El precio de la independencia
A Halldór Laxness (1902-1998) se le conoció en España gracias a la colección Premios Nobel de la editorial Aguilar (obtuvo el premio en 1955). Sin embargo, hoy día estaba en el olvido. Esta recuperación por parte de ediciones Turner, que planea publicar otros títulos suyos, es particularmente importante porque se trata de la que sea probablemente su mejor novela y, en todo caso, una novela cumbre de la literatura universal del siglo XX. La traducción que se nos ofrece procede de la edición argentina y viene del inglés, pero los editores han encargado de su cuidado y revisión a Enrique Bernárdez, profesor de Lengua y Literatura islandesa; tanto su aprecio por el trabajo de Mazía como su propia solvencia nos ofrecen la mayor garantía de que estamos ante una versión perfectamente cuidada.
GENTE INDEPENDIENTE
Halldór Laxness
Traducción de Floreal Mazía
Turner. Madrid, 2004
646 páginas. 22 euros
Gente independiente narra la historia de Bjartur de la Casa Estival, un hombre que puso su independencia como línea de conducta de su vida y a ella se sacrificó. "Un hombre vive en vano hasta que es independiente", ése era su lema y su más firme creencia, que precisa aún más: "El hombre que vive de su propia tierra es un hombre independiente". Bjartur es un ovejero que, tras dieciocho años de trabajo por cuenta ajena, adquiere su propia tierra y la paga durante doce años más. Se casa, tiene hijos, supera las mayores adversidades y se enfrenta a los nuevos tiempos, a la modernización de Islandia, con las mismas armas y fe con que se hizo a sí mismo. Su orgullo y su sentido de la independencia no excluyen un autoritarismo extremo, un individualismo feroz, un patético desconocimiento de todo lo que no es su granja (el mundo exterior, la sociedad y los cambios a que ésta se ve sometida). Se rige por un orden de valores en el que la oveja es superior a la familia y, en suma, muestra una ambigüedad bellísimamente expresada por un comportamiento de apariencia unívoca y de dimensiones internas contradictorias, donde la contención de los sentimientos y la tiranía de los principios pugnan con la ternura y el afecto. Su autoritarismo, sin embargo, respeta la independencia de los demás porque ésta es reflejo de la propia suya.
Con tal personaje, Laxness construye una representación del mundo. La lección del autor es magistral. El lector se va a encontrar con un procedimiento narrativo de simple apariencia y gran complejidad. En primer lugar, un estilo llano que expone una historia donde el narrador toma múltiples posiciones; en segundo lugar, un tono que recuerda a las sagas -relatos en prosa sobre héroes islandeses anteriores a la colonización destinados a ser leídos en público, pero no relatos orales-; además, una mezcla de tiempos que, procediendo de las mismas sagas, adquiere una extraordinaria modernidad. En conjunto, me atrevería a decir que se trata de un encuentro realmente mágico entre la epopeya y el realismo, del mismo modo que, en las sagas, se producía un encuentro entre literatura e historia cuyos resultados narrativos, como bien muestra Laxness, aún tienen mucho que aprovechar en la narrativa contemporánea. Sólo una pregunta al margen: ¿hay una relación entre ese encuentro mágico y el encuentro -muy distinto en el tiempo y en la forma, claro está- entre realidad y ficción que Sebald consuma en su Austerlitz?
Existe una relación simbóli-
ca entre tradición y modernidad en este libro, reproducida como un leitmotiv, que representan, respectivamente, Bjartur y Einar. El primero compone rimas al estilo antiguo, donde la versificación y la rima son fundamentales, el segundo es un poeta de verso moderno, lo que desdeña el primero. Heroísmo frente a sentimentalismo. Al final, Einar se convertirá en un granjero de tamaño mediano, un pragmático burgués acomodado a los nuevos tiempos en los que "el hombre libre de los años del hambre se había convertido en el esclavo de los intereses de los años de auge" mientras que Bjartur reemprende su épica lucha por la libertad y la independencia. En el camino de su orgullosa independencia, orgullosa hasta el cerrilismo, Bjartur gana y pierde todo, incluido hijos, esposas, pero su figura posee esa fibra y esa complejidad que sólo los grandes caracteres literarios son capaces de mostrar.
Hay además, en el libro, un retrato formidable del entorno social islandés, que parte de la vida casi medieval de la Islandia eterna para ir relatando los pasos hacia la industrialización, los primeros brotes del sindicalismo y el socialismo, la lucha política, el capitalismo incipiente... todo ello visto desde una aldea, desde unas granjas. Cuando los granjeros llegan a la conclusión de que "el capitalismo castiga más duramente a los que no roban que a los que roban", la vida moderna, la banca, los préstamos, los intereses... se les han echado encima sin remisión y ha deshecho una forma de vida para siempre. Bjartur, un hombre que "había extraído su elevada cultura de las baladas y de las antiguas sagas, en las que los hombres luchaban entre sí sin andarse por las ramas, se hacían picadillo y apilaban los cadáveres unos sobre otros" carece de armas para enfrentarse a esa nueva vida; quizá su hijo emigrado a América, quizá su hijo entregado a los sindicalistas, puedan encontrar un sitio en el mundo. Él ya sólo tiene el suyo. Rudo, brutal, contradictorio e inextinguiblemente libre, Bjartur camina hacia el final del relato, un final de un dramatismo emocionante como pocos.
Éste es un libro para leer despacio, casi tan despacio como para leer el mundo, porque es tan digno de admiración en su inagotable sencillez como en su profunda complejidad. Una obra maestra de la narrativa del siglo XX.
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