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Columna
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Ayudas a la navegación

Parece que el heredero de la Corona don Felipe de Borbón se ha casado con doña Letizia Ortiz, en adelante princesa de Asturias. Inician ahora un largo viaje pero al volante de un automóvil, en el puente de mando de un navío o en la cabina de una aeronave; cuando llegan las dificultades, es básica tanto la habilidad y destreza del piloto como las ayudas a la navegación para cumplir bien la travesía. También sucede así en la tarea institucional que les espera en este largo viaje con España, donde el copiloto, en este caso doña Letizia, ha de soportar las aceleraciones frontales o centrífugas, inducidas por un itinerario desigual, marcado por los accidentes del terreno con alteraciones sobrevenidas, sin tiempo suficiente para ser reseñadas en los mapas convencionales de carretera de modo que puedan prevenirse.

Retrocedamos por un momento a las cuevas de Atapuerca y recordemos para los que han llegado más tarde que, terminada la Guerra Civil, el llamado Caudillo declaraba España en reino mientras, al mismo tiempo, se afanaba en educar a los españoles en la animadversión a la Monarquía, a la dinastía y al conde de Barcelona que era su titular, objetivo predilecto del escarnio de los Campmany y demás camaradas en las páginas de la prensa falangista pagada, eso sí, por cuenta del contribuyente. Todo un proceder deliberado de ambigüedad calculada por parte de aquel general ísimo que confirmaba su talante taimado curtido en la desconfianza universal.

Se cuenta que por entonces Franco, que ya había proclamado el carácter vitalicio de su peculiar magistratura, respondió a uno de sus aduladores de cabecera cuando le instaba a proclamarse rey e iniciar una nueva dinastía aquello de "desengáñese usted, la Monarquía requiere antigüedad". Reconozcamos también que, venido de la intransferible escuela de la adversidad y del exilio, al entonces príncipe de Asturias -cadete y guardiamarina incesante de Academia en Academia- su boda con la princesa Sofía de Grecia, cuyo padre reinaba en Atenas, le añadió un plus de idoneidad y compromiso cuando todavía el artículo noveno de la Ley de Sucesión se andaba por las ramas dinásticas en plena confusión.

Después, ocurrido el hecho biológico, es decir, muerto Franco, era ineludible el proceso de desfranquización. Pero iniciar la andadura como Sucesor era una operación cargada de precariedades e incertidumbres para don Juan Carlos, que recibía unos poderes de monarca alauita y sabía que sólo llegaría a ser un rey consentido y querido por los españoles, al frente de una monarquía parlamentaria inserta en la Constitución democrática que libremente nos hemos dado, sin vigilantes armados ni ataduras castrenses, mediante renuncias inteligentes. Siempre a su lado, doña Sofía ha prestado espléndidas colaboraciones y ha sabido acercarse a las necesidades de la gente de a pie y promover la excelencia de las artes y de la música. En cuanto al Príncipe, empecemos por aceptar que ha tenido una vida distinta, sin exilios ni precariedades, y un destino originario en apariencia más cierto. Pero sabe bien, porque desde el primer día se lo han inculcado sus padres, que será imposible cumplirlo si su conducta se averiguara desviada del servicio permanente a los españoles. Por eso, está vacunado hace tiempo frente a esos especialistas en amaneceres que ahora intentarán multiplicarse a su lado de modo exponencial y, por eso, pronostico que se estrellarán ante él todos los que intenten ganar posiciones dirigiéndole elogios si se los entregaran envueltos en denuestos hacia su padre el Rey, por muy exquisito que sea el papel de celofán en que lo hagan.

Los ejemplos de quienes llegarían a reinar como Carlos IV y Fernando VII cuando fueron príncipes de Asturias deben ser examinados con todo cuidado para evitar errores semejantes. Y de las pamelas y de cómo algunos han sacado del armario los viejos uniformes y otros las esposas de las que llevan decenios separados para hacer el paseíllo de la Almudena hablaremos el próximo martes.

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