literatura se trata, parece de cajón comenzar por la descripción genérica, la de la tragedia como obra que purifica a los oyentes mediante la catarsis, mediante la exhibición de las pasiones. Y como en toda obra teatral hay unos personajes principales, también los disecciona Ynduráin, señalando a la soberbia como factor diferenciador de casi todos ellos. El contrapunto es que, siempre que alguno de los protagonistas se humilla, sale con bien y accede a un nivel superior. "Y esto es lo propio del hombre y del hombre cristiano" (página 26), con lo que al final se recupera la armonía perdida. Los procedimientos literarios confluyen con el sustrato ideológico de la obra (estudiado también con finura en un reciente ensayo de Moreno Castillo, asimismo de Biblioteca Nueva). Y las correlaciones se apuran hasta los rasgos de estilo, algunos de los cuales -como es el caso del trueque de atributos- permiten a Calderón establecer nuevas correspondencias de manera mecánica, tanto entre los distintos niveles o círculos del Universo, como en el ámbito social o en la esfera más estricta del individuo.
Todo lo anterior apunta a una dimensión simbólica que es siempre evidente en la literatura barroca, y en el caso de Calderón clarísima. Por eso se lee con sumo gusto el apartado dedicado al estoicismo cristiano, a cuyo comienzo nota Ynduráin otra de las aparentes contradicciones de la obra: en un texto encaminado a demostrar que el hombre posee una dimensión trascendente, apenas si hay dos o tres referencias directas a la religión, a buen seguro porque en la España del XVII la religión está presente sin necesidad de invocarla. Por eso mismo, porque la moral natural y la moral cristiana confluyen en Calderón, Segismundo se equivoca al atender sólo a las leyes materiales de la naturaleza, sin tener en cuenta la dimensión moral del hombre.
Tampoco se puede olvidar la vertiente política del barroco, y de Calderón en particular. Por ello en los dos últimos apartados desbroza Ynduráin, con finura de maestro, el entramado político que permea la historia ejemplar contada en la tragedia: el paso del problema general de la justicia y la libertad a otro más concreto, el de los límites del poder del príncipe. No cabe sino recomendar encarecidamente la lectura.
Universidad de La Coruña.
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