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Crónica:CIENCIA FICCIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Vámonos todos de paseo a Venus

"EL GOBIERNO QUERÍA que Venus fuese un planeta norteamericano, y había elegido nuestro singular talento publicitario para realizar esa idea". El Gobierno, norteamericano por supuesto, había decidido colonizar nuestro planeta vecino. Y nada mejor que sacar a concurso la empresa entre las poderosas firmas del sector. Vértices dominantes de la pirámide social que descansa en la masa obrera de consumidores indefensos.

"Venus tenía que ser colonizado por nosotros. Para realizar esta empresa necesitábamos tres cosas. Colonizadores, un vehículo para llevarlos a Venus, y algo en qué ocuparlos cuando estuvieran allí". La publicidad y el objetivo, consistente no en hacer posible el viaje, sino en hacerlo deseable, harían el resto. Una acerada crítica del capitalismo más salvaje el de la novela Mercaderes del espacio (The space merchants), fruto de la colaboración entre F. Pohl y C. K. Kornbluth.

Escrita en 1953, en plena caza de brujas macartiana, es una distopía [lo opuesto a una utopía], por la cercanía y temática, de lo más inquietante, que inaugura una corriente en la ciencia ficción de connotaciones sociológicas. La emigración al planeta debe venderse como algo ansiado, aunque las condiciones de vida imperantes sean infernales: "Dígame qué hay de bueno en Venus.

-Muy poco, me dijo, y se le dibujó una arruguita en la frente.

¿Por dónde empezaré? ¿Le hablaré de la atmósfera? Formaldehído puro... como para embalsamar a cualquiera. ¿El calor? Varios grados por encima del punto de ebullición del agua, si hubiera agua en Venus; pero no la hay. No a la vista por lo menos. ¿Los vientos? Algunos soplan a 800 kilómetros por hora". Un ambiente inhóspito que concuerda, razonablemente, con el que impera en este planeta.

Venus, el astro más brillante del firmamento, después del Sol y la Luna, orbita a unos 108 millones de kilómetros del Sol y emplea 225 días en dar una vuelta alrededor del mismo. Con un tamaño ligeramente inferior al de la Tierra, gira en sentido contrario con una lentitud exasperante: tarda 243 días terrestres. ¡El día venusiano es más largo que el año! Soporta unas condiciones extremas: la presión atmosférica en su superficie es unas 90 veces superior a la terrestre (equivalente a la presión reinante en el mar a 1 km de profundidad). El componente principal de su atmósfera es dióxido de carbono. Gruesas nubes de ácido sulfúrico ocultan completamente el relieve del planeta, que ha sido cartografiado recientemente por la sonda norteamericana Magallanes usando el radar.

La densidad de su atmósfera da lugar al conocido efecto invernadero responsable de las altas temperaturas superficiales reinantes: de hasta 470 ºC (suficiente para fundir el plomo), superiores incluso a las de Mercurio pese a encontrarse dos veces más alejado que éste

del Sol. En cambio, los vientos, pese a ser intensos en las capas altas (de hasta 350 km por hora), son débiles en el suelo.

Cuando el martes 8 de junio de 2004, nuestro vecino planetario se cruzaba entre la Tierra y el Sol, apareciendo como una pequeña mancha oscura deslizándose lentamente, ajena a todas las miradas, por el disco solar (tránsito de Venus), no podíamos dejar de recordar otras imágenes, mucho más fantasiosas, de un Venus más acogedor. Un mundo cálido y húmedo, cubierto de vastos océanos y lujuriosas junglas rebosantes de vida que visionarios como los astrónomos Gassendi o Flammarion, el escritor Fontenelle o el filósofo Kant habían imaginado. Vegetación exuberante, temperaturas tropicales y lluvias abundantes. Así era el entorno donde Burroughs, Asimov, o Bradbury, entre otros, plasmaron sus aventuras venusianas.

Quien se perdiera el acontecimiento puede aún acceder a las imágenes tomadas en directo desde diferentes sedes e instituciones astronómicas, como http://venus.am.ub.es. O esperar hasta el año 2012, cuando se desarrollará el próximo tránsito. De no ser así habrá que resignarse puesto que el siguiente acontecerá en 2117.

Los tránsitos de Venus no son excepcionales. Acontecen cada 120 años, aproximadamente, y se dan a pares separados unos ocho años. Los más inquietos pueden incluso lanzarse a calcular la distancia media Tierra-Sol y establecer así las dimensiones del sistema solar siguiendo las indicaciones del astrónomo británico Edmond Halley (sí, su nombre es el que lleva el famoso cometa que nos visitó en 1986).

En 1716, Halley propuso, para ello, utilizar el método de la paralaje anotando los tiempos de comienzo, paso y fin del tránsito desde lugares alejados, simultáneamente. Misión encomendada al intrépido James Cook por la Royal Society en 1768. Destino: Tahití.

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