La 'world music', imagen inversa
Necesita Marruecos un festival de músicas del mundo? Bueno, de momento tiene ya cubiertos la mayoría de los otros estilos musicales. Tan sólo en mayo y en junio tienen lugar los festivales de Músicas Sagradas de Fez; el de Música Gnawa, en Essauira; Las Noches del Mediterráneo, en Tánger y Tetuán, y unos cuantos eventos menos conocidos como el Bulevar de los Jóvenes Músicos, en Casablanca (este último representa una ocasión para mostrar las bandas locales de rock satánico, según lo califican las autoridades). Además de éstos, Rabat acoge un festival internacional dedicado a la tradición andaluza clásica del Magreb. Pero lo que la capital necesitaba, según Abdeljalil Lahjomri, el elegantemente vestido profesor de Letras en la Sorbona que preside la organización de Maroc Cultures, era una plataforma cultural de gran calidad que los acercara al resto del mundo. En otras palabras, Mawazine, ritmos del mundo es la respuesta marroquí al Womad británico, y ya va por su tercera edición.
Pero ¿cómo es un festival de músicas del mundo al estilo marroquí? En realidad, bastante parecido a uno europeo del mismo tipo y de una indiscutible gran calidad. La dirección artística de Mawazine está en manos de Cherif Khaznadar, fundador de la Maison des Cultures du Monde, establecida en París desde hace años, que ha sido el encargado de darle al festival una "garantía científica de excelencia". Khaznadar cuenta con un presupuesto de 800.000 euros además de una generosa contribución de varias empresas. Aunque algunos artistas como la griega Savina Yannatou, la Jaipur Jazz Band, el virtuoso maliense de la kora Toumani Diabate son habituales de este festival internacional, hay otros como la cantante libanesa Hanine o la colombiana Rumba Palenquera que han sido verdaderas revelaciones en esta reciente última edición.
Mawazine se desarrolla en nueve escenarios y algunos de ellos son sublimes. La Chellah de Rabat quita la respiración. Se trata de un escenario bajo, iluminado por las luces del ocaso en los jardines del complejo de los sultanes de Merenid, entre las ruinas de antiguas tumbas. Las sobrecogedoras canciones eruditas sefardíes de Savina Yannatou o el tango de cámara de El Berretín duplican su exquisitez en un escenario como ése. La casbah de los Oudayas ofrece un jardín igualmente hermoso o un diwan morisco embaldosado para las actuaciones más íntimas. También se utiliza el teatro Mohamed VI, con 2.000 asientos, un auditorio de los años sesenta y un gran escenario al aire libre en una céntrica plaza de la ciudad. El público varía según los distintos escenarios. Los situados al aire libre atraen a multitud de enérgicos jóvenes, marroquíes en un 95%, ya que Rabat no es todavía un destino turístico. En los rangos superiores, el público es verdaderamente exclusivo. El patrón del festival es el rey Mohamed VI, tres princesas acudieron a la gala inaugural, y el trabajo diario de Abdeljalil Lahjomri lo relaciona constantemente con la realeza del país.
El único concierto de música
marroquí de Mawazine tiene también conexión con la Casa Real. Esta actuación es seleccionada por Lahjomri y su vicepresidente, un ex director del teatro Mohamed VI, y es una elección bastante sorprendente, no la más obvia para un festival de músicas del mundo. No se trata de la áspera música gnawa de los antiguos esclavos subsaharianos. Tampoco del chaabi, un popular ritmo machacón que se oye en las bodas, y ni siquiera alguna de las estrellas del rai marroquí. Desde luego, nada de rock satánico. Pero de alguna manera los Megris, los representantes nacionales en el Mawazine, una formación especialmente recuperada para la ocasión, encarnan la perspectiva de la world music, mucho más que la mayoría de sus paisanos aferrados a lo tradicional debido a las peregrinaciones musicales de los Megris a la India y la fascinación por el pop occidental que reflejan las preocupaciones transculturales de un Paul Simon o de un Peter Gabriel. De hecho, los principales enemigos de los Megris, cuando empezaron en los años sesenta, fueron los directores de las radios locales que reprobaban su uso de las guitarras y las líneas melódicas no árabes de sus canciones. Fue el rey Hassan II el que los invitó para amenizar las fiestas de su familia y los recompensó con el salario real, que todavía cobran. En los años setenta eran las grandes estrellas de Marruecos, unos beatles nacionales creadores de grandes éxitos panarábigos como Lili Touil (mi noche es larga), canción que estos renacidos Megris han reforzado con una sección de vientos, llevando al éxtasis a un amplio público mayor de treinta años.
La misma respuesta consiguió la otra estrella árabe del Mawazine, Hanine, una glamurosa diva libanesa en ciernes, en su primera actuación fuera de Oriente Próximo, donde tocó la fibra de un público con cierto tufillo marbellí gracias a un repertorio que evocaba la despreocupada vida en la época del rey Faruk, y la joie de vivre al estilo árabe. Los días en que las grandes estrellas beirutíes y cairotas como Asmahan cantaban mambos y chachachás orientales, que Hanine repite, no ya con melifluas secciones de cuerdas sino con una contundente orquesta caribeña. Los ingredientes escogidos por Hanine son perfectos para Marruecos. Mientras Mawazine incluye contribuciones espectaculares del Extremo Oriente (la china Ling Ling Yu o el Ballet Real de Camboya), India y África, recibidos todos con un entusiasmo cosmopolita por el público, son los actos del contingente ibérico y latino, nueve conciertos en total (incluidos Eddie Palmieri, Petrona Martínez, los Chuchumbé de México, los que eran aclamados con mayor excitación. La troupe flamenca de Tito Losada arrasó como un huracán, recordando que los trabajos de fusión como los de El Lebrijano y la orquesta Al Andalus de Tetuán no era tanto un encuentro experimental como una expresión de la auténtica proximidad de dos tradiciones. Y por si fuera necesario trazar un paralelo entre la música gnawa y el impulso de la danza africana en un transplante territorial, la Rumba Palenquera de Colombia suple gloriosamente ese papel. Liderada por Justo Valdés, heredero del recientemente fallecido Batata, el rey de la champeta, la Rumba Palenquera galopa sobre la percusión, el vibrante acordeón y la plateada guitarra congolesa del soukous con los que mantuvieron a la mitad de los jóvenes de Rabat gritando y bailando hasta en los árboles. Desde este punto de vista tiene poco sentido preguntar si Marruecos necesita las músicas del mundo: si es buena música, todo el mundo la necesita.
Mawazine, ritmos del mundo tuvo lugar en Rabat del 18 al 26 de mayo.
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