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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Retazos de vidas

Con su segundo libro de relatos, el primero, Noctámbulos, IV Premio Casa de América de Narrativa, éste, Compañía, II Premio de Narrativa Caja Madrid, Cristina Cerrada (Madrid, 1970) no ha dado un paso adelante, pues ya lo había dado, y muy gratamente para los lectores, como es el caso, que gustan de descubrir nombres nuevos, con el anterior. Su segundo libro no es mejor que el primero, sino que comparte con el anterior sus mismas virtudes, las que hicieron que no pasara inadvertido, como éste no debe ser orillado por la marabunta habitual de novedades propias de la primavera editorial. Cristina Cerrada sigue mostrando una exquisita habilidad para el relato, un relato de estirpe norteamericana, fundamentalmente (no sé si proviene la cosa de las clases prácticas de los talleres de escritura, tan extendida la fórmula de "aprendizaje" en Estados Unidos y en algunos países latinoamericanos, y de los que ella proviene).

COMPAÑÍA

Cristina Cerrada

Lengua de Trapo

Madrid, 2004

157 páginas. 14,50 euros

Sus historias son bocados de realidad, descartes de vida, fragmentos de existencias (grises, casi anodinas, sin más complicaciones que esa grisura que lo cubre todo como una capa de polvo en una casa descuidada). Sus seres, noctámbulos o perdidos en (falsa) compañía, son náufragos asidos a un madero en las aguas turbias, calmas o agitadas (táchese lo que no proceda en cada caso) de sus propias vidas. Recorren todos ellos, o casi todos, en este libro o en el anterior -tan excelente uno como el otro: no hay que perder de vista a esta joven escritora-; con cierta desorientación sentimental la noche, buscan algo que no encuentran. En estos relatos, nocturnos algunos de ellos, de desencuentros sentimentales otros, los espejos que a veces, reales o metafóricos, aparecen en estas páginas atrapan cicatrices de vidas rotas o decepcionadas, costurones o desgarros del cansancio de vivir en compañía o de la rutina que se agrieta en desamor. A veces en un espejo, en un gesto, en una conducta extraña confluyen dos miradas, dos rostros, dos tristezas, dos desencantos, dos huidas (imposibles, a veces, conseguidas otras; había en el libro anterior una historia impresionante, en la que un hombre, que ha decidido abandonar a su mujer por otra, que le está esperando en otro lugar, y que tiene ya la maleta de los adioses en el vestíbulo, enferma de neumonía y se tiene que refugiar en la cama de uno de sus hijos, en una casa que ya ha decidido que no va a ser la suya, mientras que la mujer que va a ser abandonada le pone la mano en la frente por ver si baja la temperatura: aquí, como en otras historias de la autora, la ironía y un cierto lirismo se enredan de forma natural).

En este segundo libro, más quizá que en el primero, según mi recuerdo, Cristina Cerrada utiliza, como uno de esos trucos célebres de Hitchcock en sus películas, elementos, aparentemente secundarios, que atraviesan la narración, no distrayendo al lector, sino haciendo que mire hacia ese lado, para conseguir un efecto de sorpresa mayor: así, un soldador robado, una naturaleza muerta colgada en un bar, una jaula con unos canarios, una televisión encendida, faro inútil de una pareja en crisis, cautivos del silencio que surge como musgo en el muro de la rutina matrimonial, una piara de cerdos, o un contrabajo. Cristina Cerrada, como buena seguidora con mirada propia de la narrativa corta norteamericana, utiliza un lenguaje sencillo, claro, directo, sin complicaciones (véase cómo puede escribirse también de otra forma, trabajando más el lenguaje, esforzándose en hallar otros espacios literarios más consistentes como puede ser el caso de Alberto Méndez y Pablo Andrés Escapa, autores de dos primeros libros de cuentos verdaderamente excepcionales, que acabo de descubrir, y que recomiendo en lo que me resta de paréntesis). Cristina, en cambio, va al grano, y sus historias, eso sí, son excelentes bocados de realidad.

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