Turquía y la UE
Quizá porque el tema le pilla de nuevo, es una lástima que con la contribución del profesor Cesáreo Rodríguez Aguilera del Prat se haya desaprovechado la oportunidad de plantear un buen debate con Claus Leggewie en relación a la oportunidad del ingreso de Turquía en la Unión Europea.
El argumento sobre la conveniencia de contener la ampliación basándose en una especie de alarmada teoría del dominó era parcialmente válida antes del pasado mes de mayo. Ahora, con el ingreso de los países bálticos, no hay ya tantos argumentos puramente geográficos para evitar que Bielorrusia o Ucrania puedan candidar en la misma dirección. Y me temo que, objetivamente, Chipre está a tiro de piedra de Siria y Líbano y bastante lejos de lo que el profesor Aguilera de Prat entiende como fronteras tradicionales de Europa. En cambio, Turquía tiene en Europa a Estambul, antes llamada Constantinopla, que es la mayor urbe de los Balcanes junto con Atenas; mayor en población que algunos países miembros.
Por otra parte, la cuestión de las raíces europeas no lleva a pensar a nadie en Canadá o Australia como posibles candidatos, de la misma forma que la presencia de España nunca ha suscitado la posibilidad de que los países de Latinoamérica entren algún día en el proceso de integración europeo. Esto es una figura argumental consistente en mezclar atropelladamente churras con merinas, que también se manifiesta en la cuestión del proyecto federal para la Europa integrada. Si hemos de digerir a los nuevos miembros, ¿cuánto tardaremos en construir de verdad un proyecto federal para todo o una parte del conjunto? Dado el peso de los nacionalismos centralistas realmente existentes y el euroescepticismo, incluso entre los Estados más veteranos de la Unión, mucho habremos de temernos que la cosa fía para largo; y eso no puede paralizar una posible integración de nuevos miembros ni ser argumento para fastidiar a Bush, Blair y... ¿Aznar?
El proceso de integración europea no debe afrontarse en base a posturas personales más o menos à la page, sino afilando bien el lápiz, manteniendo la cabeza fría y calculando en qué medida la inclusión de nuevos miembros es algo beneficioso, tanto para el conjunto de la Unión como para los candidatos. Y como prueba de lo relativo de ciertos planteamientos, busquen en las hemero-
tecas periódicos de hace 15 años, a ver quién se imaginaba entonces que algún día Chipre o Estonia formarían parte de la UE. En definitiva, hay que contar con los parámetros temporales, porque no todo ha de suceder a corto plazo.
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