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DOCUMENTO APROBADO EN EL DIÁLOGO 'EUROPA HOY' | FÓRUM DE BARCELONA | Opinión

Declaración de Barcelona

Galardonados con el Premio Carlomagno promueven en el Fórum un documento sobre el papel de Europa

En este principio del siglo XXI, el mundo aparece como una inmensa obra, cuyo resultado es difícil discernir. Por un lado, los avances de la ciencia, la tecnología y la comunicación dejan entrever la perspectiva de una prosperidad al fin compartida, de intercambios humanos de una intensidad sin precedentes, de un respeto por los equilibrios naturales, una perspectiva que ilumina el futuro de próximas generaciones. Por otro lado, el aumento de la incomprensión y la intolerancia, la persistencia de la desigualdad y conflictos de toda clase, y el incremento de la pobreza, la penosa herencia de las convulsiones históricas del siglo XX, ofrecen la imagen de un posible caos en el cual se impondrían la violencia, la exclusión, el odio o el miedo del otro. En un momento en que acabamos de celebrar una ampliación histórica en el proceso de construcción de la Unión Europea, creemos que ésta puede y debe ayudar a edificar un mundo más habitable, más justo, más pacífico, más solidario y más responsable. La Unión Europea logrará construir este mundo basado en la filosofía del sistema de Naciones Unidas, expuesta en los objetivos y los principios de su Carta y de la Declaración del milenio, y es capaz de ayudar en la prevención y resolución de los conflictos y en las labores de reconstrucción de los estados devastados por la guerra. La Unión Europea debe contribuir especialmente a dotar a las Naciones Unidas de una capacidad más eficaz a este respecto. Europa debe, asimismo, continuar con el firme compromiso de la lucha contra el terrorismo y participar en los esfuerzos multilaterales para frenar la proliferación de las armas de destrucción masiva. La contribución europea a la seguridad internacional debe complementarse necesariamente con una política ambiciosa y generosa a favor de los países más pobres que combine la ayuda al desarrollo, la financiación de las inversiones, la asistencia técnica, la apertura de los mercados europeos a las importaciones del Tercer Mundo y la gestión conjunta y solidaria de los flujos migratorios.

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La historia de Europa es la creación de la democracia, de una espiritualidad fundada en el respeto hacia los demás, del recurso de la razón como principio organizador, pero también es la experiencia del caos, del odio y de la barbarie. Porque nació tan cerca de lo peor, se han impuesto como valores fundadores de la construcción de la Europa actual el respeto y el desarrollo universales y efectivos de los derechos humanos, la tolerancia y la plena aceptación del otro, la cultura de la diversidad percibida como enriquecimiento, la primacía del derecho sobre la fuerza, la solidaridad como vínculo entre lo económico y lo social. En un momento en que el mundo parece dudar del camino a seguir en el futuro, estos valores y la experiencia original que han engendrado adquieren una resonancia universal, si bien Europa no pretende imponerse como modelo.

Estos mismos valores siguen todavía vigentes en el momento en que la Unión Europea está comprometida con la unificación de un continente desgarrado durante demasiado tiempo por las guerras y la violencia. Su capacidad concreta de convertirla en un espacio de diversidad cultural escogida, una zona de prosperidad compartida y un marco de desarrollo sostenible será valiosa para el resto del mundo. Estos mismos valores son los que se deberían adoptar para cumplir la promesa de la creación de un nuevo marco de relaciones equilibradas, fraternales y solidarias con sus vecinos del Este y del Sur. Son estos valores los que refuerzan el vínculo transatlántico, sin el cual Europa no hubiera podido asegurar la reconstrucción de sus naciones ni la construcción de su unidad política. Y son estos valores los que deberían proponerse a los arquitectos del nuevo multilateralismo.

La pluralidad de naciones, lenguas, religiones y culturas es uno de los grandes logros de la construcción europea. La Unión Europea favorece la cooperación entre los pueblos que la componen y busca alcanzar su unión en el futuro preservando su diversidad.

Pero Europa debe, al mismo tiempo, finalizar su propia construcción y demostrar que el enfoque de sus padres fundadores es todavía fructífero en el periodo actual de su desarrollo; que puede conciliar eficacia y democracia en una comunidad política ampliada a la dimensión de un continente. Para ello es preciso que la confianza necesaria entre sus estados miembros se construya aún más basándose en la confianza común en las instituciones supranacionales. Creemos que la Unión, al ser más amplia y menos homegénea, debe preservar celosamente su capacidad de decidir eficaz y rápidamente en los campos donde sus ciudadanos y sus estados han optado libremente por delegar parte de su soberanía en las instituciones europeas. Estamos convencidos de que, al no tratarse de una simple organización internacional intergubernamental, la Unión Europea debe, para poder hacer frente a los nuevos desafíos, reforzar considerablemente su dimensión de comunidad política democrática. Y que la adopción de una constitución nacida de la voluntad de los ciudadanos y los estados es una etapa necesaria en el proceso de construcción de una Europa unida en la diversidad, consciente de su responsabilidad hacia las generaciones futuras.

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