Amenidad garantizada
Pedro Mexía nació en Sevilla y pasó allí casi toda su vida, con la única excepción conocida de los diez años que estudió en Salamanca. Aparte de algún cargo administrativo, en su ciudad natal se dedicó a múltiples tareas literarias. En 1540 publicó esta Silva de varia lección de casi 150 capítulos. Hoy llamaríamos artículos a estos textos caracterizados por la brevedad y la diversidad, recopilados en un delicioso desorden aparente. Dado que se sitúa entre el ensayo y la narración, también puede leerse como una suerte de Mundo de Sofía. Numerosos saberes históricos se mezclan con conocimientos literarios, científicos, sociológicos, médicos, apuntes filosóficos, verdaderos manuales de cortesía y protocolo, historia del arte, curiosidades, recetas de "autoayuda"... Todo eso lo cuenta Mexía en primera persona, dejando caer de vez en cuando sus propias opiniones y con frecuentes ironías. El éxito editorial fue fulgurante. Antes de que terminara el año vio la luz una segunda edición ampliada. En los siguientes dos siglos el libro se reeditará más de cien veces, incluyendo las traducciones al italiano, francés, inglés y holandés. Después vinieron para él otros dos siglos de olvido en España. Ya en su momento tuvo también sus detractores, sobre todo los erasmistas hispanos que lo tenían por demasiado ortodoxo.
SILVA DE VARIA LECCIÓN
Pedro Mexía
Edición de Isaías Lerner
Castalia. Madrid, 2003
981 páginas. 94,23 euros
Silva de varia lección es un título inaugural, que prácticamente se va a convertir en nombre de un género literario. Las tres palabras (silva, varia y lección) son términos comunes tomados en su sentido latino. Un título parlante: "Como en las selvas y bosques están las plantas y árboles sin orden ni regla". Los asuntos se concatenan casi por asociación de ideas, sea por semejanza o por contraste. Armado de un estilo conciso, Mexía anda siempre a la caza de lo sorprendente, cuando no de lo maravilloso. Por eso es tan buen narrador. Y aunque su objetivo es la verdad, muchas veces bordea lo fantástico. El lector actual lo llevará muchas veces al terreno de la ficción, incluso cuando el asunto sea más cercano al ensayo. Por ejemplo, al hablar de los filósofos antiguos, nos cuenta que Heráclito andaba siempre llorando, mientas que Demócrito se tomaba todo a risa. Mexía los enjuicia con humor sereno: "En verdad, de estas dos locuras, que a mí tales me parecen, mejor le salió la suya a Demócrito, que como hombre que no tomaba pesar de nada, vivió ciento y nueve años". Esa sensatez es un principio de modernidad. Y como tal la aplica Mexía a cuestiones tan actuales como el secreto profesional, que a menudo incumplían los cargos municipales entre los que él se hallaba.
Todas las enciclopedias, co-
mo sugiere bellamente Isaías Lerner, están condenadas a la caducidad. Los datos científicos o tecnológicos de Pedro Mexía hace tiempo que dejaron de tener validez inmediata. Nadie piensa hoy que la sangre de los toros sea un poderoso veneno. Tampoco a nadie se le ocurre hoy comprobar la pureza del agua por métodos tan rudimentarios como los que él propone. Su valor está en que transmite tradiciones remotas, que en algunos casos se han conservado extraliterariamente en los usos populares. Libros como éste son almacenes de la memoria colectiva. En ellos se guardan muchos recursos que han vuelto a ofrecer la medicina y la farmacopea alternativas, porque forman parte de la historia de la ciencia. Por ello su lectura no debe ser sólo literaria. Algunos de sus datos curiosos pueden ser leídos a luz de la actualidad "quiero aquí escribir lo que me acuerdo haber leído que se podría hacer para haber en la mar alguna cantidad de agua dulce". Mexía describe dos sistemas de plantas desaladoras: uno de bolas de cera (la receta es de Aristóteles) y otro de filtros de arcilla (receta de Plinio). No se trata, obviamente, de la utilidad práctica, sino del acceso a nuestra historia cultural.
Hay más cuestiones que pueden interesar hoy al público general. El relato de la célebre mujer que llegó a Papa en el siglo VIII es apasionante: cómo se travistió en hombre, cómo tuvo amores con un esclavo cuando ocupaba ya el trono de San Pedro, cómo quedó embarazada y cómo dio a luz en una solemne ceremonia pontificia... Las reflexiones sobre la condición femenina, su imposibilidad de recibir las órdenes sagradas, etcétera, tampoco tienen desperdicio. Claro que, según el método de asociación de ideas, de ahí se pasa a hablar de la mujer y su capacidad de gobernar (en la persona de la emperatriz bizantina Teodora), y en el siguiente capítulo, "de las belicosísimas amazonas". Allí hay una apasionada defensa de la mujer, "como quiera que muchos hombres tengan por gala de deshacer la perfección de las mujeres". Mexía sostiene: "La verdad es que en todo género de virtudes las mujeres nos hacen a los hombres ventaja". Por último, no sé si en una época audiovisual tan desbocada como la nuestra es de aplicación un consejo como éste: "Es gracia singular el hablar poco y brevemente; y por el contrario, los habladores y parleros son aborrecibles".
Lerner da cuenta del placer intelectual que le ha supuesto localizar los textos originales grecolatinos. Visto el carácter de muchas notas, tampoco habría sobrado que tradujera los latines. Claro que el público general amante de la buena prosa siempre puede disfrutar de la erudición difícil a la manera literaria, como sucede con el Eco novelista o el Borges poeta. No olvidemos que esto que parece una curiosa enciclopedia es en realidad una miscelánea, género literario donde el conocimiento muestra su calidoscopio más atractivo. Ojalá vuelva a ser un superventas este libro que lleva siglos garantizando una lectura amena.
Universidad de Salamanca.
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