_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Estrella

A veces da vértigo pensar que algunos hechos sin los que ya no seríamos capaces de entender nuestra vida, pudieron perfectamente no haber ocurrido: el haber entrado aquel día exacto y a aquella hora en un pub donde la única invitación del azar parecía el saxo de Charlie Parker, y no la persona que nos esperaba dentro sin que nosotros lo supiéramos ni ningún pálpito nos lo anunciara; o esa amistad que nos ha construido por dentro y que sin embargo nos fue dada también por casualidad, por haber perdido un autobús o haber tropezado en el bordillo de una acera; o el reloj-despertador que en el último momento no sonó, salvándonos la vida al impedir que tomáramos un determinado tren; o el boleto premiado de lotería que alguien nos regaló en una tienda del barrio. A eso lo llamamos tener estrella. Aunque todos sabemos que lo más difícil de la suerte viene después. Cuando hay que empezar a merecerla.

Pero existe también un universo en negativo que no es la fatalidad, sino sólo la mitad de la vida que hemos descartado, a veces injustamente, porque la justicia raramente tiene que ver con el destino: los fotogramas desechados o censurados que no formarán ya parte de ninguna película; los sobres vacíos, desprovistos de su contenido, pero también los que nunca se llegaron a enviar, las citas pendientes e incumplidas o sólo anunciadas como la novela El último hombre que Albert Camus no tuvo tiempo de acabar; los besos de Cinema Paradiso y todos los que no nos han dado todavía; lo que soñamos; la música secreta de aquella partitura que Juliette Binoche recoge de la basura en una película tristísima y hermosísima de Kieslowsky; el silencio; los proyectos que no llegan a ninguna parte; el protocolo de Kioto limitando las emisiones de dióxido de carbono, que no hemos cumplido; una llamada de teléfono que no se hizo desde la comisaria al juzgado de Alzira y que hubiera salvado la vida de Jenny Lara y de sus dos hijos pequeños; los sueños de los que no recordamos nada al despertarnos; las negociaciones de paz interrumpidas entre Israel y Palestina; algunas paradojas; las denuncias archivadas de muchos interventores del estado de Florida en el recuento de votos de aquella terrible noche de estafa electoral que acabó llevando a Bush a la presidencia de EE UU, y al mundo entero a un callejón sin salida; una felicitación navideña desde el Hotel Katmandu en Nueva Delhi que nunca llegó a su destino; los días que se van quedando a medias, perdidos, desdibujados como niebla en un valle; las páginas escritas en un rapto que consideramos imperfectas o demasiado raras y que acaban en la papelera, como ésta que ahora acabo de rescatar del fondo del cesto, porque es nuestra relación con lo imposible, lo que salva la libertad.

Al fin y al cabo el cálculo de probabilidades es una clase de insubordinación que no sólo cabe en los poemas de Borges, sino que está respaldado por la vida de cada cual y por principios físicos y matemáticos muy precisos derivados de aquella ley de la gravitación universal que Newton defendió en una Europa devastada por las guerras de religión. Todo está conectado dentro de la naturaleza: el envés y el revés de una hoja forman parte de la misma trama, pero el futuro siempre es una ecuación incompleta.

En el agujero negro del cosmos, donde van a parar todos los sueños que los humanos no hemos sabido conquistar, palpita enigmática la suerte de nuestra estrella.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_