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Crítica:CRÍTICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un clarinete versátil

Un delicado Lutoslawski -el de los preludios para clarinete y piano- abrió esta 26ª edición de Ensems, el terco festival que, año tras año, se empeña en redireccionar la atención de los oyentes hacia la creación musical de la actualidad. La sesión tuvo como protagonista a Joan Enric Lluna, el clarinetista de Godella otras veces alabado por sus lecturas de Mozart y de Brahms, pero que exhibió aquí su amplia capacidad para bucear, también -muy cómodamente- en la música contemporánea. A la delicadeza del compositor respondieron con la propia el clarinete y el piano (Nigel Clayton), en un tornasolado juego donde se pasó de lo festivo a lo ensoñador, y del jugueteo a la angustia. Luego vino el Lied para clarinete solo de Berio, preciosa página cuya esencia, más que a la del Lied, parecía responder a la de un dúo: el del clarinete dialogando consigo mismo, a partir de sonoridades bien contrastadas que fluyen mágicamente del mismo instrumento. Huelga decir que se requieren del intérprete, para ello, altísimas capacidades de coloración. Sin interrupción se pasó al Dialogue de l'ombre double de Boulez, donde Lluna tuvo como partenaire a una música secuenciada a partir de su propio discurso y que, surgiendo de los diferentes altavoces que había en la sala, puso en ella el sonido circular. Vino con él, -inevitablemente- el recuerdo maravilloso del Prometeo de Luigi Nono que, el año pasado, nos trajeron los Ensems.

Ensems 2004

Joan Enric Lluna, Nigel Clayton y Dominic Murcott. Obras de Lutoslawski, Berio, Boulez, Murcott, Cano, Coria y Horovitz. Auditori de Torrent, 14 de mayo de 2004.

Se escuchó después (¿más difícil todavía?) la lectura que hacía el clarinetista, desde una pantalla de ordenador, a partir de la música que le enviaba, desde otro, Domenic Murcott. Con la dificultad añadida de proporcionarle a éste, a su vez, material sonoro que, una vez reelaborado, le sería enviado de nuevo: toda una demostración, en vivo, de las posibilidades musicales que tiene la informática. Posibilidades que, como en los formatos tradicionales, sólo se materializan bien al contar con intérpretes de talla.

En el Apolo en Sodoma de César Cano, el clarinete tuvo que moverse sobre un fondo pregrabado que incluía oraciones en latín, jadeos de una chica llegando al orgasmo, música latina, música-máquina, pentagramas evocadores del cine de terror o de la ciencia-ficción, etcétera. Al final de todo ello, lo cierto es que no quedaba muy claro quién sodomizaba a quién, por qué y para qué.

Quizá como contraste se pusieron en el programa las Dos danzas para piano solo de Miguel Ángel Coria, una agradable elucubración sobre las derivaciones actuales que pudiera tener la música impresionista. En un intento similar de sintetizar pasado y presente se encontraría, posiblemente, la bonita Sonatina de Joseph Horovitz, donde los aires clásicos y tranquilos van deslizándose hacia terrenos movedizos en el campo de la tonalidad y del ritmo.

Ciertamente, no estamos seguros en ninguna parte.

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