Un contrato con la virtud
El periodismo cultural y las promociones editoriales son, hoy por hoy, quienes organizan los vientos que rigen el rumbo literario y, al margen de la academia o de la opinión de los sumisos escritores, las autoridades que nombran y manejan los términos al uso. De este modo, aquello que se designaba como "tema" y bajo cuya denominación se incluía el tratamiento de asuntos como la muerte, el paso del tiempo, la ilusión y la realidad, el individuo en el Estado, el deseo o "menosprecio de corte y alabanza de aldea" son ahora sustratos indefinidos, y lo que antes eran "ambientes" o "medios para contar un relato" son los llamados "temas". Esto quizá parezca una cuestión peregrina, mera notación, pero es síntoma inequívoco de que la actualidad informativa y lo detonante acaparan un medio expresivo que necesita independencia y distancia. Por eso, tantos autores han visto lanzadas sus carreras por un tópico que luego han de cargar con fatiga.
EL CUERPO
Hanif Kureishi
Traducción de Roberto Frías
Anagrama. Barcelona, 2004
270 páginas. 15 euros
SOÑAR Y CONTAR
Hanif Kureishi
Traducción de Fernando González Corugedo
Anagrama. Barcelona, 2004
324 páginas. 16 euros
Hanif Kureishi ha sido el autor de lo "interracial", del "posimperialismo", de la "globalización cabreada, bailonga y drogada" o de lo que ustedes quieran, pero tengo la impresión de que desde hace ya bastante, o quizá desde el mismo inicio, se empeña en ser algo distinto, algo auténtico. Esa intención es, a veces, mucho más que eso, y otras da lo mismo.Me explico. Así comienza Las aventuras de Augie March, de Saul Bellow, una novela que trata, y bien, muchos temas importantes, pero cuyo medio para contar el relato es la integración en Estados Unidos de un judío emigrado: "Soy norteamericano, de Chicago, sombría ciudad, Chicago, y encaro las dificultades como he aprendido a hacerlo, sin rodeos". El narrador de El buda de los suburbios, de Kureishi, se presenta de este modo en la primera línea de la novela: "Mi nombre es Karim Amir y soy un inglés de los pies a la cabeza, casi". Ser norteamericano o ser inglés importan mucho en ambas novelas, pero son vías, no llegadas. Como en su tiempo hizo Bellow con su orgulloso y peculiar modo de ser americano, y aunque ahora dé lo mismo, uno sospecha que Hanif Kureishi firmó una suerte de contrato con la opinión pública por sus primeras obras, y cuando ya estaba harto de decir que era inglés, o casi, pero sobre todo inglés, y expuso las circunstancias y los argumentos que se derivaban de su condición, quiso dedicarse a otras cosas. Quizá ahora, lo que precisa aclaración no es ser "inglés", sino "buen escritor inglés". Y lo consigue.
Sigo con la metáfora con-
tractual. Hay autores que, en su juventud, firman un ansioso contrato con la venganza: pactan un ajuste de cuentas como si fuesen, a un tiempo, el despechado y el asesino a sueldo. La víctima es el mundo en general. Con el tiempo, alguno de esos autores son parte de contratos blindados que quizá tengan que ver con el dominio del oficio, pero nada con las diversas posibilidades de la realidad ("las trece formas de mirar un mirlo" de Faulkner) o con las resonancias metafísicas del ser y el devenir de mujeres y hombres. Otras veces, parece que algunos hayan firmado ese contrato con el pulgar entintado. Kureishi, en cambio, parece haber llegado a un acuerdo de no agresión con la existencia, esa búsqueda del sentido común que implica una reflexión sobre el proceso mismo y los elementos que lo forman como una senda a la serenidad y a la virtud, la culminación de las buenas intenciones en un instante logrado. Escribir sobre sentido común, serenidad y virtud, en plena madurez creativa y con talento es un tema, y es muy difícil. "La felicidad escribe en blanco", decía Montherlant. Kureishi demuestra que, a veces, es posible. Y es entonces cuando el lector se siente conmovido. Mucho.
El problema de Kureishi, como el de tantos escritores británicos de su generación, es su capacidad mimética con otros autores, sobre todo, americanos. Tanto en El cuerpo, que es ficción, como en Soñar y contar, que es ensayo, uno es consciente de que ha oído antes la misma canción. Así, la novela corta que da título a El cuerpo, por su actualización de lo fáustico y el constante subrayado de su tesis, no evoca sólo a H. G. Wells, sino también, y eso es más peligroso, su argumento se parece mucho al de la novela Seconds, de David Ely, cuyo memorable adaptación al cine se llamó aquí Pacto diabólico. Cuando en Soñar y contar, Kureishi escribe sobre política, nos suena mucho al Mailer de San Jorge y el padrino, y cuando lo hace sobre John Lennon oímos el susurro de Greil Marcus que nos dice: "Yo lo hice antes, y mejor". Algunos cuentos de El cuerpo recuerdan al Irwin Shaw de Las chicas vestidas de verano y otros a Cheever. Pero está la simpatía que respira el conjunto. Y esa búsqueda de la virtud.
Dejando a un lado la simpa-
tía, existen motivos para recomendar la lectura de estos libros. Uno es, en Soñar y contar, el artículo 'Algo dado: reflexiones sobre el arte de escribir', donde el autor cuenta la tenacidad y el continuo fracaso de su padre en el empeño por convertirse en escritor. Fascina imaginar el modo en que el continuo y hogareño repique de una máquina de escribir se oía cada mañana en el hogar de dos escritores ingleses contemporáneos, Kureishi y Martin Amis (éste lo cuenta en Experiencia), y los juegos de percepción que procuraba ese sonido constante. Las otras joyas de Kureishi están en lo que podría parecer el relleno de la novela corta que compone El cuerpo. Piezas como Recuerda este momento, recuérdanos o El verdadero padre son asombrosas.
Dicho esto, aún no sé, y me importaría saberlo, si Kureishi es un escritor bueno o, a ratos, es algo más. Discúlpenme, pero no sé resolver esa duda. El tiempo dictará superlativos. Puedo afirmar que buena parte de los dos volúmenes se leen con interés. Tienen el peso de la sabiduría, que es mucho, pero no sé si tienen la gracia del arte, que lo es todo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.