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Crónica:CIENCIA FICCIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Las distintas formas de descomposición de los zombis

"DÓNDE Y POR QUÉ EMPEZÓ... nadie lo sabe." Buena forma de iniciar una historia cuando no se tiene idea de cómo justificar un enloquecido apocalipsis: la humanidad se ve azotada por una inexplicable e irrefrenable plaga que condena a los muertos a no morir. Acosados por estos cadáveres andantes sedientos de carne humana fresca (corazones sensibles, abstenerse), los contados supervivientes buscan refugio en una de esas catedrales del consumo modernas: un centro comercial.

El infierno está lleno y los muertos caminan por la Tierra. Sí, es Amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, 2004), de Zack Snyder, otra película de zombis. Un prolífico subgénero de terror en el que la amenaza son seres humanos fallecidos (sin alma, claro) que deambulan por lugares cotidianos. Es una revisión del filme homónimo de George A. Romero, titulado aquí con un escueto Zombi (1978), el segundo de la trilogía dedicada por este director de culto al tema tras el clásico La noche de los muertos vivientes (1968) y anterior a... ¿adivinan el título? El día de los muertos (1985).

Según la tradición, los zombis son cuerpos muertos sin alma, creados por la magia negra del vudú, la religión que los esclavos africanos llevaron a Haití a principios del siglo XVI. El individuo sometido a estas prácticas ingería ciertas drogas alucinógenas, suministradas por el brujo del ritual, y caía en un estado de semiinconsciencia temporal. Así, el zombi del vudú, a diferencia del hollywoodiense, no sería un muerto, sino una persona viva en estado de sonambulismo. Esos seres descerebrados, sin raciocinio, cuyo único deseo es alimentarse de vísceras humanas frescas, son una metáfora de las masas que acuden (acudimos) a los centros comerciales empujados por el consumismo más feroz.

Nuestro pasear por entre las surtidas estanterías se asemeja sobremanera a los movimientos que los zombis muestran en estos filmes. En el que nos ocupa, acorde con los tiempos, han evolucionado y ahora corren que se las pelan. Es lo más llamativo.

Acostumbrados a su deambular torpe y cansino (recuérdese, por ejemplo, Yo anduve con un zombi, 1943) y a su escasa fuerza (los patéticos espantajos de Romero son incapaces de abatir una puerta y, cual bolos, es fácil derribarlos propinándoles un simple empujón), ahora resultan mucho más temibles: el hambre no parecen haberla saciado, o sea, siguen igual de sanguinarios y, encima, a la carrera tenemos las de perder.

Además, en el filme, pueden distinguirse hasta tres tipos de zombis en función de su estado de degradación física comparables a las fases de descomposición de un cadáver real. Por un lado, los recién ingresados cuyo aspecto enfermizo concordaría con la idea de que la conversión es causada por una desconocida enfermedad. Su apariencia es aún humana y su sangre, roja y fresca. Algo sin parangón puesto que a las pocas horas de la muerte aparece la rigidez cadavérica o rigor mortis (reacción química en los músculos que los torna rígidos) y la sangre se coagula.

Luego están los que presentan signos visibles de descomposición: piel agrietada con tendencia a desprenderse con facilidad y color verde azulado. Recuerdo, lejano, del estado de putrefacción que se inicia aproximadamente un día después del óbito: aparecen manchas verdosas en el abdomen mientras el cuerpo adquiere un tono blanquecino y empieza a oler mal.

En el último estadio de zombi, el más repulsivo (ya avisamos), la sangre se torna más oscura y reseca; el esqueleto tiende a descoyuntarse y los huesos asoman por la piel; las heridas presentan un color oscuro y supuran. Reflejo también del avance de la descomposición en un cadáver real. Tras varios días, la putrefacción se extiende a todo el cuerpo. La piel adquiere un color amarronado por la acción de las bacterias. El cadáver puede expulsar líquidos por la boca o la nariz debido a la descomposición interna de los órganos.

Eso sí, en los filmes modernos, en caso de toparse con un zombi, y dada su insensibilidad a la intimidación verbal y a la violencia física, los métodos de autodefensa infalibles siguen siendo la decapitación o la incineración (o, ambos, a ser posible). Resulta irónico que la única forma de destruir a estos seres sin cerebro sea separárselo del resto del cuerpo.

Apunte final: aunque sus rasgos característicos (apariencia desaliñada, palidez, piel supurante o en descomposición, poco comunicativos, gruñen como respuesta al darles los buenos días, etc.) permiten identificar a un zombi, se ruega no emplear, sin asegurarse antes, los expeditivos métodos citados. Sobre todo un lunes por la mañana...

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