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Reportaje:

27 años de pesadilla por un piso

La amarga historia de un matrimonio estafado en 1977 por la constructora Promocisa, cuyo juicio se celebra ahora

Hace casi 30 años la constructora Promocisa protagonizó uno de los grandes escándalos inmobiliarios en España al dejar sin pisos y sin ahorros a casi 3.000 familias de Madrid, Villalba, Torrejón de Ardoz y Móstoles. Después de más de 27 años en los juzgados, el caso está siendo juzgado desde hace dos semanas en la Audiencia Provincial. Muchos de los afectados han sido citados como testigos y han tenido o van a tener que recordar lo que ocurrió.

Es el caso de Juan José Rocafull, de 50 años, y de Mari Carmen Moratalla, de 45. Este matrimonio tiene dos hijos y vive en Móstoles desde hace 25 años, en un piso que les costó incontables sacrificios y buena parte de su juventud. Ni siquiera es el piso en el que pusieron sus ilusiones cuando se casaron: ese piso se esfumó con el caso Promocisa.

"No tiene sentido hacer el juicio ahora, ya nadie se acuerda de nada", dicen

El suplicio comenzó en 1977. Juan José tenía 23 años y Mari Carmen sólo 18. Los dos eran novios y trabajaban y vivían en Madrid. La pareja hacía planes de futuro y esos planes pasaban por la compra de un piso y formar una familia, como prácticamente todos los españoles de su generación. "Unos amigos nos dijeron que al lado de su casa iban a construir unos pisos muy buenos, y nos interesamos por ello", cuentan. Esos pisos formaban parte del proyecto Estoril III, en Móstoles, y la constructora era Promocisa, que contaba con el prestigio de haber edificado ya muchas viviendas en esa ciudad y "medio Alcorcón" recuerda Juan José. El precio era de 2,4 millones de pesetas (una cantidad respetable para la época) por una vivienda de 119 metros, con piscina y plaza de garaje. "Era un piso de lujo", añora Mari Carmen.

La ventaja de adquirir esta vivienda en Promocisa era la forma de pago: menos letras, más caras, pero "lo pagabas en cinco años y al final te salía más barato que otros porque tenía menos intereses", explican. Contaban con los ahorros de Juan José y la ayuda de los padres de Mari Carmen, que firmaron los trámites en su nombre (con 18 años seguía siendo menor de edad hasta que cambió la legislación a partir de 1978). Al año las obras avanzaban muy lentamente. Ya se habían levantado los cimientos y la pareja se ilusionaba porque, una vez iniciada la construcción, "tenían que terminarla con rapidez", creía Mari Carmen. Ya habían pagado un millón y medio de pesetas, pero el tiempo pasaba y el edificio seguía sin acabarse.

Llegó 1979 y la pareja quería casarse. No podía esperar... y buscó otro piso (el mismo en el que viven ahora). Para ello contaban con la palabra de Promocisa: desde el principio les prometieron que les devolverían el dinero si la vivienda no estaba lista en dos años. El cálculo era simple: "Pensamos que podíamos pagar este piso con el dinero que nos tenían que devolver del otro", cuentan. Ofrecieron un millón de pesetas de entrada y el otro medio millón "era para amueblar la casa", dice Mari Carmen.

En Promocisa les dijeron que como mucho tardarían dos meses en devolverles el dinero. Les hicieron caso y en agosto se casaron. "Nos fuimos de viaje de novios. Cuando volvimos, esperamos tener el dinero ingresado en la cuenta,... pero no lo estaba", recuerda Mari Carmen.

Comenzaba así un largo camino de penurias y sacrificios para los recién casados, apenas sin dinero para pagar el nuevo piso y para llegar a fin de mes. Tuvieron que retrasar el pago de la entrada, pagar las letras y, mientras, los intereses subían. Demasiado para el sueldo de dos jóvenes: "Entre los dos ganábamos 85.000 pesetas, y teníamos un gasto de 60.000 mensuales sólo para el piso. Nos quedaba para vivir, recién casaditos, 15.000 pesetas", recuerda Mari Carmen.

Salieron adelante gracias a la ayuda de los padres e incontables horas extraordinarias: "Había meses que sacábamos más en horas que en sueldo", dice Juan José. Todo se lo llevaba el piso. "No querían tener hijos. "Las condiciones no eran buenas; el piso sin amueblar; vivíamos con lo mínimo", afirman. Ni vacaciones, ni salidas nocturnas. "No podíamos permitirnos nada de eso", recuerdan resignados.

Los fines de semana iban a ver a sus padres para que les dieran de comer y volvían a casa "con la bolsita para la semana". "Esos fueron nuestros primeros años, los que se supone que son los mejores. Nos vimos completamente agobiados, sin poder disfrutar de nada", suspira Mari Carmen, "y gracias que trabajábamos los dos, porque si no, esto no se saca adelante", explica Juan José.

Cuatro años después empezaron a superarlo lentamente, pero siempre bajo la sombra de Promocisa, "porque de vez en cuando te enterabas de que podías recuperar el dinero", y esto creaba esperanzas, dice Mari Carmen. Dejaron el asunto en manos de un abogado amigo de la familia y decidieron no involucrarse en el movimiento de afectados.

Pero las esperanzas se truncaron definitivamente. Otra empresa construyó los pisos de Estoril III y el matrimonio reclamó el suyo, que no en vano ya estaba pagado en más de la mitad. Sin embargo, les pidieron tres millones más de pesetas "y eso era demasiado para nosotros", dice Juan José. "Fue una decisión muy dura tener que renunciar al piso", recuerda con rabia.

Con el paso del tiempo Juan José y Mari Carmen pudieron superar sus problemas y fundar una familia. Ya lo habían olvidado todo cuando, 27 años después, Promocisa volvió a sus vidas al comenzar el juicio. Les cogió por sorpresa, aseguran. Recibieron una citación el viernes de la semana pasada, el tribunal renunció a sus testimonios porque "no aportan nada nuevo", dijo un letrado.

Juan José y Mari Carmen siguen sintiéndose impotentes, como entonces. Han perdido la esperanza de que el juicio vaya a solucionar algo. No exigen que los acusados vayan a la cárcel, porque "no tiene sentido hacer el juicio ahora, casi 30 años después, nadie se acuerda ya de nada", dice Juan José. Por lo menos, aseguran, han aprendido una lección: "Nunca compres un piso que no esté construido". Sin embargo, visto con la perspectiva que da el tiempo, "esto para lo único que ha servido es para vernos asfixiados de dinero", concluye Mari Carmen.

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