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BODA REAL | La música en la catedral

Notas para un mundo mejor

Se nota que hay un criterio profundo y de enorme sensibilidad en la elección de los compositores seleccionados para acompañar musicalmente la boda en la catedral de la Almudena. Por un lado, la flor y nata de la polifonía española renacentista con el añadido del malogrado Juan Crisóstomo de Arriaga; por otro, las grandes figuras incuestionables de Bach, Händel y Mozart. Es un regalo para el espíritu y una guía para entrar en la senda de una música para ser más felices. Pero incluso el complemento para la entrega del ramo en la basílica de Atocha reivindica ese carácter más escondido de la buena música española en otros periodos, con Pedrell y la Salve de Bretón flanqueando una de las Cantigas de Alfonso X el Sabio en el momento central de la ofrenda.

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Todo está cuidadosamente escogido. Händel abre la ceremonia, con el allegro del concierto de órgano, opus 7, número 3, para fijar el carácter teatral, ritual, espectacular en el que el acto está encuadrado. Es una de sus últimas obras orquestales, y su tono triunfal y extrovertido encaja con el famoso Aleluya final, tal vez la única concesión a la popularidad. Händel es un músico necesario desde la festividad y supone la otra cara de la moneda de Bach, cuyo coral de la cantata 69 ilustra la firma del acto matrimonial, oportunamente, entre otras razones porque Bach es la música de la eternidad. La humanidad de Mozart se refleja en el gradual Sancta Maria, mater Dei, invocación a la Virgen en vísperas del importante viaje a Mannheim y París del autor salzburgués, como una sutil súplica de protección ante el camino a recorrer, en una síntesis musical genial entre la sencillez y la expresión. ¿No invita a la correspondencia metafórica la alusión al viaje?

España vivió su edad de oro musical con la polifonía renacentista. En la boda están los sevillanos Cristóbal de Morales y su alumno Francisco Guerrero, este último con una villanesca deliciosa, Pan divino, como fondo de la comunión. La música de Guerrero tiene, por así decirlo, una impronta más española en la expresividad que la de Morales, o simplemente está menos influido que éste por los compositores flamencos. El eje musical central de la boda es, en cualquier caso, el castellano Tomás Luis de Victoria, ejemplo supremo de espiritualidad y sensualidad. Es, recuerden, del tiempo y lugar de Teresa de Ávila. La missa pro-Victoria está en la tradición de las misas-batallas de los siglos XVI y XVII, y se publicó en Madrid en 1600. Su presencia en la boda, además de su infinita hermosura, es un guiño a la paz.

Paz no fácil. Por ello en la comunión también suena el coro O Salutaris, con una invocación precisa desde el texto: "Oh salvadora hostia, que del cielo abres la puerta, nos acechan fuerzas hostiles, danos fuerza, auxílianos". El director de orquesta Jesús López Cobos lo grabó en 1985. Ayer volvió el maestro zamorano a algunas de sus músicas más queridas con la Sinfónica de RTVE y el Coro Nacional. Músicas maravillosas para el comienzo de un camino. Músicas que hacen compañía. Músicas de verdad.

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