La resistencia al vacío
Hay un paradigma reaccionario, interiorizado como marca de miedo, que sitúa el comienzo de la historia en la expulsión del paraíso y en el crimen de Caín. Por supuesto, ese relato ignora a propósito la voluntad de reexistencia de las Evas y Adanes, así como la existencia del tercer hijo, Set, quien se preocupa por sepultar honorablemente a los muertos en la tierra de la Caída. Esa manera de actuar tendrá implicaciones decisivas. Se creará un nexo contra el supremo aniquilador, el tiempo. "Los muertos son la imaginación de los vivos", escribe John Berger en Páginas de la herida (Colección Visor de Poesía, 1995). Una idea que desarrolla en un texto memorable, Doce tesis sobre la economía de los muertos. En uno de sus poemas "de contrabando", insertados como destellos en morse dirigidos al hipotálamo, ese generador que los pensadores de la luz llaman "corazón del cerebro emocional", Berger reivindicó a los Adanes y Evas continuamente expulsados: "¡Con qué tenacidad regresan cada noche!". El tamaño de la bolsa está poblado por esa estirpe de seres que todavía regresan a vivir.
EL TAMAÑO DE UNA BOLSA
John Berger
Traducción de Pilar Vázquez
Taurus. Madrid, 2004
171 páginas. 20,50 euros
En un reciente epílogo a su primera novela, Un pintor de hoy (aparecida en 1958 en el Reino Unido, y editada en castellano en 2002), explicaba que aquella obra literaria fue un adiós a la pintura. Nacido en 1926, el joven artista entendió que el arte de pintar era poco efectivo para la intervención crítica. Era una época, la más caliente de la guerra fría, en que la amenaza de hecatombe nuclear ensombrecía la existencia cotidiana. La escritura, periodística y literaria, tenía más velocidad, más pegada. Lejos de amedrentarle, las virulentas reacciones contra el libro, tratado como un artefacto enemigo, reforzaron su coraje como escritor. Hoy sabemos que John Berger no sólo no ha dejado de pintar sino que ha revolucionado el arte, la forma de ver. Cuarenta años después, el epílogo a Un joven pintor no se lee como un accesorio, una pieza de tuning para embellecer la carrocería. Contiene una información esencial. El lugar donde nació una literatura. Muchos escritores suelen situar ese punto de embarque en sus lecturas. John Berger describe un lugar fundacional. El del abrazo. En su aprendizaje, frecuentaba galerías y museos, pero sobre todo un mapa subterráneo de estudios y talleres de pintores. Muchos de ellos eran exilados en el Reino Unido huidos del fascismo. Con los refugiados compartió la idea de que el dolor se encuentra en el origen de la imaginación humana. "Eso no nos hacía ponernos solemnes, pero sí que nos hacía abrazarnos, enlazarnos por los hombros, para el espanto de los ingleses presentes".
El tamaño de una bolsa es un libro de abrazos que crean lugares. Ese abrazo matriz que viene precedido por la conciencia del dolor, incluso del horror infernal, nos sitúa en los antípodas del vacío. Walter Benjamin entendió que cada pensamiento debe ser arrancado a un ámbito "en el que reina la demencia". John Berger arranca "al delirio espacial" estos textos que abrazan. Esa característica constitutiva del texto como abrazo, como receptor que escucha mientras avanza, explica en parte cómo la más dura denuncia (La derrota del mundo) no sucumbe al género de la apocalíptica. Existe una causalidad en la expoliación de la esperanza en el mundo contemporáneo. Y describir el lugar del infierno hoy, en un texto que emana de la profecía de El Bosco, es de una exigencia que todo lo pone a prueba. Requiere coraje, sí, pero un coraje genial. Tanto como el de representar la esperanza. Son desafíos límites a lo que queda de verdad en el lenguaje. Veamos. Con siete palabras, John Berger construye el siguiente lugar: "Recuerdo los escombros y la esperanza omnipresente". Ya estamos en el estudio de Leon Kosoff. Pero nuestra percepción posmoderna incluye el cinismo como componente. El escritor se da cuenta, pone un punto y seguido, se gira hacia nosotros: "La esperanza era extraña porque su naturaleza era semejante a la del hueso que el perro entierra en el jardín".
Cada libro de John Berger es un abrazo inolvidable como sólo son los abrazos que llenan un vacío. La idea de que la literatura puede cambiar el mundo es tan pretenciosa y ridícula como afrontar con un soneto la reforma agraria. Pero es verdad que la lectura de una obra como ésta puede tener importantes implicaciones ópticas. En oftalmología, lo que no abarca el ángulo de visión de un ser se denomina área ciega. Así, el depredador tiene una buena vista de frente, parcial, pero su área ciega puede alcanzar los 200°. Al contrario, la becada, el ave que alerta el bosque, casi no tiene área ciega. El tamaño de la bolsa tiene que ver directamente con lo inolvidable. Es un viaje por el área ciega de la humanidad, utilizando las señales del arte. Los ojos escuchan, las palabras trazan. La geocrítica de Berger construye una geografía no catastral, lugares y presencias antes invisibles. Sentimos que los capítulos se comunican por pasadizos que nos llevan desde el interior de la cueva de Chauvet hasta Chiapas, con paradas en Fayum, Miguel Ángel, Rembrandt, Degas, Vincent, Frida Kahlo, Brancusi...
Por esos pasadizos se oye el eco de una pregunta: "¿Qué tiene en común toda la pintura desde el paleolítico hasta nuestros días?". En el estudio de Miquel Barceló, Berger descubre el secreto de sus cuadros. Saben escuchar. "Escuchan la protesta de las cosas pintadas contra la forma en que se las representa".
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