De sabuesos y manipuladores
En el año 2000, Hans Blix, ex ministro de Asuntos Exteriores de Suecia, estaba abocado, tras cumplir 71 años, a su nueva vida de jubilado. Blix y su esposa acababan de finalizar un viaje a la Antártida. En un pequeño hotel del pueblo de Cheltén, en la Patagonia, Blix recibió un mensaje urgente. El secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, tenía una oferta para él: ¿aceptaría presidir un nuevo organismo para reanudar las inspecciones en Irak? Ese proceso quedó interrumpido en 1998, cuando Sadam Husein expulsó a los inspectores de la ONU de suelo iraquí nada más confirmar que la Administración de Clinton había ordenado bombardear objetivos en Irak con información recogida por aquéllos.
¿DESARMANDO A IRAQ?: En busca de las armas de destrucción masiva
Hans Blix
Traducción de Claudia Casanova Pannon
Planeta. Barcelona, 2004
319 páginas. 20 euros
Blix aceptó la oferta de Annan.El 16 de septiembre de 2002, Sadam, bajo la presión militar de Estados Unidos y el Reino Unido, readmitió a los inspectores de la ONU, un proceso que fue cortado violentamente cuando George W. Bush ordenó -ultimátum de las islas Azores, junto a Tony Blair y a José María Aznar- invadir Irak.
Este libro es la crónica de cómo Bush bloqueó -con la ayuda impagable de Sadam Husein- cualquier salida diplomática al presunto problema del desarme de Irak. Blix explica que la Administración de Bush lo amenazó desde el primer momento, a través del vicepresidente Dick Cheney, con desacreditarle si se interponía en su camino. De manera cándida, casi haciéndose el sueco, nada le resulta más natural, Blix explica que Bush no tuvo interés por acceder a la información que los inspectores de la ONU iban reuniendo en suelo iraquí. Según Blix, Bush actuaba de facto contra sus propios planes. Es decir: nada perdía con dar más tiempo a los inspectores, y si Sadam volvía a jugar al gato y al ratón, no hubiese sido difícil, dice Blix, conseguir una autorización de la ONU para invadir. Pero este razonamiento parte de asumir como probado un hecho dudoso: el interés real de Bush por el desarme.
Lo que ayuda a desvelar la razón por la cual el presidente norteamericano no tuvo ese interés por los datos que recogían los sabuesos de Blix, la única información procedente desde el terreno ya que Estados Unidos carecía de fuentes directas en Bagdad, es la decisión predeterminada de tumbar al régimen iraquí. Bush consideró cada éxito de los inspectores como un obstáculo en su camino, es decir, el de la guerra. Porque, como narra Blix, a partir de enero de 2003, Sadam Husein, al ver las orejas al lobo (es decir, cuando ya había 100.000 soldados norteamericanos en la región), empezó a aceptar las exigencias de los inspectores. Así, se comenzaron a preparar entrevistas en el extranjero con antiguos científicos iraquíes, se admitió el sobrevuelo de los aviones de reconocimiento U-2, y franceses y rusos, y por fin se materializó la destrucción de más de noventa misiles Al Samoud, un hecho sin precedentes.
Ésta es la pregunta que el ex
... no había cara que salvar.
La idea de que la guerra respondía a un plan de Bush y sus amigos Cheney y Donald Rumsfeld se ha visto recientemente ilustrada con creces. Tanto el ex responsable de la lucha contraterrorista, Richard Clarke, como el periodista Bob Woodward han aportado en sus respectivos libros lo que es necesario para saber que Bush pensaba tumbar a Sadam, como mínimo, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Los depósitos de armas, invocados por Bush para invadir, no existían, un hecho que ha llevado a algunos observadores a sostener que la invasión fue llevada adelante precisamente por la inexistencia de esas armas. Blix recuerda que la ausencia de pruebas de la destrucción total de los antiguos arsenales de 1991 no daba derecho a afirmar, y mucho menos a "exagerar", su existencia, como hicieron, según Blix, Bush, Blair y Aznar, para "vender" la guerra.
Blix recuerda que él, a diferencia de su colega, Mohamed el Baradei, director del Organismo Internacional de Energía Atómica, no pidió más tiempo para sus inspectores. Una solicitud en ese sentido difícilmente hubiera cambiado el desenlace, pero Blix privó de un apoyo importante a aquellos países que como México y Chile intentaban una tercera vía -entre Washington y París- para frenar la guerra con más inspecciones.
El Pentágono ha admitido, ya hace algunos meses, un secreto a voces: que todos sus datos procedían del grupo de opositores a Sadam Husein dirigido por Ahmed Chalabi, el político iraquí y ex banquero prófugo de la justicia jordana. ¡El Pentágono pagaba 335.000 dólares mensuales desde agosto de 2002 a este grupo para recolectar información, y dichos informes son, ahora, calificados como falsos! Hay más: ¡la Administración de Bush dice ser víctima de Chalabi quien, al servicio del regimen chiíta de Irán, le habría manipulado para que se deshiciera de Sadam! Al menos, ésta es una buena teoría conspirativa sobre la aventura emprendida por Bush.
Lo cierto es que en "aquel momento"-antes de la guerra- los servicios del Departamento de Estado advirtieron a Powell que la mayoría de los datos utilizados eran insolventes. Mohamed el Baradei, a su vez, informó a Powell que los documentos que él le aportó, a primeros de marzo de 2003, para verificar la presunta compra de uranio enriquecido que habría realizado Irak en Níger, con el objetivo de fabricar armas nucleares, eran falsos.
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