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Defensa asegura que ningún militar español tuvo noticias de malos tratos en Irak

El informe difundido por el general estadounidense Antonio M. Taguba asegura que los primeros casos de torturas a presos iraquíes ocurrieron en el campo de prisioneros de Camp Bucca -nombre en honor del jefe de bomberos de Nueva York fallecido el 11-S- en mayo de 2003. A principios de abril de ese año, ese campo, la primera gran cárcel montada por la Coalición cuando la guerra estaba en pleno fragor, se llamaba Camp One. Era dirigido por la 800ª Brigada de Policía Militar de EE UU. La ya famosa 800ª Brigada que ahora denuncia Taguba por torturas y malos tratos a los reos iraquíes. Y a cargo del servicio médico de aquel campo estaba en aquellos días el Escalón Médico Avanzado del Ejército de Tierra español (EMAT).

Ayer, el Ministerio de Defensa español quiso dejar claro que ninguno de los pacientes atendidos por los militares españoles manifestó haber sufridos malos tratos. El EMAT "no tuvo constancia alguna de que el personal atendido hubiera recibido malos tratos", indicó el ministerio en un comunicado remitiéndose a información "facilitada por el Estado Mayor Conjunto de la Defensa (EMACON)". El ministerio explica que durante su estancia en Irak, el Escalón Médico "atendió 4.102 personas, de las que 372 fueron militares, 3.012 prisioneros y 717 civiles", efectuándose 36 intervenciones quirúrgicas, seis por heridas de armas de fuego.

"La más mínima noticia"

El ministro José Bono asegura que ni la Armada ni los médicos del Ejército español tuvieron "la más mínima noticia" de que se produjera ningún acto de tortura durante la misión del buque Galicia en el puerto de Um Qasar.

Defensa agrega también que en el propio Camp Bucca estaba instalado un equipo del Comité Internacional de la Cruz Roja encargado de la vigilancia del cumplimiento de los convenios internacionales. "El comité mantuvo contacto con el jefe del EMAT durante el tiempo de despliegue sin que en ningún momento se presentaran quejas por maltrato a los prisioneros".

Más de 6.500 prisioneros se hacinaban en mayo de 2003 en Camp Bucca en un centenar de tiendas de campaña alineadas en medio del desierto y rodeadas de alambradas. Las temperaturas superaban los 40 grados. El teniente coronel Roy Shere advertía por aquel entonces severamente a los periodistas sobre la prohibición de tomar imágenes de los presos. "La Convención de Ginebra", recordaba Shere, "protege su intimidad frente a los medios de comunicación".

El teniente coronel José Luis Fernández aseguraba a un periodista de EL PAÍS que la vida era muy dura en aquel campo. "Me gustaría poder operar sin moscas", relataba. En cuanto a la relación de los soldados de EE UU con los prisioneros, el teniente coronel Alfredo Villar contaba que un día "un soldado estadounidense mató de un disparo a un prisionero". La versión oficial aseguraba que había agredido a un vigilante con un trozo de cañería.

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