_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Molly Bloom, entre sueños

16 de junio de 2004. O sea, mañana. Centenario de la primera cita amorosa de Joyce con quien iba a ser la mujer de su vida. ¡Ay, Norah Barnacle, que le perdiste luego cuando tenía 58 años, tú que fuiste para él amante, madre, confidente, inspiración, calor, risa, consuelo, alma gemela, quitapenas, ironía, estrella en su noche oscura ("tranqui, Jim, que no pasa nada, que saldremos del apuro, volveremos a Irlanda unos días y compraremos ropa barata en Moore Street para toda la familia y terminarás el libro y serás el escritor más famoso del mundo...")!

La acción de Ulises -o sea el periplo de un día y una noche de Leopoldo Bloom por un Dublin sucio, charlatán, bebedor, corrosivo y cachondo mental- se inicia, como se sabe, en la mañana de dicho 16 de junio -¡vaya homenaje a Norah!- y termina con el famoso "Sí" complaciente, escrito con mayúscula y seguido de punto final (el único del episodio), pronunciado por Molly mientras se mueve entre sueños en la cama.

Si Joyce sólo hubiera escrito aquel monólogo interior habría bastado, seguramente, para que nunca dejáramos de agradecer su aportación a la literatura, es decir a la vida. Cuando la novela se publicó en París en 1922 fue precisamente tal secuencia onírica lo que más escandalizó a los miserables puritanos de siempre, y hubo intervenciones policiales tanto en los puertos británicos como en los de Estados Unidos para proteger a los buenos burgueses de tanta procacidad y porquería. Francia había sido la responsable, una vez más, de permitir la publicación de un texto obsceno y vil, y fue objeto, en consecuencia, de la renovada vituperación de los fariseos de ultra-Mancha, los mismos que poco tiempo atrás habían machacado con trabajos forzosos a otro irlandés genial y subversivo, Oscar Wilde. Cuando, allá por los años cincuenta, servidor empezó sus estudios de español en el Trinity College de Dublín, Ulises, tres décadas después de su publicación, estaba todavía prohibido en Irlanda -no ya en Gran Bretaña- y sólo se podía conseguir bajo cuerda. Todavía me produce vergüenza ajena el recuerdo de aquella afrenta.

La Irlanda de hoy es bien diferente, y Joyce toda una gloria nacional. La celebración de Bloomsday va a ser mañana por todo lo alto, y además coincide con el final de la eficaz presidencia irlandesa de la Unión Europea. En España, entre los actos programados, hay que destacar la reposición en Madrid, por Magüi Mira, de su magnífica interpretación del monólogo de Molly, tanto más convincente por cuanto ésta vuelve una y otra vez, mientras sueña, al Gibraltar y a la Andalucía de su infancia y adolescencia, entreverándose entre sus rememoraciones subliminales numerosas frases e imágenes españolas que han sido investigadas, en Sevilla, por el gran experto en Joyce Francisco García Tortosa. Para los que protestan que Ulises supera sus más fornidos esfuerzos, nada más recomendable que empezar con dicho monólogo en la magnífica traducción de la novela debida al mismo estudioso (editada por Cátedra). Hacerlo sería la mejor manera posible de honrar al genio dublinés en esta fecha tan señalada.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_