La boda
La boda sigue persiguiéndonos, incluso desde un escenario tan lejano como Matsumoto, en los Alpes japoneses, donde la Saito Kinen Orchestra tiene la sede de un festival veraniego. Su actuación en Valencia, muy esperada por el hecho de dirigirla Seiji Ozawa, terminó con un bis algo peculiar, ya que estuvo dedicado, "a la nueva princesa de Asturias". Se trataba del famosísimo Vals de las Flores, del Cascanueces. Cuando terminó, aparecieron dos señores levantando un gran cartel donde se leía: Felicidades, príncipes de Asturias. Al mismo tiempo, la orquesta atacaba la Marcha nupcial de Mendelssohn. Desconocemos si el protocolo japonés estipula este tipo de cosas, si fue idea del propio Ozawa o, más probablemente, de la empresa patrocinadora de la orquesta (EPSON). Empresa que reservó, en exclusiva para sus clientes, uno de los bares del Palau, donde, además de las entradas, se les obsequiaba con cava. EPSON también distribuyó por el recinto a un nutrido grupo de azafatas, para orientar a los invitados y hacer patente la antesala económica del arte. Por otro lado, el programa de mano estaba lleno de publicidad de la empresa, y había un público nuevo, con profusión de ejecutivos: toda una demostración, en suma, de lo que ya es una realidad en muchos sitios: la música esponsorizada, donde los conciertos adquieren tintes de estrategia publicitaria.
Ciclo compositores del siglo XX
Saito Kinen Orchestra. Director: Seiji Ozawa. Obras de Takemitsu, Bartók y Chaikovski. Palau de la Música. Valencia, 23 de mayo de 2004.
Esfuerzo innecesario, porque la Saito Kinen Orchestra, en cualquier caso, se publicita ella sola. Una discreta referencia al nombre del patrocinador resulta más elegante, en nuestro entorno, que toda esa barahúnda de azafatas, cava, anuncios y dedicatorias. Cuando vemos a Karl Leister en plantilla o cuando se hace evidente la tutela del grupo por un director de la talla de Ozawa, lo demás sobra. Desde el primer compás del Requiem de Takemitsu, el director de Manchuria exhibió su preciosismo en el acabado, su atención extrema a los detalles y, al mismo tiempo, su vigor comunicativo. Ligó muy bien esta obra con la Música para cuerdas, percusión y celesta, que amplió la gama de combinaciones tímbricas, servidas por Ozawa con instinto de orfebre. Lo mejor de este hombre es que su delicada atención a lo pequeño, a la minucia, al detalle aparentemente insignificante, no le impide estar atento a las grandes líneas estructurales que determinan, a fin de cuentas, la coherencia de las partituras.
En el Chaikovski de la Sinfonía núm. 6 se observaron los mismos valores "sensoriales", pero, junto a ellos, también la gran fractura planteada entre el Adagio y el Allegro del primer movimiento, o la lucha espectacular entre el metal y la cuerda. Fractura que, de alguna manera, se da también entre los movimientos extremos y los centrales, y que recorre, como hilo conductor, toda esta sinfonía. Primer y último movimiento fueron leídos de forma muy compungida, fraseando y respirando... "patéticamente". Pero no vale protestar, porque Chaikovski los escribió así. No es tarea de Ozawa ni de ningún director eliminar las dosis de autocompasión presentes en la obra.
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