_
_
_
_
Reportaje:EL CANTO MELANCÓLICO DE PORTUGAL

La ciudad de todos los fados

Tras cruzar un pequeño patio, con entrada en forma de arco y una fuente en miniatura guarnecida de cerámica, se accede a un pequeño restaurante de paredes y techos blancos con azulejos hasta media altura. Es la Parreirinha da Alfama, una de las casas de fado más antiguas de Lisboa. Se abrió hace medio siglo. En la entrada, uno se topa con una septuagenaria mujer vestida de oscuro y maquillada para la noche, sentada junto a una mesita sobre la que hay discos de fado a la venta. No se trata de la encargada del guardarropa, sino de la dueña del local. Se llama Argentina Santos y los discos que vende son los suyos. El diario Libération se deshizo hace poco en elogios hacia ella.

Helder Moutinho llega al barrio de Alfama sobre las diez de la noche. Se mueve con soltura por las callejuelas. Conoce a todo el mundo (y todos le conocen). Cuenta que por la Parreirinha pasaron algunos de los grandes: Marceneiro, Beatriz da Conceição, Celeste Rodrigues (hermana de Amália)

Se cumplen treinta años de la Revolución de los Claveles, que finiquitó la trilogía del Estado Novo: fado, fútbol, Fátima

... La propia Argentina Santos suele cantar a partir de medianoche. Hoy no lo hace porque apenas ha dormido y mañana tiene una gala en Estoril.

A Moutinho casi no le queda tiempo para cantar. "Mafalda me da mucho trabajo", comenta con una sonrisa. Hermano de Camané -el fadista masculino más importante de los últimos años-, Helder dirige desde hace nueve años HM Música, la empresa que se ocupa de las carreras de Mafalda Arnauth o Joana Amendoeira. Y las jóvenes fadistas tienen el carnet de baile muy solicitado.

En 1998 se abrió la Casa del Fado y la Guitarra Portuguesa. Mariza está mirando fotos antiguas junto al periodista Miguel Cadete. Preparan un libro. "Cuando los periodistas empezaron a preguntarme cosas sobre el fado descubrí que no sabía nada. Así que leía libros y enciclopedias, pero necesitaba un diccionario para poder entender muchos términos. Este libro tendrá un lenguaje sencillo". Sara Pereira, gerente del museo, saca una reliquia: la primera edición de História do fado, de Pinto de Carvalho (Tinop), de 1903.

En 1807, con la invasión napo-

leónica, se produjo la fuga de la corte portuguesa a Brasil. A su regreso, una mezcla de influencias afrobrasileñas daría origen a otro tipo de expresión musical. Sara Pereira explica que "en Brasil el fado fue una de aquellas danzas lascivas denunciadas por el clero, pero en Lisboa pasó a ser cantado". Un canto del océano alimentado por la nostalgia de los viajeros. "Tenía muy mala reputación. La figura del fadista es la de un tipo que lleva tatuajes y la navaja siempre a mano". Según el antropólogo Rui Mota, las personas que interpretaban fado eran lo que en lenguaje marxista se denominaría lumpen proletariado Marineros, meretrices, chulos, vendedoras ambulantes, estibadores

... "Y hay una cosa cierta: tenían una expresión musical común".

Mariza y João Pedro aparcan el coche junto al domicilio de su amigo Paquito. Un palacete propiedad de su mujer, descendiente del marqués de Pombal. Paquito es Francisco Pérez Andión, nacido en Vigo, que ha tocado la guitarra para algunos de los grandes. Sentado en el sofá verde del aristocrático salón, sin quitarse la chaqueta azul marino, coge la guitarra que le ha acercado su mujer. "No voy a tocar", dice, pero sus dedos ya acarician el mástil y Mariza empieza a canturrear un fado castizo. Dos son las guitarras esenciales del fado: la portuguesa, de seis cuerdas dobles, y la viola, similar a la española. "Vine a Portugal de pequeño porque mis abuelos y mis padres tenían una bodega. Entonces las personas hacían su vida y a las cinco o seis de la tarde cogían la guitarra y se encontraban en la bodega para cantar", recuerda Paquito, que tiene una cinta casera en la que se oye a una Amália a la que la voz ya no acompañaba. "Estuve ocho años con ella. Viajé mucho y grabé discos. El fado era muy liso antes de Amália. Ella canta así porque la tierra de su familia está muy cerca de España".

Aunque reconoce que los musicólogos las niegan, Mariza intuye semejanzas entre fado y flamenco. "El flamenco también es un lamento. El fado se acompañaba con una guitarra casi como la del flamenco. Se canta hasta la madrugada, y hay comida, vino y mucha improvisación. Y, cuando se bailaba el fado, se bailaba mucho con las manos y se batían palmas". La propia Amália se definía como cantante ibérica y decía tener una costilla gitana.

Mariza asegura que, por su forma innovadora de tocar, Paquito ha influenciado a las últimas generaciones. "La pareja Paquito y Ricardo Rocha no tiene igual. A veces paraba de cantar para escucharles", confiesa Helder Moutinho, que estuvo en la plantilla de la Taverna del Embuçado. Cerró hace unos meses por obras en el edificio y todo el equipo de Manuel Bastos se ha trasladado al cercano Bacalhau do Molho, en el Palacio de los Condes de Linhares, donde vivió Camões. Al franquear el portón de madera, en un callejón angosto de Alfama, una tela separa el recibidor de la gran sala abovedada con suelo de piedra. Una joven cuida de que no se entre en el comedor mientras está cantando Maria do Carmo Temudo. El silencio es casi reverencial.

Unos escalones más arriba se

llega al Clube do Fado. En la antesala hay fotos del dueño, el guitarrista Mário Pacheco, con Caetano Veloso, Maria Bethânia o Ryuichi Sakamoto. Canta Maria da Nazaré para 8 o 10 personas, acompañada por Carlos Manuel Proença y José Fontes Rocha. Es la una de la madrugada. En la penumbra suena la guitarra portuguesa que acompañó durante 25 años a Amália y se escuchó en el Lincoln Center o el Olympia de París. Con 18 años, Fontes Rocha ejercía de electricista: "En mi tiempo, ser músico no estaba bien considerado. Se vivía de forma miserable, así que yo iba a tocar a las casas de fado hasta las cinco o las seis de la madrugada y a las ocho tenía que ir a trabajar".

Maria da Nazaré se turna esta noche con Alcindo de Carvalho, un veterano que canta apoyado en la pared. "Personas como ellos mantuvieron vivo el fado para que gente como yo pueda llegar hoy y disfrutar de su sabiduría, porque el fado es de tradición oral. Siento una gran admiración y respeto", afirma Mariza.

Impresiona el silencio de los comensales mientras se canta y se toca. En alguna casa de fado deja de haber servicio y los empleados no entran en la sala. "A alguien que hiciera ruido al posar el vaso en la mesa lo echaban a la calle", asegura Paquito. Suele haber tres o cuatro fadistas por noche y cada uno canta tres o cuatro fados. La liturgia es siempre la misma: cuando se atenúa la iluminación general y apenas alumbran las velas es la señal de que empieza el fado.

No hay micrófono que valga. "Es duro cantar todas las noches", reconoce Helder Moutinho. "No sé cómo consiguen después de 20 o 30 años seguir teniendo voz y alma para cantar", comenta Mariza. Joana Amendoeira, otra de las jóvenes fadistas, le ve el lado positivo: "Es como ensayar en casa, pero con público". "Se puede vivir de la noche si cantas a diario, pero prefiero no hacerlo porque desgasta mucho", opina la también jovencísima Ana Moura. Ni Mariza ni Mafalda Arnauth, las más populares, cantan en casas de fado. Tampoco Katia Guerreiro, que trabaja en un hospital como médico.

Desde el Mirador da Graça se

tiene una de las vistas más espectaculares de Lisboa. A la izquierda se erige el castillo de San Jorge, más lejos se divisan el río Tajo y el puente del 25 de abril. En un banco de la atalaya, Joana Amendoeira cuenta que comenzó con 11 años a frecuentar con sus padres una casa de fado en Santarém los fines de semana. "El mundo del fado es pequeño", asegura. Un mundo cerrado, con sus códigos y sus reglas". Rui Mota coincide: "Serán unas cien personas las que cantan. El fado estuvo casi a punto de desaparecer y quedan pocos testimonios de la vieja guardia". Habría que pensar urgentemente en un Buena Vista Social Club del fado. Con António Rocha, Teresa Siqueira, Maria Amélia Proença, João Ferreira Rosa, Vicente da Câmara, Cidália Moreira o Beatriz da Conceição. "Carlos Saura tendrá ese problema si al final rueda su película. Ojalá se dé prisa", dice.

En el 193 de la transitada calle de São Bento está el caserón de color ocre que fue casa de Amália Rodrigues hasta su muerte en octubre de 1999. "Ella fue la persona que sacó al fado del gueto y lo llevó por el mundo. Una voz impar y una mujer muy inteligente. Sería bueno recordar que de un país periférico, pobre y aislado", dice otro histórico, Carlos do Carmo. De la visita guiada se ocupa hoy Eugénia Afonso, que trabajó 25 años con ella y se emociona al evocar algún recuerdo. La casa es un santuario. Sobre su cama, unas flores, un pañuelo bordado y las gafas oscuras.

"Se llegó a decir que Amália colaboraba con Salazar, cuando tenía una ficha en la PIDE (policía secreta de la dictadura). Y cada vez que iba a cantar fuera tenía que decir adónde iba, con quién viajaba", cuenta Sara Pereira. José Saramago confirmó que, en plena dictadura, Amália Rodrigues había ayudado económicamente al enemigo del régimen, al Partido Comunista Portugués en la clandestinidad. Caetano Veloso escribió, el día de la muerte de Amália (1999), que su canto mantenía vivo a Portugal y volaba por encima de Salazar y de la Revolución de los Claveles.

Se cumplen treinta años de la revolución del 25 de abril. Un proceso que finiquitó la trilogía del Estado Novo: fado, fútbol, Fátima. "El fado acabó por ser la más castigada de las tres 'efes'. Porque antes teníamos fútbol los domingos y ahora todos los días. Y Fátima regresa con fuerza", cree Carlos do Carmo. Hubo una tendencia entre los intelectuales de izquierda de identificar al fado como la música del régimen. Rui Mota, que se exilió en 1966, forma parte de aquella generación que vivió el fado como un brazo de la dictadura salazarista, embarcada entonces en las guerras coloniales de Angola y Mozambique. "Desde 1974 los fadistas quedaron en condiciones precarias porque cerraron muchas casas. El fado dejó de oírse en la radio, casi no se vendían discos...

Coincidió con la búsqueda de las raíces de la música tradicional con José Afonso, Sergio Godinho... Los ochenta están marcados por el pop rock de Delfins o Rui Veloso. El fado seguía en las catacumbas. Todavía no había llegado la nueva generación de los años noventa con Mísia y Camané". Los que revolucionaban un poco la escena eran Paulo Bragança y Mísia, "a la que aquí no se le ha dado el debido valor porque hay muchos prejuicios", dice Amendoeira.

En la Tasca do Chico, una de las últimas casas de fado vadio, cantantes aficionados se dejan el alma. El garito de Francisco Gonçalves está de bote en bote. El Caldo Verde, con sus mesitas con manteles a cuadros, no cierra hasta las cuatro de la mañana. Los espontáneos se suceden. Y suenan grabaciones de Hermínia Silva o Tristão da Silva. Un taxi con luz verde está aparcado en la calle. A la pareja que pretende subirse le explican desde la puerta del local que mejor esperan al taxista dentro mientras termina de cantar.

"El fado tiene ciclos", piensa Carlos do Carmo, "ahora llegó uno esencialmente de mujeres". "Creo que tiene que ver con que se liberaron de la sombra terrible de Amália", dice Rui Mota. "Esta generación no tiene el trauma de la dictadura y aborda el fado sin complejos. Y está el fenómeno de la world music, que se interesó por el fado". Los festivales piden siempre mujeres. Jóvenes y también mayores: la cantante tradicional de chal negro y moño. "Una cuestión sociológica. El mercado está más interesado por el lamento de la mujer que del hombre", afirma Mariza.

La etimología de fado lleva al latín que significa "destino". Destino marcado. "El fado es un inmenso misterio", dice Carlos do Carmo. Según Amendoeira, "tiene que haber una simbiosis entre los músicos, el fadista y el público. Nunca sabes cuándo va a ocurrir. Siempre estamos esperando ese momento mágico".

Hay más de cien tipos de fados tradicionales. Cada uno con un nombre y una estructura musical diferente. Se puede elegir cualquier melodía y ponerle una letra inédita. Hacerlo es patrimonio de los fadistas, que tienen una enorme libertad de improvisar ("estilar", en su terminología). ¿Puede hablarse de nuevo fado? La respuesta de Joana Amendoeira es tan rápida como contundente: "No, pienso que no. Podemos hablar de una nueva generación, pero el fado es siempre el mismo".

Una guitarra portuguesa, especial para tocar fado.
Una guitarra portuguesa, especial para tocar fado.ADRIANO MIRANDA/PUBLICO

DISCOGRAFÍA

Amália

Rodrigues

The Art of Amália Rodrigues 1952-1970

(EMI, 1998).

O busto (EMI, 1962).

Alfredo

Marceneiro

Biografia do fado (EMI, 2000).

Carlos do Carmo

Um homem na cidade (Trova, 1977).

Mariza

Fado em mim (World Connection, 2001).

Camané

Na linha da vida (EMI, 1998).

Mafalda Arnauth Esta voz que me atravessa

(EMI, 2001).

Mísia

Garras dos sentidos (Erato Francia, 1998).

Cristina Branco Corpo iluminado (Universal, 2001).

Carlos Paredes

Guitarra portuguesa (EMI). Portugal: The Story of fado (Hemisphere series EMI, 1997). O fado (World Connection, 2001).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_