_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El bibi

Las farmacias, que forman parte del sistema sanitario español, han logrado conseguir en los últimos años formar parte del sistema comercial de los grandes almacenes. En parte se han convertido en una de las áreas, de las grandes, y no tan grandes, superficies. Y lo han conseguido sin perder su condición de facultativos. Pueden expender y facilitar colonia y potitos con su titulación universitaria, y como si fueran dependientes de estas superficies, con la misma seguridad que facilitan los medicamentos que prescribe el médico para las enfermedades más severas. Lo ganan por todos lados. Por eso no se entiende mucho que, alcanzado el alto y variado nivel de ventas y de ingresos por casi todo lo que quepa en su botica, una farmacéutica de Cartaya se niegue a vender un biberón para un pequeño de cinco meses. Dice que estaba de guardia. Y en guardia, por lo visto, sólo se pueden vender medicamentos con receta. Lo dice una Real Orden de 1928. En ella se ha amparado el juzgado para desestimar la demanda de ese padre que quería darle el bibi a su niño y dormir a pierna suelta. La farmacéutica de día puede vender biberones y potitos. De noche, no. Pues, nada, que hay que entender que sin receta y en horas de guardia, no hay bibi. El niño, el padre y los vecinos que esperen a la salida del sol. Mayor estupidez imposible. Ni las farmacias como oficinas, y tal como están diseñadas hoy, responden al concepto que de ellas se tenía en la Real Orden, ni el más mínimo sentido puede proteger que una persona, facultativa o no, que no facilita el bibi al pequeño, y tenga que esperar una noche para tragar.

Este comportamiento, por cualquier lado que se mire, además de ser una estupidez, es un abuso. No se puede ser un comercio que compita con las tiendas al uso y, al mismo tiempo, negarse a vender un producto que puede acallar el hambre y el llanto de un bebé. Una situación que, una vez más, pone de relieve que determinadas actividades, grupos o gremios, pueden seguir haciendo lo que les venga en gana. Ayer fue un preservativo y la píldora del día después, amparándose en la conciencia y, hoy, un bibi amparándose en la Real Orden de su gana. Mañana, no sabemos. En fin, ahora que se anuncian tantos cambios legislativos, a lo mejor había que darse una vuelta por las leyes de comienzos del siglo pasado, y actualizarlas a la realidad social que se vive.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_