_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

En la Cárcel Negra

A los 56 días de su condena, por un presunto delito común, el saharaui Hassan Jedi murió, no hace dos semanas, por las torturas que le causaron los agentes marroquíes, en una celda de aislamiento de la prisión Lakhal de El Aaiún, conocida significativamente como Cárcel Negra. A instancias de sus familiares y tras muchas peripecias y más papeleo, al cadáver del saharaui Hassan Jedi se le practicó la autopsia, en el Instituto Médico Legal de Casablanca. La versión oficial ha sido tan concluyente como cínica y descarada: suicidio. O sea, que el saharaui Hassan Jedi, en la oscuridad nocturna de la celda de aislamiento se quitó la vida, como probablemente se la quitaron muchos iraquíes y muchos afganos, a quienes se les arrasó las vísceras y los huesos a golpes de bate, de incisivos de doberman o de balazos sin contemplaciones. Una de dos: o el suicidio ha ingresado también en el regocijo de la globalización, como la hambruna ajena, la riqueza propia, la peste lejana o el saqueo planificado, exclusivo y próximo; o la humanidad se ha precipitado, en su viaje planetario, por uno de esos agujeros negros, donde el poder absorbe impunemente el tuétano de los pueblos más débiles, hasta su inmersión en una geografía de laboratorio y escombros. Por fortuna, las fotos y los testimonios nos descubren el bestiario que se pavonea detrás de los supuesto suicidios, un bestiario que se exhibe con la misma impudicia en las monarquías feudales e inmisericordes, que bajo los focos de las más soberbias democracias. Asistimos a uno de los momentos estelares de la perversión política y militar, sin que apenas nadie mueva un dedo: la degollina interminable de palestinos, iraquíes y saharauis -de una lista abrumadora- salpica de complicidad a gobiernos y organizaciones internacionales, que se limitan a una nota diplomática, y a la declamación de los derechos de la persona y de los pueblos. Pero tragan. Tragan a Bush, tragan a Sharon y tragan a Mohamed VI, sin rechistar: prefieren mirarles el sucio triunfo de la bocamanga, que el naipe de ventaja en la manga. ¿Aceptación o cobardía?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_