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Columna
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El engaño

El reciente reconocimiento por parte de The New York Times de su vergonzosa cobertura de lo de Irak no impide que, tanto éste como el resto de los más prestigiosos periódicos del mundo se llenen ahora mismo con especulaciones sobre la presunta y próxima soberanía de ese país -sin ley, ni orden ni esperanza: destrozado por la pobreza, la enfermedad, y el bandidaje- en que los invasores han convertido al antiguo predio del dictador Sadam Hussein. "Un paso más cerca de la soberanía", escriben unos y otros. Falacias.

¿Por qué no recordamos un poco, entre todos, quién es la comadrona de la ONU que ha dado a luz a ese "gobierno interino"? Por cierto, otra definición fantasiosa: ¿no resultaría más conveniente calificarlo de "gobierno títere interino"? Pero volvamos a ese gran demócrata, representante de las Naciones Unidas, el argelino Lajdar Brahimi. Este caballero, como nos recuerda amablemente el diario libanés The Daily Star en su edición del miércoles, desempeñaba el cargo de ministro de Asuntos Exteriores de su país cuando, en 1992, el Ejército tuvo que dar un golpe de Estado y suspender las garantías democráticas para que los islamistas no ganaran las elecciones. Las tremendas consecuencias de aquel democraticidio -que Brahimi explicó convenientemente a las democracias exteriores-, las carnicerías de civiles que siguieron, la actitud del Frente de Liberación Nacional, la revancha integrista, están en la mente de todos.

Así que menos milongas en torno a la "soberanía". ¿Soberanía, para qué? ¿Para el uso del petróleo que Occidente codicia? ¿Para dar a los chiíes lo que la minoría suní en el poder les negó durante la dictadura? ¿O no será más bien para conformar un país tal como nos gusta a nosotros, tal como nos conviene, y tal como prefiere el propio Brahimi? Un país controlado por un Gobierno típicamente árabe: sátrapa, corrupto y corruptor, subordinado. Capaz de tragar con la descomposición moral de los invasores, capaz de tragar con la ocupación encubierta, capaz de aceptar, como nosotros, el martirio palestino, el comportamiento de Israel, los bla-bla-blá del periodismo internacional, sus intoxicaciones y las palabras embaucadoras que ocultan hechos atroces.

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