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A PIE DE PÁGINA

La emoción de la vida de un escritor

Recientemente he vuelto a Cuba, por primera vez en más de cuarenta años, desde que era un niño. Mi madre y yo pasábamos la mayor parte del tiempo a principios y mediados de los años cincuenta en Key West y en Miami, Florida, alternando con frecuentes visitas a Chicago, donde se encontraba el domicilio de mi padre, y nuestra segunda residencia. Mi padre se alojaba regularmente en el hotel Nacional de La Habana, donde tenía negocios; y, durante un tiempo, mi madre mantuvo una casa en Varadero, en una playa cercana a la propiedad DuPont, a unas dos horas de la capital. Tengo una instantánea mía jugando en la playa de Varadero a los tres años o así, y una gran fotografía de mi padre con sus amigos en el hipódromo de Oriente en La Habana. Después de que Castro tomara el poder, mi familia dejó de ir a Cuba. Mi padre murió en diciembre de 1958 en Chicago, y mi madre, que vive en Phoenix, nunca ha vuelto a la isla.

Los ojos de la lectora se iluminaron, me cogió y me dio un gran beso y un abrazo. "¡Corazón salvaje es una de mis favoritas!", exclamó

Me habían invitado a participar en un simposio, patrocinado por una organización brasileña, para hablar de la vida y de los riesgos que ésta conlleva. Yo era idóneo para hablar sobre este tema, se me dijo, simplemente porque había vivido mi vida como un escritor, no yendo por un camino académico sino arriesgándome a mantenerme a mí y a mi familia con mis esfuerzos (principalmente) literarios. He escrito poemas y relatos desde los 11 años -cuando mi padre, mi madre y yo aún íbamos a Cuba- y es verdad que, en cierta forma, he sido capaz de sobrevivir y de cuidar de otros gracias a los ingresos obtenidos por novelas, guiones y trabajos periodísticos. Ahora tengo 54 años, y no hace mucho me dijeron que sólo el 1% de los escritores es capaz de vivir exclusivamente de la escritura. Si eso es cierto, verdaderamente me tengo que considerar un hombre afortunado, ya que la escritura ha sido mi pasión permanente durante más tiempo de lo que duró la vida de Kafka o de Rimbaud.

En Cuba me ocurrió algo tan maravilloso, que lo considero como una de las mayores emociones de mi vida. Una tarde, en mi última visita, me llevaron junto a otras personas en una visita privada a la planta cigarrera de Cohiba, en Siboney, un barrio de La Habana. Mientras paseábamos por la mansión del siglo XIX, observando a los empleados seleccionar y liar las hojas de tabaco, pregunté si Cohiba aún tenía un lector

[todas las palabras en cursiva están en español en el original], una persona que leyera para los cigarreros con el fin de ayudarles a pasar el tiempo. La tradición de los lectores se remonta a la España de mediados del siglo XIX y, por consiguiente, también se adoptó en Cuba y, a continuación en Key West y Tampa, Florida, que se convirtió en la capital cigarrera de Estados Unidos cuando los refugiados de la guerra de ese país contra España se asentaron allí. Yo empecé a pasar temporadas en Tampa en 1959, cuando mi tío Les, el hermano de mi madre, se mudó allí y aún estaban en funcionamiento las antiguas fábricas de cigarros, aunque para entonces los lectores habían sido sustituidos por radios y los cigarreros por máquinas.

Nuestro guía en la fábrica de Cohiba me preguntó si deseaba conocer a su lector, y yo dije que por supuesto. Mientras esperábamos, pensaba en la historia de esos lectores, que leían desde los periódicos hasta Tolstói y Dostoievski pasando por obras de literatura barata. Una voluminosa mujer negra llamada Zaida me saludó, presentándose como la lectora. Me preguntó cuál era mi profesión y le dije que era novelista y guionista -"yo soy un escritor de novelas y películas"- y que me agradaba ver que la tradición del lector aún se mantenía en Cuba. Zaida me preguntó qué obras había escrito, por si conocía alguna. Le dije que la novela mía probablemente más conocida era Wild at Heart, en español Corazón salvaje, de la cual se había hecho una película que gozó de gran popularidad. Los ojos de la lectora se iluminaron, me cogió y me dio un gran beso y un abrazo. "¡Corazón salvaje es una de mis favoritas!", exclamó. "Me encanta Corazón salvaje! ¡Sailor y Lula!".

Di por hecho que debía de estar refiriéndose a la película, más que a la novela (los cubanos piratean las películas estadounidenses de los satélites y después las difunden en la televisión nacional). No me importó, ya que me gusta mucho la versión cinematográfica.

Entonces le comenté a Zaida que en mis viajes a países extranjeros solía llevar conmigo un libro mío en el idioma del país al que iba siempre que fuera posible, para que me sirviera de identificación en caso de que perdiera el dinero y el pasaporte; de esa manera, al menos puedo probar quién soy -especialmente si en el forro del libro hay una fotografía mía- y conseguir que alguien me preste dinero hasta que reciba un giro. Dio la casualidad de que ese día llevaba en mi mochila un ejemplar de Corazón salvaje en edición de bolsillo. Lo saqué y Zaida me lo arrebató de las manos. Besó la portada e insistió en que se lo firmara, cosa que hice. Zaida me contó que leía a los empleados durante una hora y media todos los días y que, en esos momentos se encontraba en el último capítulo de una novela romántica, pero me prometió que en cuanto terminara leería Corazón salvaje. Yo le dije que para mí sería un honor que lo hiciera.

Zaida me cogió del brazo y luego me enseñó el lugar, presentándome a sus amigos personales de entre los empleados, diciéndoles que yo era el autor de Corazón salvaje, la novela que les leería a continuación. Según íbamos pasando de sala en sala, la mayoría decoradas con retratos y fotografías del Che Guevara y con letreros que decían Seguimos en combate y Viva la revolución. Zaida me dio una selección de cigarros, y los acepté agradecido.

Más tarde, cuando mi amigo José Pinto y yo descendíamos los escalones de la casa Cohiba, despidiéndonos con la mano de Zaida y de los demás, José, que vive en Madrid, me dijo: "Dios mío, Barry, ha sido asombroso. Qué estupenda coincidencia no sólo el que ella conociera tu obra sino que tú llevaras encima un ejemplar del libro. ¡Qué emoción!".

Aún no había asimilado del todo lo ocurrido, pero me daba cuenta de que este tipo de acontecimiento inesperado validaba mis esfuerzos de una manera que nunca pude haber imaginado. Temblé un poco, a pesar del calor. "José", dije, "¿qué más podría pedir un escritor?".

Traducción de News Clips.

Trabajadoras de la fábrica de puros de Cohiba, en La Habana.
Trabajadoras de la fábrica de puros de Cohiba, en La Habana.GORKA LEJARCEGI

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