El escenario económico a medio plazo
Nos han llegado buenas noticias sobre la evolución del nivel de actividad de la economía española: el PIB ha crecido en el primer trimestre a una tasa interanual del 2,8%, que además supone 1,3 puntos de diferencia respecto a la media de la zona euro. El dato es aun más positivo si se tiene en cuenta que algunos factores más bien parecían pronosticar una ralentización: sobre todo el aumento del precio del petróleo, pero también la fortaleza del euro o la saturación en el sector de la construcción.
La clave de este crecimiento hay que buscarla en la demanda interna: el consumo de las familias crece al 3,3%, mientras que el de las administraciones públicas lo hace al 4,7%. Esta fortaleza de la demanda interna conlleva que incluso con un aumento importante de las exportaciones (un 4,1% anual) el crecimiento aun mayor de las importaciones (del 6,7%) comporte un deterioro de la balanza comercial.
Un factor muy a tener en cuenta es que la inversión en bienes de equipo ha iniciado también una recuperación significativa, creciendo en el primer trimestre del año un 1,6% interanual, cuando en el último trimestre del año anterior sólo había crecido un 0,1%. El interrogante que se nos plantea es si esto, de verdad, supone un cambio en el modelo de crecimiento de la economía española, donde pierde importancia la inversión en construcción y aumenta en bienes de equipo, un cambio clave para determinar la futura competividad de la economía. Además, el tirón de la demanda interna debería estar acompañado también de un aumento sostenido de las exportaciones. En realidad, se trata de dos factores complementarios, en la medida que un mayor esfuerzo inversor en bienes de equipo ha de mejorar la competitividad de nuestros productos en los mercados externos. El cambio de esta estructura de crecimiento será de vital importancia para determinar si es un dato aislado o si forma parte de una tendencia a medio plazo.
La respuesta a esta cuestión dependerá también de otros factores. El primero sería la evolución de los precios del petróleo. Un escenario con precios que continuaran creciendo nos llevaría al estancamiento económico. Esto está vinculado tanto a la posibilidad de los países exportadores de aumentar sus niveles de extracción como al incierto escenario en Irak. Un segundo factor es la evolución de los tipos de interés. Si el BCE se viera obligado a aumentarlos esto podría frenar el crecimiento. De momento, la debilidad de las economías alemana y francesa no lo hace previsible a corto plazo. Un tercer factor es la reacción de la economía española a la radical reducción en el futuro inmediato de los fondos procedentes de la UE.
Pero más allá de estos factores, una última cuestión es que, más allá del optimismo sobre los datos de la economía española, debemos también tener muy en cuenta la evolución de las economías centrales de Europa, sobre todo Alemania y Francia. Si éstas siguen sin mejorar sus niveles de actividad, las buenas noticias sobre la economía española pueden desvanecerse con rapidez. Esto nos lleva a un interesante debate que quisiera al menos apuntar. ¿La situación de las economías alemana y francesa es meramente coyuntural y puede ser solucionada mediante políticas expansivas de demanda, básicamente fiscales?, aunque supongan romper unilateralmente el Pacto de Estabilidad. ¿O, por el contrario, se debe a motivos estructurales que necesitan otro tipo de soluciones? Muchos analistas se inclinan por esta segunda posibilidad, y por tanto señalan la necesidad de cambios estructurales en estas economías. Cambios en la dirección de crear los incentivos y las formas organizativas necesarios para facilitar los procesos de innovación tecnológica, el establecimiento de marcos regulatorios que fomenten la competencia en los mercados de bienes y servicios, la flexibilización de las estructuras salariales y la promoción de la movilidad geográfica e intersectorial en el mercado de trabajo, así como una profunda revisión de sus estructuras impositivas.
Finalmente, señalar que la ampliación de la UE al Este, que de entrada crea claros problemas a la economía española, pues se pierden una buena parte de las ayudas procedentes de la Unión Europea, y ha acelerado el proceso de relocalización de la actividad económica, puede también suponer una gran oportunidad. De la misma forma que la ampliación de la unión por el sur, realizada a mediados de los ochenta hizo posible el crecimiento experimentado en toda Europa durante la segunda mitad de esa década y los noventa, la actual ampliación puede ser el motor del crecimiento europeo en las próximas dos décadas. Ello dependerá sobre todo de la estrategia que sigan Francia y Alemania, en torno a las reformas anteriormente mencionadas, que han de hacer que sus empresas no contemplen la ampliación únicamente como una oportunidad para la relocalización de algunas actividades industriales que les permita aumentar los beneficios a corto plazo, sino que estas empresas acepten el reto de invertir en su propio territorio, aumentar su productividad, y sean capaces de crear puestos de trabajo y proveer a estos nuevos países de productos más intensivos en capital. Aunque parezca un debate alejado de nuestra economía, no lo es en absoluto. Su futuro a medio plazo depende en gran medida de ello.
Josep M. Comajuncosa es profesor de Economía de ESADE.
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