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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La revolución de los sentimientos

Había llegado Mario Onaindía en el relato de su vida a aquel momento crucial en el que tuvo que decidir, prisionero en Córdoba, si aceptaba una sorprendente oferta de Adolfo Suárez: salir de la cárcel, no por la puerta grande de una amnistía arrancada tras una campaña de movilizaciones, sino por la puerta de atrás de un "extrañamiento" concedido por el Gobierno. Suárez le había pedido a Juan María Bandrés, compañero de partido, que los presos de ETA aceptaran ser llevados al extranjero para que las inminentes elecciones se celebraran en Euskadi con garantías de que los vascos pudieran participar en ellas sin pensar en sus presos.

Esta nueva y, por desgracia, póstuma entrega de sus memorias arranca donde terminaba la anterior: los condenados en el proceso de Burgos se mueven ahora por Bélgica y Francia como peces en el agua, restablecen sus contactos, hacen declaraciones a los periodistas y perciben de inmediato que su decisión no ha sido bien acogida en algunos medios del PNV ni de la izquierda abertzale. La causa nacionalista, con esta anómala salida de la cárcel, había perdido un poderoso motivo de agitación y movilización de las "grandes masas".

EL AVENTURERO CUERDO. MEMORIAS (1977-1981)

Mario Onaindía

Espasa. Madrid, 2004

692 páginas. 24 euros

¿Se equivocó Mario Onaindía al aceptar aquella propuesta? Tal es la inquietud que recorre estas memorias que abarcan, con abundancia de detalle, el periodo que va de las primeras elecciones generales al intento de golpe de Estado en febrero de 1981. Una y otra vez, siempre que se enfrenta a un difícil dilema, vuelve a su recuerdo su salida de la cárcel de Córdoba: por nada del mundo quisiera haberse equivocado, pero la posibilidad de error, de que ETA militar, sus jefes y sus cínicos abogados y comisarios hubieran tenido razón, no le abandona durante todo el trayecto.

Porque, en efecto, la salida

de la cárcel y la posterior amnistía general que convierte en legal la presencia entre sus gentes, sólo tenían sentido si eran estratégicamente acertadas. Y sólo lo serían, para el responsable de un partido revolucionario inspirado en el marxismo-leninismo, si hacían progresar la doble causa de la liberación nacional y la hegemonía de la clase obrera. No era fácil encontrar el camino, sobre todo cuando los caminantes se dividían y subdividían en pequeños grupos y necesitaban tanto tiempo, tantas conversaciones y ponencias, tanta comida y bebida, tanta asamblea y manifestación para alcanzar cualquier acuerdo político, mientras las dos facciones de ETA continuaban impertérritas su trabajo "militar".

De todo eso hay gran abundancia en este relato exhaustivo de las andanzas de Onaindía, sus entrevistas, sus amigos y papeles, sus ponencias, dudas e inquietudes. Mérito mayor de estas páginas es habernos devuelto, cuando la memoria de la transición está a punto de pervertirse por la descalificación sistemática de la nueva y poderosa secta de sus agraviados o descontentos, la vivencia de aquellos años: la amnistía, la conquista del Estatuto, la proliferación de grupos, la convocatoria de asambleas, las manifestaciones, los interminables debates: todo por hacer y la seguridad de que todo podía hacerse según los dictados de unas ideologías que asombran hoy por su futilidad pero que fueron ayer alimento de tanta gente dispuesta a correr riesgos por su causa.

Hasta que ETA político-militar decide llevar a cabo en septiembre de 1980 el secuestro de un joven afiliado a UCD, José Ignacio Ustaran, y asesinarlo a las veinticuatro horas. Se produce entonces en Mario Onaindía lo que él mismo llama una revolución de los sentimientos, más fuerte que la revolución contra el Estado y la revolución obrera juntas. Una revolución que se expresa como protesta moral: no se puede matar a nadie por sus ideas. A partir de esta iluminación, que es el final de un proceso de incorporación de valores democráticos, todo su trabajo consistirá en lograr que ETA político-militar deje de matar y se disuelva.

Porque desde este momento ya no valen los antiguos argumentos sobre el valor estratégico de las "acciones armadas". Tras un crimen de esta naturaleza, ya no es posible pararse a pensar si la violencia aproxima o aleja los fines de los que ella se legitima como instrumento: ese crimen es un fin en sí mismo. Ni siquiera valdrían para este momento las densas páginas -destacadas con toda razón por Patxo Unzueta en su hermoso prólogo- que dedica a recordar cómo recibió la noticia del asesinato de Argala, lamentando que con él desapareciera el último de los que poseían un guión, un plano, que permitiera a ETA volver algún día a la política.

En realidad, como el asesinato de Ustaran ponía de manifiesto, ésa era la única política: matar. Y contra la misma posibilidad de plantear si esta muerte formaba parte de un guión para buscar la salida, es contra lo que se levanta Mario Onaindía el día que experimenta la revolución de los sentimientos, esa caída del caballo para la que se había venido preparando desde el momento en que aceptó, con el propósito de que los vascos se expresaran en las urnas libres de cualquier chantaje, ser "extrañado" de su patria. Aventurero cuerdo u hombre de acción, Onaindía fue sobre todo un demócrata cabal, o sea, como lo dice Jorge Martínez Reverte en su epílogo, un hombre decente.

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