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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Esplendor imaginario

Nacido en Brownsville, Tejas, en 1959, de padre estadounidense y madre mexicana, Ray Smith ocupa un lugar destacado -al igual que una posición un tanto singular, en función de su doble origen- dentro de la generación de artistas de ascendencia latinoamericana que obtiene una atención privilegiada en la escena internacional a partir de los años ochenta. Con un sentido muy particular de la imagen, que desarrolla en asociaciones icónicas de gran impacto, su dicción más característica tiende a concretarse en emblemas inquietantes y enrevesados, de cierta resonancia mordaz, cuya construcción parte de una mecánica del collage que entremezcla rasgos pop y recursos de manifiesta estirpe surrealista.

RAY SMITH

Galería Trama

Alonso Martínez, 3. Madrid

Hasta el 30 de mayo

Aunque la obra de Smith ha estado presente en Madrid en anteriores ocasiones -en una colectiva de Fúcares de 1987, en el Salón de los XVI de 1990 y en diversas ediciones de Arco-, ésta es la primera muestra individual del artista que llega a la villa y corte. Trama ha reunido para la ocasión una atractiva selección de trabajos fechados entre 1993 y 2002, conformada por pinturas sobre lienzo y tabla, y un conjunto de acuarelas. De hecho, son estas últimas las que reflejan, dentro del periodo abarcado, el rastro de la sintaxis temprana del artista, con articulaciones más saturadas y de corte más fantástico, y que alcanza en este caso destellos memorables en Zapatos de invierno y la goyesca figura embozada de Mantos o minifaldas.

Por el contrario, la pintura, en general más reciente, sitúa esa mayor decantación económica que irrumpe en el hacer de Ray Smith hacia el final de la pasada década, sin que por ello resulte menos enigmática, si no incluso de intensidad mayor en su concisión, la visión despertada en lienzos del fuste de su Lluvia tejana. Y, aun así, para mí quizá lo más contundente de la muestra se sitúe en las cuatro piezas vinculadas al ciclo de cadavre exquis que el pintor presentó en su muestra neoyorquina de 1998 en Ramis Barquet, y que a través de la secuencia prolongada a ciegas en el juego coral empleado por las huestes de Breton crea efigies de desgarro tan rotundo como el de la dama de Le tricot.

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