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Crítica:CANTO | María Bayo
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un gran momento artístico

Los astros se han confabulado estos días para que algunos cantantes den lo mejor de sí mismos. Aún no repuestos del impacto causado por la actuación de Susan Graham en la Zarzuela, aparece María Bayo en el Español como representante lírica en un inteligente ciclo de músicas de todo tipo y se descuelga con el mejor recital de todos los que ha dado hasta ahora en Madrid.

De entrada, la confección del programa, con un pie en Mozart y otro en la música española, es idónea para las virtudes vocales de la soprano navarra. Entre ellas destaca la nitidez del fraseo. A María Bayo se le entiende el texto de lo que canta, incluso en español. Esto es una cuestión de Perogrullo, dirán ustedes, pero en la práctica es un bien bastante escaso, especialmente en la cuerda de soprano por razones en gran medida fisiológicas. Por eso cuando se percibe con claridad la letra de las canciones es una bendición y María Bayo desde luego no necesita subtítulos. Coge, por así decirlo, al vuelo la tradición en ese campo de Teresa Berganza o Victoria de los Ángeles.

María Bayo

Con Fabrice Boulanger al piano. Obras de Vicente Martín y Soler, Antonio Rodríguez de Hita, Mozart, Granados, Esplá y Montsalvatge. Teatro Español, Madrid, 19 de mayo.

Además de esto a María Bayo se la notaba anteayer cómoda, gustándose, más natural y menos amanerada que en otras visitas, con un estado anímico relajado, de esos que repercuten de inmediato en la comunicación. La segunda parte del recital fue, en particular, gloriosa, con unas tonadillas de Granados o unas canciones negras de Montsalvatge, a las que la soprano les ha cogido el punto de sutileza, sin olvidar el toque refinado y popular a la vez que imprime a Óscar Esplá.

Mozart es otra historia. Dos de las seis canciones que interpretó María Bayo definen su acercamiento al genio salzburgués. Ridente la calma sería la expresión de la serenidad; el aria de Cherubino que ofreció como tercera propina incide en la ambigüedad poética, en la alegría de hacer música.

La voz se encontraba fresca, sin tiranteces. Luego está la simpatía, la forma de sonreír sin afectación, la manera de compartir. Tuvo sentido del equilibrio la comicidad de La tarántula, sin excesos pero con gracia, y algo parecido se podría aplicar a su versión de Pobre chica la que tiene que servir.

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