La locura compartida
Mucho han estudiado los creadores de este espectáculo, Diego Lorca y Pako Merino, el mundo de la locura, no sólo en su literatura de manual sino también en sus manifestaciones más sórdidas de la vida cotidiana en un psiquiátrico. Pero han huido, con acierto, de construir un docudrama, y todavía más del melodrama, mediante un trayecto en que dos actores interpretan a multitud de personajes (lo que tiene un interés añadido de significación, porque son los locos pero también los otros, incluso los médicos) en un recorrido que quiere ser global sobre el mundo de la locura. Tiene además la gran virtud de desdramatizar un asunto que todavía está entre paréntesis en una sociedad enloquecida. La fantasía delirante del pobre loco nunca pondría en marcha una masacre como la de Irak, entre otras cosas porque nadie se vería forzado a obedecerle.
Hueso duro de roer, que el diseño del montaje resuelve recurriendo a la contraposición del mundo interior de la locura y de la supuesta normalidad del exterior, para mostrar que los límites distan de estar claros. En el trabajo actoral se nota la deuda con las enseñanzas de Jacques Lecoq y su particular manera de mostrar el gesto social, motor de la palabra, cuando es necesaria. Una escenografía sencilla pero muy eficaz, donde un perchero es a la vez refugio y lugar mágico de transformación, junto a una música itinerante que se suelda con la acción, sirve a un repertorio de escenas que comienza con una delirante conferencia médica para pasar al interior del psiquiátrico y al dibujo de la personalidad de los presuntos locos, donde uno trata de que el otro comparta y exprese sus fantasías, que al cabo no lo son tanto. Divertido casi siempre, dramático cuando el momento lo requiere, es un buen primer montaje de una compañía de reciente formación que ha obtenido numerosos premios por este trabajo.
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