La magia de un trueno
Aunque le cuesta conciliar el sueño, se supone que Barcelona duerme cuando el reloj del Observatorio Fabra marca las 01.25:28 del 3 de septiembre. Por más ruidos que perturben el descanso ciudadano, no hay sobresalto con la intensidad suficiente para ser registrado por un sismógrafo hasta que, un segundo después, se detecta un movimiento similar a la caída de un trueno. Las ondas proceden de un punto que dista 4,5 kilómetros en línea recta, exactamente del Camp Nou, donde 80.237 aficionados coinciden en celebrar todos a una el gol que ha marcado "Ronaldinho Gauuuuuucho", como canta Joaquim Maria Puyal, tal que fuera el aullido de un lobo pasada la media noche.
La hinchada, convocada a deshora por la junta tras el litigio televisivo de marras, está igual de festiva que cuando Rivaldo metió de chilena al Barcelona en la Liga de Campeones (17 de junio de 2001). A falta de copas, a diferencia de cuando Romario afeitó al bravo Alkorta con una cola de vaca (8 enero de 1994) o Ronaldo marcó el camino de Santiago en el césped de San Lázaro de Compostela (13 de octubre de 1996), el Barça celebra los goles como si fueran títulos.
El azulgrana practica con el elástico para tener una jugada marca de la casa como todos los grandes
Por cada camiseta que el Barcelona vende de Saviola se estampan diez del brasileño
El estadio vibra en la segunda jornada por la sacudida de Ronaldinho, tan vertiginosa y sonora que desvela a la ciudad, acostumbrada a un ruido de fondo uniforme. "El Camp Nou es una discoteca", denuncia el Sevilla, descolocado, aunque no vencido (1-1) por el brasileño, que ha retrocedido hasta la divisoria para recoger la pelota servida por Valdés, eliminar a medio equipo de Caparrós y golpear el cuero hasta superar al portero, dar en el larguero y botar una vez traspasada la línea de meta.
Despierta el Barça con el gol y se entrega a Ronaldinho con la misma liturgia que el rayo precede al trueno. El impacto de la jugada ha sido de tal magnitud que la hinchada evoca por momentos el debut de Cruyff frente al Granada (28 octubre de 1973). La potencia y la velocidad con las que se arrancó el brasileño hasta ganarse el remate recuerdan el cambio de ritmo del holandés. A diferencia de Cruyff, Ronaldinho, finalmente, no ha llevado al equipo a ganar la Liga ni tampoco pasa aún por ser el mejor futbolista del mundo. Ocurre, sin embargo, que su irrupción ha sido tan asombrosa que ha puesto de nuevo al Barça en disposición de competir con los grandes. "Ronaldinho marcará una época en el Barça", augura el presidente, Joan Laporta.
En una temporada en que el Madrid ha reunido a Beckham, Zidane, Ronaldo, Roberto Carlos y Figo, Ronaldinho ha sido elegido el mejor extranjero del campeonato, ha mejorado a su equipo al punto de disputar el título en una segunda vuelta de récord y se ha ganado la estima de la hinchada, propia y ajena, por su capacidad infantil para transmitir la alegría del juego. Expertos en comunicación coinciden en que el brasileño genera armonía porque sus gestos no son agresivos. "Me definiría como un jugador contento", responde cuando se le demanda por su capacidad para atraer a chicos y grandes, contagiar su radiante optimismo, despertar la admiración del adversario y estimular a sus compañeros: "Al tocarles antes del partido les transmito mi energía".
Ronaldinho es aplaudido cuando entra y sale del campo mientras en su vestuario agradecen su compromiso, liderazgo y empatía. Todos se sienten mejores futbolistas desde su llegada. De veras, juega mejor y se siente más poderoso el Barça, que ha doblado su caché, cerrado una gira por Asia y dispone de ofertas cercanas a los diez millones por poner la publicidad a una camiseta inmaculada. Por cada zamarra que se vende de Puyol y Saviola se estampan diez de Ronaldinho, al que Nike pasará a tratar como a Ronaldo.
Aumenta el volumen del negocio del club, tan sorprendido por el rendimiento del futbolista que tiene miedo de perderlo, aun cuando su cláusula de rescisión es de 100 millones, cuatro veces más de lo que costó. En un debate en el que Cruyff ejerce indistintamente de asesor empresarial y consultor futbolístico, Ronaldinho sólo ha pedido que le paguen como el mejor y no como el quinto, que armen un gran equipo porque es un ganador y que la afición se implique más porque el número de espectadores es casi el mismo del curso pasado.
Ronaldinho es una mina. Ni Jordi Pujol, el ex presidente de la Generalitat que pidió a la directiva que le ficharan por las buenas o por las malas, preveía un año tan espectacular. "Tampoco yo me lo explico", asevera Ronaldinho, que confesó a L´Equipe que tal vez en el Barça lleva una vida "más higiénica" que en París; que en Barcelona y en la Liga española se siente como en Brasil por el agua, la luz, el clima, el idioma, el pagode y el jogo bonito, y que de sus cosas cuidan su hermana y hermano mientras su madre viene a dar un vistazo de vez en cuando. Ronaldinho se pasa el día jugando. Le da igual coger una pelota de voleibol que de baloncesto o fútbol. Juega con el balón en todas partes. A veces se inspira en una foto y otras en una imagen televisiva, ensaya y repite sus trucos y aumenta a diario el surtido de controles y gestos técnicos: "A Zidane le reconocen por sus roulettes, a Ronaldo por la bicicleta y yo practico con el elástico de Rivelino. El defensa no comprende qué pasa, pero no me haga describir cómo la hago porque no lo sé". Ronaldinho tralada fielmente sus juegos a la competición.
Jugador de talento, cuenta con un físico imponente. Las piernas jamás le niegan la jugada procesada en la cabeza. Es un purasangre de 1,82 metros y 76 kilos. Los médicos dicen que tiene el físico de un velocista de 100 metros. Rápido en la salida, acelera de forma incontenible por su potencia explosiva y cuesta tirarle porque ha trabajado los músculos en el gimnasio para acostumbrarlos a los golpes después de perderse cinco partidos por una rotura fibrilar.
La lesión de Ronaldinho ayudó a Rijkaard a recapitular y dar con la tecla tras tirar media Liga. El técnico sacrificó un extremo para ganar un medio y destapó una banda. Abierto el campo, Ronaldinho supo posicionarse para recibir la pelota, tener una salida por los dos lados, encarar a los laterales o ejercer de trescuartista y convertirse en origen y final de la jugada sin ser un goleador. Ronaldinho parece incontenible cuando tiene más cancha y el balón le llega con más frecuencia. Va como un tiro. A mayor intervencionismo suyo, menos problemas para la organización ofensiva y el trabajo táctico. Puede que a ratos se vaya del partido y en otras cometa frivolidades como las que le costaron la expulsión en Valladolid. A la que aparece, sin embargo, es terminal. Ronaldinho tiene un don para jugar a fútbol, como dice Zagallo: su juego es el más dulce de la Liga, aunque sus acciones tengan la rapidez de un rayo y sus goles provoquen el estruendo de un trueno.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.