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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

No todo es olvido

Comenzó a reconstruir la idiosincrasia de la Argentina contemporánea con La novela de Perón (1985) y Santa Evita (1995), dos memorables éxitos de ventas basados en la fórmula de fundir crónica periodística y ficción novelesca, y aún más en la idea de que Argentina vivirá del mito o morirá de inanición. Ahora Tomás Eloy Martínez, mitógrafo incombustible, atraviesa con su alfiler de entomólogo nada menos que tres mitos porteños, a saber, el tango, el maestro Borges y la ciudad legendaria de Buenos Aires, exhibidos en la tienda de souvenirs para turistas-lectores en la que se transforma en realidad esta novela liviana que, escrita, eso sí, con la soltura y el oficio habituales en el autor, no parece que vaya a añadirle ni un ápice a su bien ganada reputación. Varios hilos de nailon mueven el relato, y ocurre que en ocasiones se enredan. De un lado se inventa -de la mano de una narración seudodetectivesca, muy nabokoviana- la biografía del hemofílico y escurridizo cantor de tangos Julio Martel, personaje porteño que estudia para su tesis el narrador de la historia, un estudiante llegado de Nueva York, de nombre Bruno Cadogan, por cuya mirada extranjera es descrita la capital argentina. De otro lado, la novela persigue una enésima recreación literaria de Buenos Aires, que aquí sabe a poco y parece hecha con prisas y recortes de prensa (el corralito de turno, la represión de los milicos, las librerías a las que la gente no acude ya a comprar, sino a leer, la rebeldía de los Montoneros), remedando esas ristras de postales que cuelgan de los quioscos para visitantes apresurados. Un tercer hilo desperdiga referencias borgesianas a lo largo y ancho de la novela, de la calle de Garay de El Aleph, en la que casualmente se alojará el narrador, que estudia los ensayos de Borges sobre el origen del tango, a sus paseos con bastón por Río de la Plata o las referencias a la célebre latinoamericanista Jean Franco, personaje real entre criaturas de ficción, como es habitual en Eloy Martínez. Todo adquiere aquí un aire libresco y laberíntico, tal vez un punto impostado, e impregnado de una nostalgia semejante a la que despiden aquellos libros escritos por trasterrados o exiliados. Tras la mirada de Cadogan están los ojos del autor de Santa Evita.

EL CANTOR DE TANGO

Tomás Eloy Martínez

Planeta. Barcelona, 2004

251 páginas. 19,50 euros

A La invención de Morel, de Bioy, podría haberle sucedido La invención de Gardel, de Tomás Eloy, que, sin embargo, ha dado en preferir La invención de Martel, un nuevo cantor de tango que el autor de El vuelo de la reina (Premio Alfaguara, 2002) se saca de la manga y convierte en mito a lo largo de las 250 páginas de la novela que nos ocupa. Casi todas las novelas anteriores de Eloy Martínez aventajan a esta última en ambición, lo que en modo alguno significa que El cantor de tango no sea una obra solvente.

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