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Crítica:LOS LIBROS DE LA FERIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Destino de espías

Es un gran Le Carré Amigos absolutos (Absolute friends, 2003), y Le Carré es David Cornwell (1931), antiguo espía en la Segunda Guerra Mundial, antiguo diplomático en Bonn, educado en Oxford, autor de 19 novelas: el hombre que cambió el modo de mirar, de concebir el mundo del espionaje, es decir, el gran escritor de la guerra fría y sus agentes secretos. ¿Qué suerte les esperaba, acabada la guerra? Amigos absolutos cuenta el destino de dos amigos del alma, el alemán Sasha y el inglés Ted Mundy, dos espías, más de treinta años de amistad, del Berlín estudiantil de 1968 a la universalización de la conquista de Oriente, después de la invasión de Irak, hoy mismo.

Mundy es guía turístico en un palacio de Múnich cuando Sasha resurge como un fantasma multiplicado en el Salón de los Espejos. Tres décadas son revividas entonces en 300 páginas (el pasado de los espías es abundante: corresponde a dos o tres vidas, o a una existencia doble o triple), y aún quedan 160 más para la última crisis y el desenlace explosivo. Fue heroico el pasado, el presente es maldito y mentiroso. La habilidad narrativa se transforma en malicia humorística: los castillos bávaros del bello y sensible Luis II, que levantó castillos de fantasía convencido de ser el elegido de Dios, le permiten al guía inglés comparar al rey loco de Baviera con su primer ministro, el bélico Blair.

AMIGOS ABSOLUTOS

John Le Carré

Traducción de Carlos

Milla Soler

Areté. Barcelona, 2004

464 páginas. 22,50 euros

Sin madre, hijo de criada irlandesa y militar imperial y ebrio, tuvo Mundy una infancia feliz en Pakistán y estudios desdichados en Inglaterra, "cementerio de muertos vivientes". Cultivó la germanística, como Smiley, el gran espía de Le Carré, y fue estudiante rebelde en Berlín occidental, contra la guerra de Vietnam. Salvó a Sasha de la policía antidisturbios y, años después, Sasha, idealista incendiario e hijo de un pastor luterano que a la vez ejerce de soplón comunista, condenó a Mundy a la ansiedad del espionaje: lo capta como agente de la Alemania roja, traidor a su patria, aunque, en realidad, Sasha y Mundy, don Quijote y Sancho, sirven al Mundo Libre, al Reino Unido, falsos agentes dobles, implacablemente fieles a la pasión de mejorar la vida.

Entonces, caído el muro de Berlín, padecerán el destino de los espías sin adversario ni señor ni tierra, abandonados. Humanista misántropo, anarquista airadamente pacifista, Mundy, héroe y vencedor de la guerra fría, enseña castillos en Múnich y convive con la turca Zara y su hijo, Mustafá, a quienes acompaña a la mezquita los viernes. Y, un día, en el palacio del rey loco, aparece Sasha, mensajero de un plutócrata presumiblemente oriental, prometiendo ideales, sumas fabulosas que proceden de Arabia, un mundo fabulosamente mejor, una contrauniversidad internacional, seminarios de libre pensamiento frente al poder fanático de América, sólo eso. ¿Seguirá Mundy a Sasha otra vez? Presentimos que, elija lo que elija, será condenado, según la suerte de los viejos espías patrióticos. Los nuevos espías del siglo XXI son ex agentes de la CIA ligados a empresas privadas, americanas, compañías y organizaciones monstruosas independientes de los Estados. Sus iguales son los Príncipes Negros medievales, que imponían salvajemente su dominio, antes de la invención del Estado moderno. Los buenos espías de Le Carré siguen siendo puro Le Carré; sus malvados, verosímiles, empiezan a semejarse a los del fantástico James Bond.

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