La boda de todos
El 22 de mayo, cuando se apaguen los focos de las cámaras, se retiren los costosos adornos, los reposteros vuelvan a los baúles y la música nupcial deje de sonar, los príncipes de Asturias pisarán por primera vez el duro suelo de la Historia. Su romance, que ha animado decenas de tertulias y ha hecho correr ríos de tinta en pocos meses, enfilará la prueba definitiva, la de la convivencia, no sólo entre la propia pareja, sino de ellos con la sociedad española, acostumbrada durante décadas a considerar la Monarquía como un hecho provisional y quizá transitorio. Y, sin embargo, esta vieja institución, modernizada y convertida en parlamentaria por la Constitución de 1978, ha contribuido notablemente a la estabilidad del país. Querámoslo o no, el éxito o el fracaso de esta pareja en su vida privada y pública tendrá implicaciones decisivas en el futuro colectivo de los españoles. Algo que intuye todo el mundo, empezando por los Reyes. "La familia real tiene un gran sentido de la realidad y sabe que el respaldo hay que ganárselo día a día", dice la historiadora y académica Carmen Iglesias. "Pero a todos nos da tranquilidad esta boda porque mantiene la continuidad de la Corona, que ha funcionado muy bien en estos años".
"Si hubiera tenido que elegir entre el corazón y sus deberes institucionales, don Felipe habría elegido contra su corazón"
El Príncipe estudió en la universidad pública. No es raro, dicen fuentes cercanas a la familia real, que haya elegido a una mujer trabajadora
La elección del Príncipe, opina Iglesias, tiene además los ingredientes correctos para triunfar. "Se casa por amor, pero no en el sentido romántico, sino por amor correspondido, un sentimiento de convergencia, de comunicación mutua entre dos personas. Que el Príncipe haya encontrado a su pareja en un medio profesional, es un valor añadido a la Monarquía parlamentaria". Esta profesora, muy próxima a la familia real, reconoce que la posición de don Felipe no era fácil. "La dificultad mayor es esta tensión entre el carisma de la institución monárquica y la necesidad de adecuación al mundo moderno. El Príncipe ha buscado, como todos hacemos, la libertad personal dentro de un abanico razonable de posibilidades".
Ese abanico razonable no ha incluido jamás, por lo que parece, candidatas de sangre real, pese a los esfuerzos de algunos sectores monárquicos que periódicamente han aireado en la prensa fotografías y biografías del ramillete de princesas casaderas de Europa. Será porque, como han declarado alguna vez fuentes próximas a la casa real, el heredero del Trono "detesta los privilegios", pero los intentos casamenteros con las Tatianas de Liechtenstein de turno fracasaron estrepitosamente.
Por más que la Monarquía, en aras de ese carisma al que alude Iglesias, siga apegada a algunas tradiciones aparentemente desfasadas. No deja de resultar curioso que, en medio de la permanente vorágine política española, el Consejo de Ministros del 16 de marzo de 2001 tuviera el aplomo de aprobar la creación del "Guión y Estandarte del Príncipe de Asturias", en el que figuran las armas propias del heredero del Trono. En dicho Real Decreto se establecía que el Guión, "con fondo azul de la bandera del Principado de Asturias, será un pendón cuadro, todo él rodeado por un cordoncillo de oro, del que arranca un fleco de hilo del mismo metal", y en su centro "habrá un escudo cuartelado", en el que figuren los símbolos de Castilla, León, Aragón y Navarra, todo ello, "entado en punta de plata, con una granada al natural rajada de gules, sostenida, tallada y hojada de dos hojas de sinople, que es de Granada. Sobre el todo, un escusón de azur con tres flores de lis de oro, bordura de gules, que es de Borbón. El todo diferenciado con un lambel de azur de tres pies".
Si el carisma monárquico obliga a esto, el Príncipe lo ha compensado, al menos, con las inclinaciones democráticas de su corazón. Sus historias de amor, devaneos o noviazgos más o menos serios han estado protagonizadas por chicas de la clase media, de la burguesía acomodada, todo lo más.
Una consecuencia lógica del planteamiento de los Reyes, que han enviado a sus hijos a la Universidad pública, y han procurado, a su manera, inculcarles algún sentido de la realidad. No es raro, por eso, dicen las personas que conocen de cerca a la primera familia española que la elección de don Felipe haya recaído en una mujer trabajadora, de clase media, de la que se ha enamorado, sin sopesar las razones de Estado. Y, sin embargo, antes de llegar a este sábado de mayo, o mejor dicho al 3 de noviembre de 2003, cuando se anunció oficialmente el compromiso matrimonial del heredero de la Corona, ha habido muchas otras historias sentimentales, que han quedado en el camino, como hechos aislados en la biografía del Príncipe, precisamente por esas razones de Estado.
Dejando de lado la media docena de presuntas novias que no han trascendido, hay al menos dos nombres de relieve en la vida sentimental del Príncipe, la española Isabel Sartorius, a comienzos de los años noventa, y la noruega Eva Sannum, casi diez años después. ¿Por qué no funcionaron ninguno de estos dos noviazgos, cuando aparentemente el requisito del amor ha sido esencial en la elección de la futura princesa de Asturias?
Amor y responsabilidad
La periodista Pilar Urbano, autora de una biografía de la Reina y persona supuestamente con fácil acceso a la familia real, puntualiza este extremo. "El Príncipe ha sido muy afortunado en este caso porque ha podido conciliar amor con responsabilidad". Pero advierte: "Tengo constancia directa de que si hubiera tenido que elegir entre el corazón y sus responsabilidades institucionales, don Felipe habría elegido contra su corazón". La afirmación es tanto más sorprendente cuanto que fue una confidencia de Urbano la que propagó hace meses la especie de que el Príncipe habría puesto a sus padres en un brete al presentarles su elección matrimonial con un ultimátum: "Esto es lo que hay; o se acepta o lo dejo todo". "La frase no es correcta, se extrapoló y creó cierta confusión, porque me consta de manera muy directa que el Príncipe, ante la disyuntiva, hubiese elegido a contracorazón, aunque se le hubiera abierto la tierra bajo los pies", insiste la periodista.
Desde este punto de vista, explica Pilar Urbano, si el romance con Isabel Sartorius no cuajó en boda no fue por imposición alguna al heredero, sino porque, "en la mente del Príncipe no estuvo nunca la idea de matrimonio".
Un repaso a las hemerotecas arroja cierta luz en este sentido. Felipe de Borbón tenía 25 años e Isabel Sartorius 28 cuando se produjo la ruptura, que nunca estuvo sustentada por un anuncio oficial. La relación se había iniciado años atrás, pero se convirtió en la comidilla nacional cuando en agosto de 1989 se publicó una foto de la pareja, a bordo de un pequeño yate en aguas de la isla de Cabrera. Desde esa fecha y hasta 1991, cuando pareció consumarse la ruptura, fueron muy intensas las especulaciones sobre un inminente anuncio oficial de boda.
Sartorius, hija del marqués de Mariño y de la argentina Isabel Zorraquín, era una chica rubia y atractiva con una preparación académica bastante somera, acostumbrada a frecuentar los círculos de la alta burguesía en los que se movía también el heredero del Trono. El hecho de que sus padres estuvieran divorciados, y que ella no tuviera una gota de sangre real, influyó negativamente, sobre todo en la opinión de los monárquicos y especialistas en derecho dinástico que a esas alturas confiaban aún en la posibilidad de que el Príncipe escogiera alguna heredera real como consorte. Para entonces, la tormentosa saga matrimonial de la familia real inglesa había hecho estragos en la opinión pública mundial.
Impedimentos dinásticos
Expertos como el desaparecido Juan Balansó, o el profesor Jorge de Esteban, dedicaron grandes energías a postular sus tesis, puntualizando, en el caso de De Esteban, que "el Príncipe puede casarse con quien quiera, pero no con cualquiera". Balansó desempolvó también leyes y casuística dinástica de compleja evaluación. El caso del anterior príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón y Battenberg, primogénito del rey Alfonso XIII, salió de inmediato a colación porque don Alfonso se vio obligado a renunciar a la Corona al contraer matrimonio con una espectacular cubana sin lazo alguno con la realeza. El siguiente candidato en la línea sucesoria, don Jaime, tampoco fue considerado idóneo por un doble motivo, su sordera y su boda con Enmanuela Dampierre, una noble italiana que tampoco tenía sangre real. Claro que entre ambos pretendientes y el actual príncipe de Asturias media un abismo legal: la Constitución española de 1978, que venía a establecer dos cuestiones clave, "la Corona de España es hereditaria a los sucesores de su majestad, don Juan Carlos I", quedando excluidas de la herencia "aquellas personas que teniendo derecho en la sucesión al Trono contrajeren matrimonio contra la expresa prohibición del Rey y de las Cortes", lo que, desde luego, no se ha producido en este caso.
"Esta boda viene a demostrar que el Príncipe no está sometido a las viejas leyes de la Corona, sino a la Constitución y a la democracia. Este aspecto del matrimonio de don Felipe por sí solo es muy positivo", comenta Manuel Aragón, catedrático de Derecho Constitucional y profesor del Príncipe durante los años que frecuentó la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. La personalidad de la contrayente, Letizia Ortiz, es considerada como un elemento positivo también por este constitucionalista. "La Monarquía está suficientemente modernizada", dice, "pero con este enlace se moderniza desde el punto de vista social".
También la historiadora Carmen Iglesias considera importante que la futura princesa de Asturias sea una joven y emprendedora periodista. "Es un ejemplo muy significativo del avance que han hecho las mujeres españolas en estos años de desarrollo democrático". Una cualidad añadida que no poseía otra de las novias más famosas de Felipe de Borbón, la noruega Eva Sannum, estudiante de publicidad y modelo ocasional. Y, sin embargo, la historia de amor entre el heredero del Trono español y esta chica, nacida en Oslo en abril de 1975, ha sido la que más cerca ha estado del altar. La relación duró unos cuatro años, desde el otoño de 1997, cuando se conocieron en Madrid, hasta el verano de 2001. Fue el propio Príncipe el que anunció, en un encuentro informal con la prensa y para general sorpresa, que su relación con Sannum había terminado. "En este caso, como en los restantes, lo que el Príncipe hizo fue tantear el terreno, sondear un poco para ver si esta relación era o no viable, antes de seguir adelante", dice Pilar Urbano.
Parte del trabajo de campo en esta virtual encuesta lo hicieron medios tan solventes en el terreno de la prensa rosa como el semanario Hola, que difundió en diciembre de 2000 unas fotografías de la pareja, tomadas durante unas vacaciones en la India, el año anterior, para pulsar un poco el impacto de la joven en la opinión pública. El resultado no fue esperanzador. Su profesión de modelo ocasional -que incluía posar con lencería-; sus orígenes sencillos; padres divorciados, y, en el caso de su madre, casada en segundas nupcias con un ex camarero griego aficionado a la filatelia, causaron horror en demasiados ambientes.
Si el Príncipe tanteó y decidió dar marcha atrás por iniciativa propia es algo que sólo sabe un puñado de personas de su entorno. La legión de reporteros del corazón que se especializó en seguir a la pareja en sus numerosas citas secretas por media Europa, fue testigo del interés del Príncipe por la modelo noruega. Pero la relación no superó el examen final. Para la historia han quedado las fotos del Príncipe con Eva Sannum, envuelta en un llamativo vestido azul, en la boda del príncipe Haakon de Noruega.
Buena prueba de lo lejos que había llegado esta relación es que fue el propio Felipe de Borbón el que decidió anunciar la ruptura "de mutuo acuerdo" en un encuentro improvisado con los periodistas en diciembre de 2001. Tras esta ruptura, a las muchas dificultades de engarce entre lo privado y lo público, lo personal y lo institucional, se añadía ya otro factor insidioso, la edad del Príncipe, que ya había cumplido los 33 años. Un año después, el Príncipe volvió a abordar el tema de su futuro sentimental públicamente, dando a entender que una boda próxima no estaba en su agenda, sobre todo porque no había renunciado a casarse con la persona "de la que me sienta enamorado", dijo.
Las piezas del rompecabezas
Meses después, las piezas de este complejo rompecabezas sentimental-institucional comenzaron a encajar de pronto, al aparecer en escena Letizia Ortiz Rocasolano, periodista de 31 años, presentadora desde hacía muy poco del principal telediario de la Primera Cadena de TVE, al que se había incorporado desde la cadena privada CNN+.
En esta ocasión, el procedimiento de presentación pública fue el opuesto al seguido con otras eventuales candidatas al puesto de futura reina. No hubo filtraciones, ni rumores, ni fotos de la pareja hasta el anuncio oficial del compromiso. Ante los hechos consumados, ha sido más difícil elaborar argumentos contra la futura princesa de Asturias, que ha contado desde el principio con un amplio respaldo político, tanto en la dimensión privada de la boda como en la pública. La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega es la primera en subrayar la doble importancia de este enlace tanto desde el punto de vista institucional como simbólico, "porque estamos seguror de que reforzará los vínculos de la sociedad con la Corona". En la misma línea se ha expresado el portavoz del PP, mientras que Álvaro Cuesta, miembro de la Ejecutiva del PSOE, añade: "Es obvio que tiene una dimensión institucional, porque el matrimonio del heredero del Trono se contempla en el artículo 57 de la Constitución. Desde esa perspectiva estamos felices por la normalidad constitucional que representa esta boda, también en sus expectativas sucesorias".
Conscientes de esta razón de Estado, los representantes del PNV, IU y ERC han declinado asistir a una boda que contribuirá a la perpetuación de una España con la que ninguno de los tres partidos simpatiza. Pero incluso los que creen en la misión mediadora de la Monarquía en un país abocado naturalmente al tremendismo, cruzan los dedos esperando que esta apuesta por la normalidad no naufrague. Ya lo dice Carmen Iglesias, con la mirada puesta en los maestros del siglo XVIII: "Lo importante es un régimen moderado que sea salvaguarda de las libertades individuales". Lo demás, es el riesgo habitual de la vida, que reserva casi siempre sorpresas. Pero, añade Iglesia, "tampoco se eliminan los riesgos quedándose anclados en el pasado".
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