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Columna
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Marca de la casa

¡Toma ya! Fuera de su ambiente, contra el mejor equipo de la temporada y en un quinto partido. Estudiantes se planta por primera vez en la final de la Liga ACB y lo obligado es felicitarle. Una felicitación efusiva y no sólo limitada a los jugadores y cuerpo técnico que ayer hizo historia en Vitoria, sino extensible a todo aquel que a lo largo de los años ha ido forjando el concepto y la marca Estudiantes. Una rara avis cuya excepcionalidad trasciende hasta los terrenos deportivos más amplios. En el aturdido pabellón vitoriano, Loncar, Felipe Reyes y compañía hicieron honor a las señas de identidad de una filosofía de club y de juego que anteriormente forjaron durante décadas gente como los Sagi-Vela, los Ramos, los Martínez Arroyo, Vicente Gil, Lopez Rodríguez, Herreros, Pinone, Winslow...por citar a algunos de los más relevantes y olvidando seguro a muchos otros. Con todos los cambios producidos en la sociedad y el deporte, en un baloncesto cada día más profesionalizado, con equipos que se parecen unos a otros, plagados de jugadores que dan la impresión de ir a trabajar a una fábrica y que imprimen a su juego características y sufrimiento más de mina de carbón que de placer lúdico, el Estudiantes no ha perdido las razones que le han hecho diferente, los motivos por los que tiene sentido su existencia hasta hacerla necesaria. Por ello, por lo que tiene de continuidad con una apuesta que en ocasiones ha podido parecer descabellada, lo destacable de ayer en Vitoria no sólo ha sido el fin último, la victoria y la final, sino también y quedándose a parecida altura, el camino elegido para lograrla.

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Estudiantes se gana la final

El Estudiantes del quinto partido fue el Estudiantes en estado puro. Un equipo libre y liberado que en vez de sufrir por la carga que suponía lo que estaba en juego llegó al pabellón a disfrutar del momento. Les pudo más la ilusión que el miedo, el sueño de llegar a la final antes que la pesadilla de quedarse un año más a las puertas. Y corrieron, un montón, y lucharon cada rebote, y Pepu estuvo enorme en su planteamiento y dirección. Como eran el Estudiantes, después de ponerse con ventaja de 17 puntos perdieron el oremus durante unos minutos y se dejaron lo ganado, pero eso también va con el escudo. Llegado el momento cumbre, volvieron a enganchar el hilo y terminaron destrozando los pronósticos, una de sus especialidades.

Al final se hizo justicia. No con este equipo, que sin duda se ha ganado a pulso llegar adonde ha llegado, sino con otros muchos jugadores, técnicos y directivos que no lo lograron pero que fueron fieles a un estilo casi en desuso. Como nexo de unión entre el pasado y el presente, como genuino receptor de todo lo bueno y algo de lo regular del modelo, allí estaba Nacho Azofra, un jugador que representa como nadie qué es y por qué es así el Estudiantes. Diferente, inclasificable, imprevisible y por encima de todo vivo, caliente, pasional, humano. Enhorabuena otra vez.

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