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Reportaje:EUFORIA POR LA COPA DE LA UEFA

"Abuela, ¿los has visto?, ¡son los jugadores!"

La fiesta unió a gente de lo más diverso: grupos de jóvenes, familias enteras, ancianos, extranjeros

Juan Morenilla

El regreso triunfal a la ciudad del Valencia campeón de la UEFA unió por unas horas a miles de aficionados. Fue una curiosa mezcla de seguidores. Abundaron los grupos de jóvenes, entre ellos muchas chicas, pero también gran cantidad de niños acompañados de sus padres y madres y gente más mayor. Todos disfrutan de la etapa más gloriosa de la historia del club, coronada con su quinto título europeo. Desde el aeropuerto de Manises hasta la plaza del Ayuntamiento, pasando por la Basílica y la Generalitat, la expedición del Valencia saludó a los aficionados, impacientes por el retraso, pero entregados de una forma casi histérica a sus ídolos. Desde los más pequeños hasta los ancianos de una residencia de la tercera edad.

Doña Lucía, a la puerta de la residencia, cantaba 'Amunt València' y agitaba los brazos
"¿Por dónde van?, ¿por dónde?", preguntaban impacientes muchos de los seguidores
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Eran las cuatro y media de la tarde, y cientos de aficionados ya esperaban en la plaza del Ayuntamiento. Los jugadores llegarían más de cuatro horas después, pero ahí estaban, desafiando al tremendo calor que marcan los termómetros: 27 grados. Proliferaban los jóvenes, siempre en grupo, y siempre con adornos. Una bufanda, una camiseta, banderas, la cara pintada... todo valía. La media era de unos 15 años. Para muchos el título era casi sólo una excusa para unirse a la fiesta. "¡Si no pita, no pasa"!, gritaban ante los coches, en mitad de las carreteras, hasta que los cláxones no tenían más remedio que hacerse notar. Sonaba música maquinera y canciones típicas valencianas para soportar la espera.

Las calles estaban cortadas y un vecino protestó por no poder acceder a su domicilio con el coche, como hace diez días, cuando se celebraba la Liga, mientras una pareja de novios preguntaba a la policía por los actos previstos. Había gente de todos los lugares. Una peña de El Puig exhibía una gran pancarta celebrando el doblete. Muchos llegaban a la estación del Norte y se zambullían en la multitud.

La catedral estaba llena antes de las seis. Un par de extranjeros, ingleses, con sendas bufandas al cuello, miraban alucinados. "Esto es increíble. ¡Cuánta gente!", comenta. "¿Por dónde entran?". La gente hormigueaba sin parar arriba y abajo.

En el palacio de Fuentehermosa, las encargadas de mantenimiento habían pedido unos pastelillos para unirse a la fiesta. Junto a la puerta, pegado a las vallas sin soltarse, un niño pequeño esperaba impaciente. "Mamá, quiero un autógrafo. Cuídame el sitio, que ahora vengo", dice. Otros niños lloraban por la espera. Las vallas protectoras recorrían desde la Basílica hasta la plaza de Manises y la calle de Serranos, y en ellas se apoyaba gente de todas las edades: unas niñas con la falda del colegio compartían espacio con una aficionada japonesa, expectante ante la llegada de Aimar y Cañizares, los dos iconos del club en Asia. Un poco más lejos, un matrimonio de Meliana radiaba la llegada de los futbolistas. "Ahora están por la avenida del Cid", exclamó la mujer. No se movía de su sitio. Su marido, mientras, daba pequeños paseos. Se cruzó con un grupo de madres con sus hijos pequeños. "Me ha dicho el profesor de gimnasia que en el colegio no había niño que no llevara el escudo del Valencia. En la clase no se hablaba de otra cosa. Ya tienen ganas de que todo esto pase para que se tranquilicen".

Los jugadores tardaron mucho y la gente preguntaba a los periodistas y a la policía. "¿Por dónde van?, ¿por dónde van?". "A la altura del Hospital General. Están pasando por una pasarela", respondió uno de los agentes. No había rincón en que no se palpara la tensión. En una esquina, una pequeña cafetería parecía un sitio tranquilo, casi vacía. Pero no. El dueño salió corriendo de la barra después de servir un café y se colocó una peluca naranja de trenzas. Su hijo acabó con rapidez los deberes de Historia para el colegio -sobre la sociedad y la economía españolas entre 1900 y 1930- mientras miraba de vez en cuando hacia afuera por si llegaban los jugadores. Por la radio del bar sonaba el himno del Valencia, pero en la calle sólo se oía lo mismo. "¿Por dónde van?, ¿por dónde van?". Ni rastro todavía.

Una de las escenas más emotivas se vivió en la puerta de un centro residencial de la tercera edad. Las enfermeras habían salido a la calle con los ancianos, varios de ellos en sillas de ruedas. Ramón no ve mucho, pero sonreía cuando le dijeron que iban a pasar por ahí los jugadores del Valencia. Doña Lucía no conoce el nombre de la mayoría de los ganadores de la UEFA, pero cantaba el Amunt València con voz temblorosa mientras agitaba los brazos y daba unos pequeños aplausos. Amunt València, visca el València, és el millor... Eran ya las siete de la tarde, la hora de cenar para ellos, y la comida esperaba en el comedor, para nadie se quería mover hasta la llegada de los futbolistas. "¡Que se enfríe!", dijo doña Lucía cuando le comentaron que tenía que entrar a cenar, y todos se rieron a su alrededor, hasta las enfermeras.

De repente, los petardos comenzaron a explotar uno tras otro, un helicóptero sobrevolaba la calle y un murmullo se extendió en pocos segundos. "¡Ya están aquí!". La gran algarabía de motocicletas y coches escoltaba al autobús descapotable que trasladaba al Valencia por la calle Serranos. Desde los balcones caía confeti a puñados, y doña Lucía y sus compañeros miraban con los ojos abiertos como platos. "¿Has visto a los jugadores, abuela, los has visto?", preguntó una nieta a su parienta al tiempo que le regalaba un peluche vestido con el uniforme del Valencia. La abuela, Rosa, no respondió, quizá por los nervios, pero se le escapó una lagrimilla. Sí los ha visto.

La avalancha transcurría revolucionándolo todo a su paso. Un matrimonio alemán no se perdió detalle a través del objetivo de su cámara de video. "Amunt, amunt", les dijo a su lado una seguidora del Valencia, animándoles a unirse a la fiesta como unos valencianos más. "Sí, sí, amount, amount", respondió el hombre mientras seguía con la grabación. Las calles se paralizaban al paso del autobús y de los jugadores. Un mimo hizo una pausa en su número sobre un taburete y un dibujante aprovechó para estampar la escena sobre un bloc. Otros dos seguidores recordaban cómo hace dos temporadas el Valencia estuvo a punto de destituir a Rafa Benítez, pero éste salvó el cargo tras ganar en Montjuïc un encuentro que perdía por 2-0 en el descanso. "Iba a la calle, ya le iban a despedir, pero mira, acabó ganando... y aquí estamos, de celebraciones".

Las paradas se sucedieron casi ya de forma tradicional: la Basílica, la Generalitat y la plaza del Ayuntamiento. Sólo Mestalla se salvó de las celebraciones para no deteriorar el césped de cara al partido de Liga, el último de la temporada, del próximo domingo ante el Albacete, a las 21.00. Por todos los lugares, el paso de los jugadores era rapidísimo, lo que provocaba reacciones de todo tipo. Entusiasmo en algunos aficionados por ver unos segundos a sus héroes, algún lloro de emoción, y también decepción por lo fugaz del momento. "¡Qué copa más grande, dicen que pesa 15 kilos. El arzobispo no podía con ella!", contó una mujer a su madre al salir de la Basílica. Un grupo de aficionadas más jóvenes lucían orgullosas una pancarta para su jugador preferido, David Albelda, el capitán, mientras comentaban entre risas las fotos del jugador sin ropa aparecidas esta semana en una revista.

La celebración, claro, no era del gusto de todo el mundo. Algunos vecinos se quejaban de que no habían podido dormir "hasta muy tarde" la noche anterior debido a los festejos en la plaza del Ayuntamiento, abarrotada de miles de seguidores. También un grupo de personas escuchaba, por fin, atentas, las explicaciones de una guía turística acerca de la Plaza de la Virgen y la Catedral. Los jugadores ya se han alejado, la fiesta se extingue poco a poco.

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.

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