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Columna
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Marcha

Vivir supone renunciar a algunas certezas y defender muchas palabras. La realidad es un asunto complejo, una conversación interminable, llena de afirmaciones, matices y réplicas. El joven que estaba dispuesto a llevarse la vida por delante sólo puede seguir caminando si pierde la ingenuidad, descubre las cicatrices de sus sueños y se aleja de esos dogmas de trapo que se llaman banderas. Las cunetas de la existencia se llenan de seres paralizados que no han querido admitir la más mínima duda. Porque dudar es caminar, seguir en la búsqueda, abrir los ojos para sentir la vida por delante, como un río persigue el mar a través de sus meandros. Pero los que se deciden a doblar las banderas corren el peligro de caer en el cinismo y en la mezquindad si no están dispuestos a defender sus palabras. Las palabras son el centro de la lucha ideológica y no hay mayor hostilidad política que el intento de dejar al otro sin vocabulario. El pensamiento reaccionario español ha robado y herido muchas palabras para justificar su apoyo a la invasión militar de Irak. Habla con una semántica propia de la paz, la seguridad, la sensatez y la libertad, mientras ridiculiza la pancarta, la calle, la manifestación y la utopía. La gente que salió a la calle para protestar contra la fotografía bélica de Bush, Blair y Aznar fue considerada una turba irresponsable que se negaba a comprender el precio de la seguridad y de la libertad. La gente que año tras año ha protagonizado la Marcha a Rota es observada con la prevención que merecen los utópicos, radicales o ingenuos pacifistas que no admiten el sentido común y la moral pragmática de la realidad.

Pero la realidad ha demostrado que paz, libertad, seguridad y sensatez son palabras robadas en boca de los políticos belicistas, y que la calle y la pancarta no significan una deriva ridícula de la utopía, sino una exigencia de la democracia y, en este caso, del sentido común. Estoy sorprendido del escándalo que han provocado las fotografías de las torturas y las humillaciones en las cárceles de Irak. ¿Pero qué esperaban? Y no sé por qué es más grave desnudar a un soldado y degradarlo sexualmente que lanzar un misil sobre un mercado y reventar de golpe a 50 criaturas. La política militarista no es otra cosa que una apuesta por la tortura, la muerte y la humillación de los seres humanos. ¿Cuántos muertos ha costado ya la broma macabra de las Azores? ¿30.000? ¿40.000? ¿Es el mundo más seguro? No hace falta descubrir la crueldad de unos soldados para dudar sobre la inocencia de un ejército invasor. Entre los militares americanos, como entre los pacifistas, habrá de todo: gente buena, mala, inteligente, tonta, sensata e insensata. No reduzcamos la crueldad a unos canallas, porque lo grave es el proyecto en el que están participando. Miles de muertos para privatizar económicamente un país, millones de dólares invertidos en la manipulación, la mentira, la tortura y la muerte. Por eso me niego a abandonar algunas de mis palabras preferidas en el pico de los halcones. Libertad, seguridad, sensatez, democracia, prudencia y antiterrorismo pertenecen de un modo legítimo al vocabulario y a las pancartas de los pacifistas que este domingo volverán a protestar contra los intereses belicistas ante la Base de Rota.

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