_
_
_
_
_
PUNTO FINAL | Eurocopa 2004
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Gol de Valerón

Llegan unas semanas antes. Instalan sus conexiones y campamentos. Entrevistan, vigilan, acuden a cuantos actos se organizan con, contra, de, desde, en, entre o tras la selección. Confirman, desmienten, analizan, apuestan e informan. Si en el sexo los prolegómenos gozan de un opinable prestigio, en el fútbol han adquirido más relevancia que el acto en sí. Ese prólogo tan sostenido va absorbiendo las fuerzas que necesitaremos cuando empiece el partido. Total: cuando los jugadores saltan al campo, ya lo sabemos todo. Quiénes son, a qué dedican el tiempo libre, qué les gusta comer y a qué santo se encomiendan. No tienen secretos para nosotros y la primera vez que les vemos ya estamos casi hartos de sus caras. Pero seguimos, porque a eso hemos venido y el partido, finalmente, está a punto de empezar.

¿Un minuto de paz? No. Mientras suena el himno, el prolegomenismo obliga a discrepar sobre la alineación y el espacio radioeléctrico asiste a un cruce de yo-pondría-a-Helguera-de-pivote-ofensivo y yo-prefiero-a-Torres-que-a-Raúl. Suena el silbato y los cuatro años transcurridos desde la última Eurocopa parecen un suspiro que hemos ido trufando con competiciones igualmente cargadas de prólogos y epílogos. Entendido como acto, el fútbol dura poquísimo. De tanto analizarlo y calibrarlo con toda clase de pesos y medidas, llegamos agotados a la hora de la verdad y se suceden, a menudo, memorables gatillazos. No lo confesamos, pero, a veces, basta un cuarto de hora de juego vulgar para sentir la tentación de un bostezo que disimulamos con una mueca. No lo confesamos, pero, a veces, desearíamos estar en otra parte, o cambiar de canal, o ponernos a leer algún libro inteligente y necesario, que juegue de verdad al contraataque y por los extremos, con una gran circulación del balón, como El vano ayer, de Isaac Rosa.

Ante el televisor y con la radio a tope, trenzando dos relatos audio-visuales superpuestos (nunca mejor dicho), a los que hay que sumar la tertulia en la que se enzarzan los que nos acompañan (no es bueno que el hincha esté solo), escuchamos el tono exclamativo de los comentaristas, que pasan del fuenteovejunismo al "a por ellos" con una pasmosa y humana facilidad. Y nos quitamos de encima según qué pensamientos, como ese interrogante que, como una mosca, insiste en fastidiarnos: ¿Tanto esfuerzo para eso? La sobrevaloración mediática de algo que todavía no ha ocurrido convierte lo que ocurre en una sombra de lo anunciado. La realidad, por heroica que pueda llegar a ser, nunca supera la ficción de la expectativa. Quizá por eso, en el minuto 2 ya están pontificando los expertos. España ya es la mejor y le está dando un baño táctico al rival, dicen. Lo que hay que oír: un baño táctico. El peligro de la eyaculación precoz se cierne sobre nosotros, pero tranquilos: todo resulta ser una estrategia de afirmación emocional para empujar la realidad y conseguir que coincida con nuestros colectivos, patrocinados y saturados deseos. Y, a veces, este empuje intangible alcanza su objetivo: gol de Valerón. Entonces hay que bajar el volumen de todos los aparatos porque se alcanzan tales cotas de estridencia patriótica que uno corre el riesgo de sufrir, en el mejor de los casos, una perforación de tímpano.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_